Manuel Belgrano: nuestro prócer fue un joven brillante, hombre de leyes, que vivió intensamente aquellos acontecimientos a los que había contribuido con su predica y en todos los actos de su vida
25 de Mayo de 2010 | 00:00
La Patria celebra hoy su Bicentenario. Aquel movimiento glorioso de mayo de 1810 que no comenzó como un grito de independencia de España ni mucho menos aún contra su rey, aunque condujo al gobierno propio porque ese era el sentimiento arraigado en sus protagonistas más encumbrados, tuvo en el general Manuel Belgrano, por entonces abogado y economista, en su primo Juan José Castelli y un puñado de idealistas, a sus animadores centrales y permanentes. No fueron fáciles aquellos primeros tiempos de la vida independiente en que se frustraron muchas esperanzas. Producto del rompimiento inicial y asumido el gobierno, los patriotas buscaron primero armonizar con los españoles, procurando una monarquía moderada, constitucional -que era por otra parte el régimen general en Europa- que asegurase la tranquilidad pública y a la vez el desarrollo y progreso de todos los estratos sociales. No siendo posible aquel acuerdo, lo que hubiera evitado tantos males, se hizo imprescindible el uso de las armas. Los conflictos regionales produjeron fuertes y largas luchas con pérdidas de vidas, de riquezas y gastos militares que se restaron a la producción llegando al estancamiento económico.
Nuestro prócer, Manuel Belgrano, un joven brillante, hombre de leyes, vive intensamente aquellos acontecimientos, a los que tan decididamente había contribuido con su prédica desde el Consulado de Buenos Aires, su labor como periodista en el Correo de Comercio y en todos los actos de su vida. Lo hace en defensa del orden democrático que asegurase la libertad política y la libertad de comercio y económica en general, en una palabra, el desarrollo, aboliendo el corrupto régimen del monopolio implantado por España, así como también procurando la pronta elevación del nivel cultural de la población para que tomara conciencia de su propia fuerza y de su destino como país. A la defensa de esos ideales brindó todo su esfuerzo, su pluma y su palabra.
Desde su cargo en aquella Primera Junta nada le será ajeno y se echará mano de él cuando las circunstancias lo exijan, pues nunca medirá las consecuencias personales ni los perjuicios que su proceder pudiera acarrearle. Todo lo anteponía a la causa sagrada de la Patria, dejando de lado el amor propio, la vanidad o el cuidado de su salud. El mismo así lo reconoce cuando afirma: "Siempre me toca la desgracia de buscarme cuando el enfermo ha sido aturdido por todos los médicos y lo han abandonado. Es preciso empezar con el verdadero método para que sane, y si ni aún para esto hay lugar, porque todo es apurado, todo es urgente, el que lleva la carga es quien tuvo la culpa de que el enfermo moribundo acabase".
Fue siempre Belgrano hombre de disciplina y subordinación -excepto cuando realiza sus acciones más trascendentes, como la creación de la Bandera y la batalla de Tucumán- resolviendo las situaciones con verdadero sentido del deber militar y el honor cívico. Se improvisó militar cuando fue necesario y luego de los primeros tropiezos, nos legó aquellas dos victorias magníficas de Tucumán y Salta y el éxodo jujeño, que salvaron la Revolución argentina, no sin antes habernos dado la enseña nacional que nos distingue entre las naciones de la tierra.
Sus ideas políticas, económicas y culturales
Al regresar de sus estudios en España, Belgrano viene imbuido de los principios liberales de la Revolución Francesa y de la Revolución Americana, que estima necesarios implantar para terminar con el régimen despótico y corrupto de la colonia en lo relativo a las libertades públicas y las relaciones económicas y culturales. Le apasiona la lectura de la "Despedida de Washington al pueblo de los Estados Unidos", que tradujo dos veces y que aconsejó a sus compatriotas "llevarlo como librito de bolsillo, para imitar a aquel grande hombre".
Llegó con la ilusión democrática, incluso republicana, acorde con el avance del pensamiento político que los pueblos ya exigían. Como era un hombre de paz, práctico y de elevadas miras, muy pronto se dio cuenta que era preciso alejarse de cualquier ortodoxia que hiciera peligrar los fundamentos de la Revolución. Para consolidar la libertad lograda era preciso alcanzar una forma de gobierno que diera estabilidad funcional, sobre todo en materia económica, que era el aspecto que más sufría la población de la colonia, afecta todavía a la corona española. No se conocía entonces, salvo la experiencia norteamericana, otro sistema que el monárquico, régimen aceptado por la mayoría de la población local, por eso estimó que dados los hechos acaecidos y la idiosincrasia de estos pueblos, sólo la monarquía constitucional, de corte liberal, similar a la inglesa que había estudiado, podría aglutinar a la población y formar una nación.
Se mantendrían con la monarquía los límites del virreinato, que aún se podrían acrecentar y se aseguraba el orden y funcionamiento del país. Se anticipaba así Belgrano a evitar la anarquía que parecía despertar con fuerza amenazadora y que luego azotaría el país por largos años. Seguramente la monarquía no lo conformaba totalmente, pero era el único sistema práctico y posible dadas las circunstancias.
En el plano educativo y cultural, Belgrano no es sólo el iniciador de los estudios económicos en el Río de la Plata, sino un publicista de variada y profunda cultura, que dio las bases de la emancipación que luego se produciría y que lo tuvo como precursor y artífice de Mayo. Tiene el prócer un interés permanente por lo social. Es casi obsesiva su preocupación por la injusticia social. Comprendió que el progreso, tanto material como moral, sólo podría lograrse con la educación. Le indigna la falta de establecimientos escolares en la ciudad y en la campaña, el total abandono de la instrucción, hechos que denuncia públicamente. Propuso fundar escuelas de primeras letras en todas las parroquias, obligando incluso a los padres a enviar a sus hijos a instruirse bajo pena de perder la patria potestad. Le mortifica sobre todo la situación de la mujer, para la que crea diversos establecimientos de primeras letras y técnicos para dotarlas de oficio. A él se le deben las escuelas de dibujo, matemáticas, náutica, comercio, agricultura, etc. Hasta en la milicia hace enseñar a sus soldados y los premios que recibe en efectivo los destina a la fundación de escuelas. Toda su vida estuvo marcada por la actitud docente. "Siempre he clamado por la educación, expresa en cierta oportunidad, porque sin ella en balde es cansarse, nunca seremos más de lo que desgraciadamente somos".
Como educación es conducción, Belgrano trata por todos los medios de enaltecer al maestro, reputándosele padre de la patria en las celebraciones públicas, como consta en su famoso reglamento para los maestros.
En la aldea cosmopolita que fue Buenos Aires surgió también el germen de la libertad económica. En esta materia, como en la política, Belgrano es pragmático, aplicando teorías y escuelas de acuerdo con la materia a tratar, los dineros disponibles y el medio en que se debía operar, orientándose siempre al bienestar de los ciudadanos. Se ocupa de los problemas del campo, de las tierras baldías, de la propiedad, conservación del suelo, comercio interior y exterior, agricultura, considerando a esta última "como arte vivificador que más que otro alguno, cimienta de modo duradero la felicidad indestructible del pueblo".
Libertad de prensa
Como director del Correo de Comercio -el último periódico de la era colonial y el primero de la época independiente-, porque la Gaceta era un órgano oficial del gobierno, defendió Belgrano la libertad de prensa. Así lo expresa en el Correo del 11 de agosto de 1810: "La libertad de prensa es la principal base de la ilustración pública, para el mejor gobierno de la nación y para la libertad civil, es decir, para evitar la tiranía de cualquier gobierno que se estableciera". Y añadía: "Sólo pueden oponerse a la libertad de prensa los que gusten mandar despóticamente. A nadie se le quita ni ata la lengua porque con ella pueda injuriar, ni las manos porque con ellas pueda matar. La pluma y la prensa no son más dañosas por sí que la espada y las manos". Es decir que debe castigarse a quienes abusen de la lengua o de las manos.
Vemos así que Belgrano fue el impulsor original de la libertad de prensa en el país que estaba naciendo, lección que deberían aprender todos los gobernantes, pues pareciera que todavía no lo han incorporado como paradigma para forjar un país más tolerante y desarrollado.
Mucho más podríamos decir de este hombre que dio todo por la Patria, que recibió a cambio en varias oportunidades la ingratitud colectiva. "El, que había fundado la libertad entre los próceres de la Revolución, dice Ricardo Rojas, sufrió la mayor ingratitud de este pueblo que él llamó a la vida y que tan pronto el mismo lo devoró".
Murió pobre, sin poder devolver el dinero que le habían prestado para regresar de Tucumán, ni para pagar a su médico; tampoco hubo dinero para la lápida de su tumba, que se cubrió con el mármol de una cómoda familiar. Olvidado y desconocido, angustiado y sin honores oficiales para vergüenza de los argentinos que dejaron morir así a quien nos diera la Bandera, salvara la Revolución en Tucumán y Salta y que fue seguramente el argentino que más amó a su patria.
Bajó a la tumba amortajado en el hábito de Santo Domingo, orden a la que estuvo vinculado durante toda su vida, al igual que su padre y su madre, y fue asistido en sus últimos momentos por los padres dominicos que siempre le demostraron su afecto.
Al inicio del tercer siglo de vida independiente, aspiramos como el prócer a que la Argentina se encamine hacia una sociedad solidaria, transparente y armoniosa, dejando de lado los enconos, divisiones y el espíritu faccioso, para ingresar en el universo de los valores éticos y espirituales que hasta ahora somos incapaces de construir. Es preciso dejar de debatirse en el relativismo moral y la decadencia moral y cívica, debiendo la sociedad analizar con rigor sus responsabilidades frente a una realidad dolorosa a la que asistimos a diario, para recuperar aquel destino de grandeza al que nunca renunciamos como ciudadanos libres.
(*) Presidente del Instituto Belgraniano de la Provincia de Buenos Aires
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