Curas abusadores y comisarios espiones
| 31 de Diciembre de 2016 | 02:52

Por | ALEJANDRO CASTAÑEDA Mail: afcastab@gmail.com Periodista y crítico de cine
El alumnado está difícil. Es cierto. Pero también hay maestros que merecen amonestaciones y expulsiones. Las andanzas en La Plata y Mendoza de un par de sacerdotes del Instituto Provolo dejaron con pocas ganas de profesar a más de un chiquilín. Uno de estos curas llegó de Italia con la etiqueta de abusador. Y lo mandaron para aquí, imaginando quizá que en La Plata se iba corregir. ¿Por qué poner a violadores al frente de un instituto de menores? Para ellos, fue un premio más que un castigo. Este incomprensible traslado desafió la tentación de dos perversos que guardaban bajo la sotana sus peores penitencias. Su ruin catecismo rozaba la crueldad. Los pobres chicos, desamparados, necesitados, sordomudos, debían asumir esas dolorosas esas entregas como parte del aprendizaje y la devoción. Y les prometían el cielo eterno para llevarlos a peregrinar por sus infiernos.
Todos los días aparecen aprovechadores que abusan de su posición. Y esta semana se supo lo de ese comisario que tenía a su cargo el curso de capacitación de la Policía Local, en Brandsen. Concurrían unos setenta aspirantes (muchachas y muchachos). Por el cambio de gobierno y en busca de una mayor exigencia, se rehicieron los programas. Y los estudiantes encontraron algunas novedades que los confundieron. Se alargó el curso y la escuela se mudó de Brandsen a Jeppener. Ese cambio traería otros. En ese nuevo lugar, bañarse empezó siendo un operativo riesgoso. ¿Era parte del aprendizaje? No había agua caliente. Los cadetes debieron enfrentar una contingencia que los obligó de entrada a una lucha heroica con una ducha que los dejaba tiritando. Es cierto que la formación policial les enseña a tener que enfrentar lo que salga; pero desnudos, en invierno y con agua fría, hasta el más servicial puso en duda su vocación. Estaban los calefones y la instalación, pero como Camuzzi –cuentan- no les daba el Ok, hubo que elegir entre temblar bajo el agua o dejar el aseo para el día de franco. Por eso, cuando llegaron los calefones eléctricos, que tardaron bastante, los desodorantes tuvieron una tregua y la tropa sintió que renacía. Porque hasta allí lo único que andaba caliente era ese comisario entrometido y sigiloso, al que más de una vez lo encontraron curioseando zonas prohibidas y enseñando lecciones de disimulo y sorpresa.
Ese comisario estaba a cargo de la Escuela. Un hombre de conducta extraña que enseguida generó sospechas entre esas chicas a las que él enseñaba precisamente a sospechar de todo. Las flamantes oficiales entre prácticas y teoría aprendieron a descifrar cualquier bulto, venga o no de los superiores. Y no tardaron en empezar a tipificar como acoso esas recorridas. Y a potenciar un poco más su sentido del alerta y la desconfianza. Cuando primero notaron que el comisario las espiaba en el vestuario, creyeron, porque las chicas de Brandsen son bien pensadas, que lo de perfeccionar el espionaje podía ser parte de alguna materia nueva. Y lo dejaron hacer, tomando por supuesto algún cuidado. Pero la cosa fue subiendo de rango. Y las denuncias que luego presentaron mencionan de que más allá de alguna insinuación o algún piropo extra curricular, el comisario empezó a darle más deseo a sus patrullajes. Cuando escuchaba las duchas era como si sonara la sirena. Y el avistaje de aspirantes empezó a ser parte del programa de entrenamiento. Lo máximo fue cuando un día, las chicas, bajo las duchas, advirtieron la presencia del instructor, que parecía querer repasar prácticas de cacheo, mientras simulaba revisar cañerías para constatar temperatura y enjabonadas.
Bañarse en esa escuela, evidentemente, seguía siendo peligroso. Y Las aspirantes tardaron casi nada en dar aviso a la autoridad sobre las andanzas de un docente que se camuflaba de intruso para aparecer en lugares indebidos. Como los polis de estos días se han vuelto tan específicos, más de uno pensó que el jefe de Jeppener estaba más para la policía montada que para la infantería preventiva. La denuncia de las alumnas fue atendida y, sin darle chance al acusado, el intendente le gatilló el traslado y dio intervención primero a Asuntos Internos y la Distrital, para después presentar una denuncia penal ante el fiscal Mariano Sibuet. En menos de una hora, el comisario espión dejó de ser el instructor de la Policía Local y en su lugar, por las dudas, enviaron a Jeppener una mujer, la comisario Fabiana Blanco. Y entonces sí, con agua caliente y sin espiones a la vista, por fin las chicas pudieron bañarse tranquilas.
El comisario mirón de la Policía Local de Brandsen, cuando escuchaba las duchas era como si sonara la sirena. Y el avistaje en baños y vestuarios empezó a ser parte del programa de entrenamiento.
Los curas del Instituto Provolo guardaban bajo la sotana sus peores penitencias. Los pobres chicos del Instituto debían asumir esos abusos como parte del aprendizaje y la devoción. Con la promesa del cielo eterno, los sacerdotes los llevaban a peregrinar por sus infiernos
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