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Por IRENE BIANCHI
“Dios mío”, de Anat Gov, en versión de Jorge Schussheim. Elenco: Thelma Biral, Juan Leyrado, Esteban Masturini. Diseño de escenografía: María Oswald. Diseño de iluminación: Gonzalo Córdova. Dirección: Lía Jelin. Producción: Eloisa Canton, Bruno Pedemonti. Teatro Municipal Coliseo Podestá.
“Ana” (Biral) es psicóloga de niños. Vive con su hijo “Pablo” (Masturini), un joven autista. Recibe la llamada de un señor muy angustiado (Leyrado) y, muy a su pesar, decide atenderlo, dada la urgencia de su tono. En el diálogo inicial, en el que Ana pretende recabar datos sobre su flamante paciente (nombre, edad, ocupación, lazos familiares, etc.), el señor en cuestión se presenta nada menos que como El Señor: el mismísimo Dios en persona.
Si para cualquiera tal encuentro suena increíble, para una mujer atea como Ana, peleada con el Creador (en quien cree no creer), lo es aún más.
El planteo de la comedia dramática de Anat Gov es original y provocativo. Poco importa que el misterioso sujeto sea realmente Dios hecho carne, un impostor, un lunático, o una alucinación de la terapeuta. Lo realmente apasionante es la idea de ver a un Dios en crisis, abrumado, exhausto, desilusionado del hombre que Él mismo creó, el cual se ocupa con prisa y sin pausa de destruir toda su Creación. Un Dios deprimido buscando ayuda, queriendo recuperar la fuerza y los poderes perdidos. Un Dios, si se me permite la expresión, humanizado. Un Dios débil, absolutamente frágil, vulnerable, a quien otra persona aún más frágil y vulnerable que El, le devolverá la fe perdida.
Formidable la labor actoral de Thelma Biral y Juan Leyrado, creíbles hasta la médula a pesar de la inverosimilitud de semejante encuentro. Ambos transitan todos los estados, dotando a su interpretación de sutiles matices. A Leyrado le sienta ser Dios: su voz, su porte, su prestancia escénica, son atributos que hacen que el personaje le calce como un guante. Thelma Biral compone una criatura que despierta gran empatía, y también hace gala de una notable versatilidad.
“No hay personajes chicos, sino malos actores”, dice en determinado momento Dios, en la voz de Leyrado, refiriéndose a los mosquitos. Esta observación es aplicable a la muy buena actuación de Esteban Masturini, en la piel de Pablo. Pura ternura.
Se percibe la mano de Lía Jelín en la dirección de “Dios mío”. Una pieza tan discursiva, en la que prima la palabra, pide a gritos una puesta dinámica y entretenida, que la Jelín logra con creces.
Excelente la puesta de luces de Gonzalo Córdova, una gran aliada de los contrastantes climas de la obra. Muy bella la escenografía de María Oswald.
“Dios mío”: cuando el Hijo ayuda (y salva) al Padre.
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