Cómo soltar a los hijos y no desesperar en el intento

Momento clave y delicado para criar a los hijos: la adolescencia es una etapa bisagra en la que hay que empujarlos hacia la independencia. Cómo hacen los padres para darles autonomía en un mundo cada vez más hostil

Por LAURA AGOSTINELLI

“Libertad”, responde Anabela Zanelli después de sopesar qué le falta a la infancia de hoy comparada con la de 30 años atrás. Su hijo Enzo, que tiene 12 y está a su lado, la corrige: “Tengo aire acondicionado, HD, juego con mis amigos online ¿qué más quiero? Yo soy libre acá adentro”. Claro, el concepto de libertad es amplio. Quizá treinta años atrás los chicos también se creían libres, pero por otros motivos: el descampado, los árboles y la calle eran el terreno para sus juegos. Ahora, son tierra de nadie.

Anabela (44) creció en El Dique, Yamila Maya (38), en Villa Elisa y Magdalena (32), en Ringuelet. Las tres madres recuerdan una infancia al aire libre, de barrio. Hoy, al criar a sus hijos se enfrentan con los dilemas de una nueva realidad en la que hay cada vez menos vereda y más tecnologías. ¿Todo tiempo pasado fue mejor?

CAMBIOS DE RITMO

A la edad de su hijo, Anabela ya iba al centro con sus amigos a tomar licuados. A los 17 era natural volver a pie desde el boliche Metrópolis a casa de una amiga. Todos lo hacían. Hoy sus hijos están en edades cruciales: Enzo entra con doce a la adolescencia y Francisca, a los nueve, se encamina hacia el mismo proceso. Crisis más, crisis menos, para todos los que la atraviesan esta etapa les depara: cuestionamiento de todo, cambios en la imagen y las amistades, curiosidad sexual, búsqueda de la identidad, y, por supuesto, muchos granos. Se vuelven cada vez más independientes, pero no es entonces cuando se inicia el proceso de autonomía.

“Al nacer, el niño depende completamente del adulto. A medida que crece sociabiliza con otros, más allá de su familia: primero con los nenes de la plaza, después va al jardín y a la escuela”, explica Yamila Huezo Castro, psicopedagoga. “Madura utilizando sus propios recursos y genera cierta autonomía respecto del adulto, que después repercutirá en la adolescencia”.

Al nacer, el niño depende completamente del adulto. A medida que crece sociabiliza con otros, más allá de su familia: primero con los nenes de la plaza, después va al jardín y a la escuela. Madura utilizando sus propios recursos y genera cierta autonomía respecto del adulto, que después repercutirá en la adolescencia”

Aunque Francisca y Enzo crecieron en Tolosa, ninguno lo hizo jugando en la vereda a sus anchas, sin supervisión de un mayor. Desde 2010 el barrio dejó de ser tranquilo. De todos modos Anabela intenta que su hijo dé los primeros pasos hacia la independencia. Unos meses atrás comenzó a ir a la escuela solo, pero hubo que suspender la prueba piloto: a un compañerito lo golpearon para robarle camino a la escuela. “Si los mirás, ya te quieren pegar”, comenta Enzo: “No tiene sentido”. A su mamá le preocupa que los asalten, sin embargo la asustan más los daños: “Siempre hubo robos pero ahora son cada vez más agresivos”.

Qué tiempos violentos. Según las Naciones Unidas, Latinoamérica es la única región del mundo en donde los homicidios se incrementaron entre 2000 y 2010. El dato positivo, si se quiere, es que hasta el final de esa década la Argentina estuvo en el primer puesto del grupo de países con baja tasa de asesinatos, luego empezó a descender la cantidad de homicidios y quedó segunda, por debajo de Bolivia, pero encima de Nicaragua.

Si se observa la cantidad de robos por cada 100 mil habitantes, nuestro país retuvo el primer puesto desde el 2005 (980 casos) al último registro, en 2011 (973). Le sigue Méjico (688) y Brasil (573). El informe resalta que generalmente son robos de bienes menores; que muy pocas personas los denuncian; que el mercado de bienes robados se amplió y que estos hechos son cada vez más cruentos. El 42,95% de los robos registrados en nuestro país durante 2012 fue con violencia.

Años atrás unos ladrones quisieron entrar en la casa de Anabela pero los disuadió la alarma. También hubo hurtos en el barrio, pero ella no quiere que su familia viva temerosa. Enzo va solo a hacer mandados y a visitar a los amigos del barrio. Su madre piensa ampliar esa libertad en la medida en que lo vea preparado. “Le enseño a andar con cuidado: que no tenga el celular a la vista en la calle, que no responda a las provocaciones de otros chicos, que avise cuando llega, que no le abra la puerta a nadie”, explica Anabela, “con miedo no se puede vivir”.

TEMORES CRECIENTES

Durante su niñez, la única regla para que Magdalena y sus tres hermanos salieran a jugar era que durante la hora de la siesta no se alejaran porque no había nadie en la calle. “Estaba la idea de que el vecino te iba a cuidar”, recuerda. Hoy, en su barrio de 525 y 13 esa costumbre se conserva: la plaza está flanqueada por dos bloques de 28 departamentos cada uno. Desde sus ventanas, al menos 60 pares de ojos vigilan aleatoriamente que los chicos jueguen sin peligro.

Aun así, Magdalena todavía no permite que su hija Valentina, de diez años, salga a jugar sola. Hasta hace poco hubo peleas entre chicos propios del barrio y ajenos. Ella sabe que Valentina es responsable como para encender hornallas e ir al almacén de enfrente. Sin embargo todavía no tiene idea de cómo se las arreglará para ir a la escuela el año que viene, cuando empiece el bachillerato de Bellas Artes. En su época, era otro cantar: ella iba en colectivo, sola.

“Cuando yo era chica los riesgos eran los mismos. Todos sabíamos que en el barrio había un viejo degenerado y conocíamos los lugares peligrosos. Sin embargo no te prohibían salir. Ahora escuchás noticias como: ‘fue a comprar pan y no volvió’ y te carcomen la cabeza”. Magdalena le da vueltas al asunto: “Después uno empieza a indagar y ve que en muchos de esos casos suele estar involucrado un familiar o conocido. Difícilmente alguien rapta un chico al boleo. Es imposible que a todos nos pueda pasar todo en cualquier momento, pero…”. Pero ¿y si pasa?

“Los latinoamericanos destacan a nivel mundial por el temor generado por la inseguridad”, dice el Informe de Naciones Unidas. Según el documento, no siempre hay un correlato entre la percepción que se tiene de la inseguridad y el riesgo real. “En los contextos de baja ocurrencia de hechos violentos y crímenes, basta una noticia que despierte la alarma de los ciudadanos para cambiar su percepción de la seguridad”. De los cinco factores que amplifican el temor se destacan: los medios de comunicación, que cuando difunden hechos delictivos puntuales, también plantean la probabilidad de que le ocurran a cualquiera; la transmisión de boca en boca de experiencias individuales que se convierten en miedos colectivos; la desconfianza interpersonal y en las instituciones: las personas se fían cada vez menos en la policía, la justicia e incluso los vecinos.

Antes yo era más perseguida. Después me di cuenta de que no podía vivir así la maternidad, sobre todo después de ver el mismo miedo en otras madres. Si seguís con eso, terminás criando un hijo inútil”

En Argentina, el 55% se siente inseguro caminando de noche por su barrio. La misma cifra que en Colombia. Magdalena es consciente de los riesgos que implica transmitir los temores propios a su hija: “Antes yo era más perseguida. Después me di cuenta de que no podía vivir así la maternidad, sobre todo después de ver el mismo miedo en otras madres. Si seguís con eso, terminás criando un hijo inútil”. ¿Hasta qué punto se los puede proteger de todo? Se pregunta.

CUIDAR POR DEMÁS

La sobreprotección es una consecuencia habitual de los temores paternos. Todavía no existen estadísticas de los daños que ocasiona pero es conveniente advertir sobre sus riesgos. Al resolverle los problemas -desde los más domésticos, como vestirlo dormido para que vaya a la escuela, hasta sociales, como sacarlo del club ante la menor frustración- el mensaje que los padres le dan a su hijo es este: vos no podés. “Así no fomentan la necesidad de independencia”, explica la pediatra y psicoanalista Felisa Lambersky de Widder. Sus hijos suelen vivir apegados a ellos y cuando se presenta la oportunidad de tenerlos lejos, temen a la soledad y a la pérdida. “De adultos, estas personas muestran más dificultades para socializar o formar pareja”, advierte la psicóloga.

Para evitar caer en la sobreprotección, Lambersky aconseja que les enseñen a sus hijos las precauciones de siempre: que no hablen con extraños, que no acepten nada de ellos, que no dejen que nadie los toque, entre otras. Y que empiecen por pequeñas pruebas. Si el miedo de los padres persiste, lo mejor será buscar ayuda profesional –para ellos-.

La infancia de Yamila Maya también fue dorada. Jugaba a la pelota, a la mancha y a las escondidas. Hoy su hijo Bautista, de 10, no hace nada de eso. Ella prefiere postergar la planificación del momento de soltarle la mano hasta que empiece el secundario. ¿Cuáles son sus miedos? “Todos”, confiesa y se asume sobreprotectora.

Según la psicopedagoga Yamila Hueso Castro, hay que fomentar la confianza en los chicos antes de que se conviertan en adolescentes. “Si eso se demora, se genera dependencia e inseguridad”. Felisa Lambersky coincide en que el proceso es gradual y empieza desde la niñez: “Si se le enseña a ayudar en el orden de la casa, se lo acostumbra de a poco a ejercitar la solidaridad y la capacidad de colaboración, se desarrolla en el chico la idea de independencia”.

Cuando Magdalena le dice a su hija “lavala” cada vez que quiere usar una prenda que está sucia, que no se ocupó de poner para lavar y que ahora necesita, le enseña justamente eso. “Tiene que pensar más allá de sí misma, si no ve solo su ombligo y cree que el mundo funciona mágicamente. Después sale a la calle y se encuentra con que las cosas no son tan armónicas”.

TECNOLOGÍA INELUDIBLE

En la tablet el niño ve un tren, lo desplaza sobre un paisaje que cambia y, si se aburre, elige otro juego. Todo está a su alcance. Cuando la apaga, cualquier situación que no se pueda resolver tocando una pantalla es irritante. “Son muy hábiles en todo lo digital pero con las cuestiones mecánicas se frustran muy rápido”, reconoce Magdalena.

“Antes yo era más perseguida. Después me di cuenta de que no podía vivir así la maternidad, sobre todo después de ver el mismo miedo en otras madres. Si seguís con eso, terminás criando un hijo inútil”

“Las tecnologías permiten el acceso inmediato a lo que se busca y eso hace que cuando los chicos quieren algo y no lo tienen en el momento se frustren”, explica Lambersky. Sin embargo no es el único factor que hace que los niños pierdan la capacidad de esperar y de volver a intentarlo, también está la dificultad de los padres para poner límites: “ahora disponen de menos tiempo que antes, entonces tratan de suplir esa falta dándole al chico lo que pide, cuando lo reclama, y no siempre eso es lo que necesita”.

La psicóloga recomienda que los adultos hagan un mix: que jueguen un con sus hijos, que también los dejen hacerlo solos, y otro rato lo hagan con amigos. Que se valgan de juguetes y también con juegos electrónicos: “no se les puede prohibir. Hoy la tecnología es inevitable”.

HABLANDO LAS FAMILIAS SE ENTIENDEN

Hace poco que Valentina tiene celular y perfil de Facebook. Para poder crearlo, Magdalena le puso tres condiciones: que no subiera fotos, que solo incluyera a sus amigos y que ella tuviera acceso irrestricto. “Cree que soy paranoica”, cuenta la mamá “se mezcla eso con la soberbia adolescente. Todos a esa edad nos las sabemos todas”. A pesar de esa resistencia, ella se toma el tiempo de explicarle a su hija por qué quiere que las cosas sean así.

Anabela no revisa los perfiles de sus hijos pero sí pide explicaciones sobre qué están haciendo o por sus nuevas amistades. No establece horarios fijos para que Enzo juegue con el celular “él sabe que cuando se va a dormir lo tiene que apagar”, explica, pero Enzo le aclara “yo a la madrugada juego”, ella insiste: “Trato de que entienda que está bueno que el cerebro descanse”, Enzo insiste: “sí, pero también está bueno jugar a los jueguitos”. Todo indicaría que hay un tema para volver a charlar en un rato.

Y sí, los tiempos actuales demandan más predisposición al diálogo por parte de los padres, también nuevos recaudos a la hora de salir a la calle y una mayor inclinación a negociar antes que a imponer. ¿Para qué tomarse tanto trabajo? Anabela quiere que cuando sus hijos desplieguen las alas sean gente buena y solidaria. Yamila anhela que Bautista sea un hombre de bien. A Magdalena le gustaría que Valentina sea feliz y que comprenda que la felicidad es colectiva. No sabemos si todo tiempo pasado fue mejor, pero sí es cierto que lograr eso, en un mundo cada vez más hostil, nunca fue tan difícil como ahora.

“Al nacer, el niño depende completamente del adulto. A medida que crece sociabiliza con otros, más allá de su familia: primero con los nenes de la plaza, después va al jardín y a la escuela. Madura utilizando sus propios recursos y genera cierta autonomía respecto del adulto, que después repercutirá en la adolescencia”

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