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“Es una total mentira decir que la gente joven no lee”

Mario Luis Lenzi y la vigencia de las librerías de “viejos”. Una institución en La Plata. “Aprendí mucho de los clientes, ellos me enseñaron cosas que yo ignoraba”. Unos 30 mil ejemplares para explorar y elegir

25 de Agosto de 2013 | 00:00

Por MARCELO ORTALE

“Es una total mentira decir que la gente joven no lee. Claro que leen los jóvenes… y leen mucho, sobre todo literatura y filosofía” dice Mario Luis Lenzi. El hombre sabe algo, tiene fundamentos como para respaldar lo que dice. Hace varias décadas que conduce junto a su mujer una de las “librerías de viejos” más tradicionales de La Plata, ubicada a metros de la plaza Italia. Antes había hecho lo mismo con otra librería que se encontraba en 43 entre 2 y 3.

Habla pausado en la cueva (el subsuelo) de su negocio, con la voz condicionada a veces por la tos y otras veces por el tabaco de los cigarrillos que fuma. Lenzi tiene lo que ahora se llama perfil bajo, pero lo exhibe en forma natural, le viene de la cuna y le niega trascendencia alguna a su persona: “soy un librero…”, sintetiza.

Por su librería pasan jóvenes, algunos de ellos estudiantes y otros empleados, pasan académicos de varias facultades, médicos, escritores, muchos historiadores. Allí no van a comprar libros, lo que primero hacen es ir a buscarlos. Y después compran. “A veces me preguntan, pero ellos saben a dónde tienen que ir…”. Algo más de 30 mil volúmenes se encuentran cuidadosamente expuestos en las estanterías. Allá trabajan Lenzi, su mujer y su hijo.

Es hijo de Juan Hilarión Lenzi (nacido en Viedma, Río Negro) y de Elvira Rogolina, chilena de Punta Arenas. Su padre fue un conocido historiador y periodista de la Patagonia, autor también de libros sobre educación y director de cuatro diarios –“en dos de ellos, él mismo los dirigía y se hacía la competencia…”- en Río Gallegos. Los diarios se llamaban La Unión, El Nacional, La Mañana y La Opinión Austral, el tercero y el cuarto de estos posteriores a los dos “competidores”.

“Mi abuelo se había llevado a mi padre a Italia, junto a su familia, en las primeras décadas del siglo pasado. Pero mi padre se volvió solo de allá, a los 18 años, disconforme porque su papá no aceptaba al novio de su hermana... Así que se vino de vuelta a Río Negro, trabajó en el campo y después se hizo periodista en Río Gallegos. Allí conoció a mi madre y se casaron”.

La historia del padre de Lenzi, don Juan Hilarión, se asemeja a la de algún personaje de García Márquez. “El vino a La Plata atraído, entre otros factores, por el hecho de que La Plata fue la primer ciudad de América del Sur que tuvo semáforos… Esto lo saben todos. Vino convocado por el naciente fenómeno de Perón, allá por 1944, y acá fue director general de Obras Públicas. Mientras tanto, asociado a un estanciero del sur había comprado el diario La Mañana.

“Nos vinimos a Buenos Aires en 1944, un día después del terremoto de San Juan. Pero días antes habíamos sufrido un accidente tremendo en Santa Cruz, viajábamos en la caja de un camión que volcó. Alguien me atajó en el aire y me salvó, hubo un muerto en ese accidente”.

Además de a Mario, sus padres tuvieron a cuatro hijos más: Carlos Héctor (vive en Buenos Aires, nacido en 1927) Lidia Elvira, nacida en 1929, fallecida; Julio César, nacido en 1931, fallecido e Irma Esther, nacida en 1933, vive en Cautelar.

El último de esos hermanos, el librero Mario Luis, nacido en 1935, tiene dos hijos, Federico Hilarión y Martín. Está casado con Mónica Patricia Owen, a la que califica como “la verdadera dueña de la librería”.

Lenzi empezó su trayectoria como librero en La Plata en la librería que instaló con su cuñado, cerca de la Terminal de ómnibus. “Se llamaba La Discoteca y trabajábamos mucho. Y claro, únicamente con libros usados…”. Tres años allí y luego la separación, porque el cuñado se fue a trabajar a Iguazú. Lenzi aún vivía en Buenos Aires y un día se vino a La Plata, porque entendió que aquí le iría mejor. No conocía bien a la ciudad. Su mujer le dio un diagrama. “Me perdí en la primera diagonal. Caminé por ella y encontré este local. Si no me hubiera perdido, estaría a lo mejor en otra parte ahora”.

Usted se define como librero. ¿Qué es ser librero?

“Es ejercer un oficio que fui aprendiendo cada día. No tuve una escuela ni creo que la haya. En mis primeros años ponía a autores muy calificados en las mesas de saldos. Venían clientes que eran amigos y me decían Lenzi, este autor no puede estar acá... Ser librero es lo mejor que me pudo pasar en la vida. Y librero de viejos, o de lance, como dicen los españoles”

¿De lance?

“Sí, en España a las librerías de viejos se las conoce así, como librerías de lance. Usted se tira siempre el lance de encontrar algo bueno o simplemente encontrar el ejemplar que busca…”.

¿Cómo adquiere sus libros usados?

“Viene mucha gente a ofrecerlos. Se quieren desprender de esos libros. En general se ofrecen lotes grandes”

¿De qué tipos de clientes aprendió como librero?

“Si usted me permite, no voy a generalizar. Le voy a dar un ejemplo, con nombre y apellido. Aprendí por ejemplo de Pedro Barcia, al que una vez consulté porque una mujer de Buenos Aires me había ofrecido una verdadera biblioteca en venta. Yo la había comprado, estaba poniéndoles precio a los libros y Pedro me alertó: mire Lenzi, este y este otro son libros de primera calidad, son primeras ediciones… Tenga cuidado, me dijo... Uno va sumando esos conocimientos”

¿Y de sus colegas libreros, aprendió de alguno?

“Claro que sí… De Eduardo Buti, que fue el dueño de La Juvenilia. Fue el librero de La Plata, el librero por excelencia”

Usted sorprende un poco al señalar que los jóvenes leen mucho…

“Es lo que puedo decir al cabo de tantos años... Y mire que no hablo de jóvenes universitarios, hablo de empleados, de jóvenes de toda condición. Siempre hay jóvenes en cualquier librería, buscando comprar un libro. ¿Qué buscan? En general literatura y también mucha filosofía. Hay un chico de apariencia sobria, casi humilde, que viene todos los meses a la librería... Y compra entre cinco y diez libros por mes. Yo lo admiro y le digo a mi hijo, mirá, éste se está haciendo su biblioteca…”

¿Desde cuándo existen las librerías de viejo?

“A ver, en Europa desde 1700 o un poco antes. En París la venta callejera de libros usados prosperó siempre. Hay un libro que se llama Tratado de las Pasiones, cuyo autor no es Descartes –porque también escribió un libro con ese título- en el que describe la pasión del bibliómano, que es la de quien ama a los libros. Pero que, por razones económicas, no alcanza a ser un bibliófilo, que es el coleccionista de libros valiosos. Bueno, uno es librero de una mayoría de bibliómanos…”

¿En La Plata hay bibliófilos?

“Hay, pero muy pocos”

Si usted adquiere un libro muy valioso, ¿no le da pena después venderlo? En La Plata hubo colegas suyos que se enojaban si uno les quería comprar algún libro…

“Eso le pasa con frecuencia a mi mujer… Claro, lo que hacemos es no ponerlo en los estantes, lo retiramos de circulación”

Es de suponer que ponerle precios a los libros nuevos debe ser relativamente más fácil. Hay referencias objetivas… pero ¿cómo hace usted con los libros usados?

“Ah, ese es mi karma… Cuando fue la hiperinflación de los 80 uno se pasaba borrando y reescribiendo los precios… Había que cambiar la tablita… Sabe, la tablita se pega en los estantes y existe lo que se llama UL (unidad libro), que es como el galeno de los médicos o el jus de los abogados… Al libro se le escribe una letra en la portada y en la tablita la letra A tiene un valor numérico en pesos... se sigue con B y sucesivamente. Es un lío tremendo”

¿Usted lee mucho?

“No tanto como debiera”

***************

Lenzi es hincha de Boca. Y su mujer, Mónica, fanática de Estudiantes. “Hace poco tiempo pensé en hacerle un regalo de cumpleaños a mi mujer: el regalo fue sacar entradas e ir al Estadio Unico para ver la vuelta de Verón y el partido con el Atlético de Madrid… ¡Qué caos que fue eso! ¿Quién organiza esos encuentros? Casi morimos en el intento…” dice sonriendo. Lenzi vive por la zona de Plaza Italia, cerca de su librería.

“Aquí entre los libros me paso cerca de diez horas por día. Llego tranquilo a la librería cada vez… Me gusta mucho estar entre los libros”, asegura. Allí lo encontró y capturó la máquina del fotógrafo Gonzalo Mainoldi, entre los libros.

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