Loable iniciativa para conseguir una mayor educación vial entre automovilistas y peatones

Hace tiempo que desde esta columna se viene señalando que una buena base educativa en los automovilistas y peatones constituye el mejor aporte a la seguridad vial, más allá de reconocer que el tránsito es un fenómeno multidisciplinario y que, por ello, son numerosos los factores que inciden a la hora de explicar los accidentes y las consecuencias muchas veces dramáticas que se desprenden de ellos. De allí que no pueda menos que apoyarse la decisión municipal de haber iniciado en escuelas de la Ciudad una serie de charlas y talleres destinados a concientizar a los chicos sobre el comportamiento que deben observar en la vía pública.

El programa educativo sobre seguridad vial se encuentra brindado por agentes de la subsecretaría de Convivencia y Control Ciudadano. Según se explicó en la Comuna, el propósito es promover la seguridad personal y social, formando desde el Jardín de Infantes peatones y futuros conductores responsables. Añadieron que el resultado de las primeras experiencias fue sumamente positivo.

Sin duda que el comportamiento indisciplinado de automovilistas y peatones, que se resisten a cumplir con las leyes que regulan el tránsito, se ve también acompañado por un casi completo desconocimiento, ya no sólo de los cuadros normativos específicos, sino de los principios básicos que hacen a una buena convivencia social. Está claro que sobre esas bases tan frágiles no pueden aguardarse mejorías en un tránsito cada vez más caótico y peligroso.

También es cierto -y así lo suscribe la opinión de los especialistas- que los operativos callejeros de control debieran ser tan constantes como esclarecedores, en lugar de convertirse en meras campañas recaudadoras y carentes de todo valor formativo. De sobra se conoce que se actúa muchas veces en forma impulsiva, como ocurre con operativos como el del control de alcoholemia, inicialmente considerados imprescindibles y que luego, gradualmente, pierden intensidad. Los resultados serían más positivos si los controles persistieran, sin desmayos ni paréntesis, divulgándose a partir de ellos principios educativos que fortalecerían, inclusive, la lucha contra el alcoholismo y sus graves derivaciones.

Sin embargo, es preciso atender al testimonio de los expertos que no dejan de aludir a la falta de conciencia de automovilistas y peatones. Los primeros circulando a velocidades no permitidas, avanzando por las banquinas, sobrepasando vehículos en maniobras muy riesgosas o no respetando las señales y semáforos. Los segundos, cruzando calles fuera de las sendas peatonales, sin respetando tampoco los mínimos niveles de prudencia.

Es verdad que existen muchos otros factores que explican la inseguridad vial. Se sabe que la mayoría de las rutas y calles son angostas y carecen de separación de carriles. En ellas impera una falta absoluta de alumbrado, señalizaciones deficientes, carencia de banquinas o de vías de escape y, sobre todo, pavimentos obsoletos, sumamente riesgosos para desplazarse.

No obstante ello, importa poner el acento en la falta de educación de conductores y peatones, considerada por los especialistas como causa decisiva de muchos accidentes. De allí la importancia de que se impulsen programas como el aquí mencionado, destinados a que los niños y jóvenes comprendan la responsabilidad social que les toca. El aprendizaje en edades tempranas adquiere una particular importancia y de allí la conveniencia de ponderar esta iniciativa.

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