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Espectáculos |Bruno Gelber

“Mi casa fue una valija y mis hijos los conciertos”

En el marco de una larga gira por el interior del país, el destacado pianista se presentará esta noche en el Coliseo Podestá. Autorretrato de un artista que ha vivido todo excepcionalmente y que necesita sentirse querido

“Mi casa fue una valija y mis hijos los conciertos”

A los 74 años, Bruno Gelber ha dado más de 5000 conciertos en más de 50 países y es considerado por sus pares y la crítica como uno de los mejores intérpretes de música clásica actual. El Maestro fue reconocido con el Diapasón de Oro en 1994 y 1998

25 de Julio de 2015 | 01:21

MARIA VIRGINIA BRUNO

El refinamiento también se le siente en su modo de hablar. Su “aló” de bienvenida lo resume y matiza la charla con EL DIA en el marco de la promoción del concierto con el que volverá esta noche al Coliseo Podestá. Sin embargo, poco se habla del recital que incluye un programa con obras de Beethoven -su especialidad-, Schumann y Chopin. A Bruno Gelber, quien rechaza la fama impuesta de “divo difícil”, le gusta que lo conozcan más allá del piano, “ese señor de dientes blancos y negros” que le sonríe y con el que, dice, se casó hace ya muchos años. Cultor de la belleza y de los gustos lujosos es, sin embargo, un alma sensible que pide cariño: “Necesito afecto y lo sé dar, y también sé ser digno para recibirlo”.

- Su primer concierto fue a los cinco años pero, ¿a qué edad empezó a girar por el mundo?

- A los veinte…

-Ha pasado mucho tiempo… ¿Siente cansancio?

- No. Yo por mí viviría tocando todos los días. Lo único que me cansa son los ensayos a la mañana porque soy noctámbulo y me encanta la noche. No por la vida que se hace sino porque me encanta el silencio de la noche, además de que a la noche uno siente cosas que de día no. A la noche hay más comunicación. Los exotéricos dicen que hay una baja en los ritmos circadianos y entonces uno está más sereno adentro. Por eso, la parte espiritual toma más lugar y más fuerza fácilmente.

“Me voy a retirar cuando sienta que realmente no soy digno del nombre que llevo”

-¿Qué cosa, interna o externa, le dirá cuando bajarse del escenario?

- Cuando sienta que realmente no soy digno del nombre que llevo o cuando mis manos no respondan de la misma manera. O, más importante, cuando no tenga ganas porque es muy difícil lo que hacemos. Es una cosa de gran concentración, de muy difícil manejo y focalizar toda la atención del día en el concierto. Porque uno vive después del concierto porque hasta ese momento es concentración, sentir la sala, sentir la acústica, cada sala tiene su misterio. No sé si usted cree en los espíritus pero está lleno…

-¿A qué mundo lo transporta la música?

- Al mundo de los sueños, al mundo de inspiración divina de los genios. La música está viva gracias a los intérpretes pero nosotros ponemos en vida el momento de inspiración genial, de valga la redundancia, de los genios.

-¿Cuál sería su mundo ideal?

- No creo en los mundos ideales porque lo que es maravilloso es maravilloso porque hay contrapesos. Yo creo que si amamos profundamente tenemos que saber que somos capaces de enojarnos y tener indiferencias y uno se acostumbra a todo. Y por eso es muy lindo poder cambiar de situaciones.

-¿Y en qué otra situación se hubiera imaginado de no haber sido músico?

- Me hubiera encantado ocuparme de las personas porque tengo una excesiva captación de lo que la gente piensa. Muchas veces me da vergüenza porque tengo la sensación que la gente en la frente tiene escritas las cosas que está pensando.

-¿Ocuparse cómo? ¿Desde un cargo político?

- No. Yo hago política con mis conciertos, es decir, llego al centro vital de los demás por medio de la música pero a mí me encanta el mano a mano con la gente. He dado la vuelta al círculo y lo que me encanta actualmente es tener conversaciones entre dos o cinco personas para comer y hablar profundamente de todo lo que a uno le pasa desde adentro.

-¿Como una especie de consejero?

- Sí. Soy una persona a la cual se le cuentan cosas y me encanta dar consejos siempre en base a lo que he vivido. Y le puedo sintetizar de una manera, a lo mejor pretenciosa pero muy cierta, que he vivido toda mi vida excepcionalmente, con achaques y cosas, porque he tenido la polio conmigo toda la vida, me he roto una mano, pero he tenido una vida excepcional porque he conocido todo lo que se puede conocer –no lo malo- y lo viví muy naturalmente. Pero yo necesito comunicarme con gente que quiero porque necesito esa sensación de cariño. Necesito afecto y lo sé dar, y sé ser digno para recibirlo. Yo no he tenido familia propia: mi casa fue una valija, mis hijos han sido a mis conciertos y mi casamiento fue con ese señor de dientes blancos y negros que me sonríe todos los días.

-Pero, ¿le hubiera gustado tener un hijo de verdad?

- (silencio) Es muy difícil… No sé si tendría el talento suficiente para tener un hijo porque hay que dedicarse y es como el piano: uno nunca sabe si el resultado va a ser el esperado de acuerdo a lo que uno da.

-Pero hubiera sido un lindo riesgo, ¿no?

-¡Maravilloso! Es la vida. Pero es muy difícil cuando uno lleva el tipo de vida que lleva un artista itinerante que tiene desarraigo total todo el tiempo.

***

Para Bruno es más importante “que el público escuche con atención” a los aplausos más efusivos, y cuenta que cuando desde el piano siente a alguien abrir un caramelo se tienta. “Una vez casi detuve el concierto para pedirle a un hombre que me convide uno”, dice, entre risas cómplices, las mismas que le brotaron cuando, en medio del relato sobre sus cuarenta viajes en el Concorde (el avión que unía Europa y América en menos de cuatro horas) tuvo el honor de asistir en el despegue a los pilotos: “¡No como Vicky Xipolatikis! Yo me quedé serenito, tranquilo atrás”.

“Yo hago política con mis conciertos, es decir, llego al centro vital de los demás por medio de la música”

También asegura que no se necesita tener dinero para apreciar las cosas bellas (“Yo creo que el refinamiento es una cuestión interna”) y que “una cucharadita de lujo, de vez en cuando, nunca viene mal”. Lo feo de la sociedad, a su entender, es “todo lo que sale de un espíritu vulgar”, “todo lo que hiere al ojo” aunque reconoce que “la gente a veces tiene la necesidad de expresarse mal y lo hace”.

Y para concluir destaca las oportunidades educativas y cómo, bien aprovechadas, ayudarán a forjar el destino de cualquier persona: “Mi idea democrática es la maravilla de tener todos al inicio las mismas posibilidades. Después, lo que hemos hecho cada uno de nosotros con nuestras vidas y a lo que nos hemos dedicado o no, eso nos da la diferencia”. Para él, sin dudas, la exigencia es la clave del éxito por eso las “torturas” del “odioso” y “genial” Vicente Scaramuzza, su maestro, le han permitido ser quién es hoy y “poder tocar hasta dormido” muchas de las obras que incluye en su repertorio.

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