Las puertas de la percepción

“La isla desierta”, de Roberto Arlt, adaptada y dirigida por José Menchaca, por el elenco del “Grupo ojcuro”, Teatro Ciego. Teatro Estudio, calle 3 entre 39 y 40.

Por IRENE BIANCHI

La palabra “ver” en este caso, debe ser reemplazada por otras. Vivenciar, experimentar, transitar, percibir, imaginar, captar, intuir. Y nos quedamos cortos.

Asistir a una función de Teatro Ciego es verdaderamente conmocionante, perturbador, inquietante. Algo absolutamente memorable. Un hito. Un antes y un después. Un punto de inflexión.

Ya desde el ingreso a la sala, el espectador lo hace a ciegas, tomado de los hombros del de adelante, guiado por actores que lo ubican con precisión y esmero. Hay que acostumbrarse a la oscuridad, superando cierto vértigo, nerviosismo, miedo a tropezar y caerse. Se produce una hermandad automática entre esos hombres y mujeres que el azar convocó a esa sala esa noche, y que necesariamente se ayudan mutuamente, en una suerte de trencito fantasma. El recorrido parece eterno aunque no lo sea.

Lo que sigue, es un torbellino de sensaciones y percepciones nuevas e inesperadas. Al no ver, se exacerban los otros sentidos, y el público comienza a armar en su cabeza la escena que desarrollan los actores quienes, dicho sea de paso, rodean y circundan a los espectadores, de modo que las voces y los sonidos provienen de todos lados. Uno se siente envuelto en esa maraña de estímulos de todo tipo, en el ojo del huracán.

La obra elegida por el Grupo Ojcuro es “La isla desierta”, de Roberto Arlt, pieza que el autor denominó “farsa dramática”, y que subtituló “Burlería en un acto”. Un grupo de grises oficinistas, atados a sus máquinas contables, se ven paulatinamente afectados por el sonido de los barcos de gran porte que zarpan del puerto cercano. Sufrían menos cuando trabajaban en el subsuelo, sin ventanas al exterior. Acá, en cambio, el cielo y las sirenas de los transatlánticos, refuerzan la idea de estar cautivos, presos de una vida chata, rutinaria, vacía, sin sentido. Y es el ordenanza cordobés, Cipriano, al relatar sus viajes a destinos exóticos, quien desestabiliza ese mundo estático y rígido, y los embarca en una aventura inimaginable, una travesía impensada.

Y los espectadores también nos convertimos en pasajeros y participamos del periplo y sus peripecias. La espuma del mar nos salpica, lo olemos (como olimos el café en la oficina); el viento roza nuestros rostros; nos sobresaltan los truenos, tememos el naufragio. Un viaje fantástico, con todos los condimentos.

Y llega un momento en que la vista resultaría casi redundante. Ya no la necesitamos para gozar plenamente de esta experiencia. En el curso de la obra, nos acostumbramos a prescindir de los ojos como único medio de percepción. Hemos ido desarrollando otros recursos más sutiles, otros modos de ver sin ver otras vías de acceso.

La actuación es soberbia, precisa, ajustada, aceitadísima, con climas que van del humor franco a la reflexión profunda. Un Arlt auténtico.

“La isla desierta”, dirigida por José Menchaca, ha realizado extensas giras internacionales desde el año 2001, y ha sido vista por más de 600 mil espectadores. Aplaudimos calurosamente la propuesta de Teatro Estudio de convocarla a nuestra ciudad, y ojalá vuelva puesto que se quedó mucha gente afuera.

Teatro Ciego: ojos que no ven, corazón que siente.

 

PARA AGENDAR

Donde: En el Centro Cultural Konex, Sarmiento 3131, “La isla desierta” se ofrecerá en noviembre los martes 3 y 17, a las 21.15, y el viernes 6 a las 20.15 y 22.15.

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