Arthur Miller y sus mujeres
| 25 de Octubre de 2015 | 00:46

Arthur Miller vivió 89 intensos años, de los cuales casi cinco estuvo casado con la mítica Marilyn Monroe, pero en su corazón hubo otras tres mujeres, incluida la fotógrafa Inge Morath, que le dio dos de sus cuatro hijos y la mayor estabilidad emocional de su vida. Y recientemente, se acaba de cumplir el centenario del considerado como uno de los más grandes dramaturgos del siglo XX.
“Este deseo de avanzar, de metamorfosis -aunque tal vez se trate de una capacidad para ser contemporáneo-, me fue concedido como una condición vital inexcusable y legitimada. Estar preparado para el cambio, estar en transición continua”, escribía Arthur Miller en sus memorias “Vueltas al tiempo” (1988), reeditadas ahora por la editorial Tusquets con motivo del centenario de su nacimiento el 17 de octubre de 1915 y del décimo aniversario de su muerte, acaecida el 10 de febrero de 2005.
Esa “transición continúa” de este clásico incontestable de la escena estadounidense, autor de algunas de las obras maestras del siglo XX, además de libros de ficción, ensayo y crítica, fue siempre acompañada de un nombre de mujer.
MARY, MARILYN, INGE Y AGNES
Nunca estuvo solo. Siempre pasó de una relación a otra: Mary Slattery, Marilyn Monroe, Inge Morath y Agnes Barley.
Hombre público por su compromiso social y también por su vida privada, posiblemente pocos como Miller han sabido reflejar las frustraciones y desengaños de la sociedad estadounidense.
Y posiblemente pocos hombres han sido tan envidiados como aquel Miller capaz de enamorar a una de las mujeres más deseadas del planeta, protagonista de “Los caballeros las prefieren rubias”, “La comezón del séptimo año”, “Con faldas y a lo loco”, “Niágara”, “Cómo casarse con un millonario” o “Río sin retorno”.
Ella tenía 25 y él 36, cuando se encontraron por primera vez. Miller era ya un reconocido intelectual y Marilyn empezaba a despuntar en el séptimo arte. Se casaron cinco años después por el rito judío (en honor a los orígenes del escritor), el 29 de junio de 1956, cuando ella era ya esa mujer súper sexy cuya imagen permanece como ícono de belleza femenina.
Para Marylin era su tercer marido, para Arthur Miller era su segunda esposa, tras los quince años (1940-1956) que pasó junto a Mary Slattery, su novia desde la universidad, con quien tuvo dos hijos (Jane y Robert), y de la que siempre admiró su “integridad” y “disciplina”.
MARILYN, LA CHICA MÁS TRISTE
Su unión con Marilyn, justo en el peor momento del acoso que sufrió durante la “caza de brujas” del macarthismo, lo convirtió, de golpe y porrazo, en foco de una prensa a la que no estaba acostumbrado. Pero ni cinceladas en oro, las buenas intenciones de ambos fueron suficientes para superar las adicciones de la actriz, sus inseguridades, su depresión y la soledad profunda que arrastraba desde su infancia.
En sus anillos de boda, Miller y Marylin mandaron a grabar la leyenda “Now is forever” (Ahora es siempre), pero el matrimonio apenas duró cinco años, hasta 1961, de los cuales sólo tres fueron relativamente felices. “Era para mí -escribe Miller en sus memorias- por entonces un torbellino de luz, toda ella paradoja y misterio tentador, algunas veces vulgar y otras elevada por un sensibilidad lírica y poética que pocos conservan después de la adolescencia”.
Más allá de su explosiva feminidad, lo que derretía a Miller de Marylin era su “conmovedora ternura”. “Era capaz de entrar en una sala atestada e identificar a cualquiera que hubiese perdido a sus padres en la infancia o hubiera pasado un tiempo en un orfanato”, escribía el autor.
Quizás fue el ganador de dos premios Pulitzer por “Muerte de un viajante” (1949) y “Panorama desde el puente” (1955) quien más cerca estuvo de comprender el vacío existencial de la diosa de platino. Y en su intento por salvar a “la mujer más triste” que había conocido, por la que sentía “fascinación”, escribió el guión de “The Misfits”, que en español se conoció como “Vidas rebeldes”.
Era una prueba de amor para ayudarla a salir del aura de mujer florero y elevar su talento a la categoría de buena actriz sin más, pero paradójicamente fue durante el accidentado rodaje de la película, dirigida por John Huston, cuando el matrimonio estalló en mil pedazos, con un Miller agotado por los vaivenes de la compleja y enfermiza personalidad de Monroe, y su adicción a los barbitúricos.
“La amaba como si la hubiera amado toda mi vida; su dolor era mi dolor”, se confesó Miller en “Vueltas al tiempo”, pero se sentía “agotado y sin esperanza ya de recuperarla”.
Y fue en ese contexto de pesadilla en el rodaje de “Vidas Rebeldes”, en ese naufragio sentimental, cuando llegó a su vida la austríaca Inge Morath, una de los nueve profesionales de la agencia Magnum que fotografiaron en exclusiva el rodaje de la mencionada película.
LA MEJOR ÉPOCA DE LA VIDA DE MILLER
Aquella joven “de aire noble” y “sensibilidad conflictiva”, “tímida y enérgica a la vez”, con la que Marilyn simpatizó “de inmediato”, representó “la mejor época de mi vida”, escribió Miller en “Vueltas al tiempo” cuando llevaban 25 años juntos.
La “suprema sacerdotisa de la fotografía”, como la definió John Huston, se unió a Miller en 1962 y permaneció junto a él hasta que murió, víctima de cáncer, en 2002, cuarenta años después.
Inge falleció a los 78 años y le dejó al dramaturgo el recuerdo de una vida cómplice y dos hijos: la actriz y escritora Rebecca Miller, casada con el actor Daniel Day-Lewis; y Daniel, que nació con síndrome de Down. Miller nunca hablaba del benjamín, que ingresó en una institución con apenas días de vida, y al que sólo reconoció en su testamento.
A poco de morir su tercera esposa, Miller conoció a Agnes Barley, una pintora de 34 años, 55 años menor que él. La llama prendió inmediatamente y habría terminado en matrimonio, como el propio autor de “Las brujas de Salem” había anunciado públicamente, de no haber sido porque, enfermo de cáncer y con problemas cardiacos, su viejo corazón dejó de latir el 10 de febrero de 2005.
Cuatro amores, cuatro mujeres y una única certeza: la confesión (página 508 de sus memorias) de que cuando se enteró de la “horrible” noticia de que Marilyn había muerto necesitó varias semanas para hacerse a la idea: “Hay personas tan vivas que no parecen extinguirse cuando se mueren”. “Incluso entonces -continúa- esperaba verla una vez más, cuando fuese, en cualquier parte, para hablar con sensatez de todo lo que habíamos pasado, y es probable que en tal caso me hubiese vuelto a enamorar de ella”.
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