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Aunque adaptado para niños y presentado como un relato de aventuras, su verdadera esencia es amarga y demoledora
Jonathan Swift / web
Por más de dos siglos, Los viajes de Gulliver ha sido leído por generaciones como un relato de aventuras fantásticas, con diminutos habitantes, gigantes y caballos que razonan. Pero detrás del ropaje de la fantasía, Jonathan Swift —que murió un día como hoy, pero de 1745—, clérigo irlandés y uno de los satíricos más lúcidos del siglo XVIII, construyó una de las críticas más despiadadas y vigentes sobre la naturaleza humana. Publicada en 1726, la obra disfraza bajo el tono de un diario de viajes un profundo cuestionamiento político, moral y social. En tiempos en los que las pequeñas disputas y la mezquindad del poder eran moneda corriente, Swift encontró en su protagonista, Lemuel Gulliver, el vehículo perfecto para poner frente al espejo los defectos de su época —y, por extensión, los de la humanidad entera.
El primer viaje de Gulliver lo lleva a Lilliput, donde los hombres miden apenas unos centímetros y sus guerras se libran por absurdas diferencias, como de qué extremo conviene romper un huevo. Swift ridiculiza así los conflictos políticos insignificantes que dividían a Inglaterra y a Europa, mostrando que el poder y la vanidad pueden resultar grotescos incluso en miniatura. El segundo viaje, a Brobdingnag, invierte la escala: ahora Gulliver es el pequeño. Allí, entre gigantes, todo lo humano se ve aumentado, y la corrupción, la crueldad o la vanidad se vuelven más visibles. Swift demuestra que, visto de cerca, el hombre no es más noble, sino más repulsivo.
Más adelante, el viajero llega a la isla voladora de Laputa, cuyos habitantes viven obsesionados con la ciencia y las teorías, pero incapaces de aplicar su conocimiento. Es un retrato irónico de la intelectualidad europea de la época: sabios que calculan eclipses, pero ignoran los problemas reales de la gente. En esa misma parte, Gulliver visita la Academia de Lagado, donde se desarrollan proyectos tan absurdos como fabricar comida a partir de piedras o enseñar matemáticas con pepinos. Swift no solo se burla de la ciencia sin propósito, sino también de la burocracia y del desvarío del progreso cuando se separa del sentido común.
El cuarto viaje es el más oscuro y filosófico. Gulliver llega al país de los Houyhnhnms, caballos racionales y virtuosos que conviven con los Yahoos, una raza de humanos salvajes, sucios y degradados. Allí, Swift lleva al extremo su visión pesimista: los animales encarnan la razón y la moral, mientras que los hombres representan la corrupción y la barbarie. Al regresar a Inglaterra, Gulliver ya no soporta a su propia especie. La sátira culmina en un desencanto absoluto: el ser humano, lejos de ser un modelo de virtud, es apenas un animal que se cree superior.
Los viajes de Gulliver
Jonathan Swift
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Editorial: Gribaudo
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Jonathan Swift / web
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