La historia que instaló la polémica
| 16 de Abril de 2016 | 23:24

“Conozco a un hombre casado, padre de dos hijos, que compró un motel de veintiún habitaciones cerca de Denver hace algunos años para convertirse en un voyeur de tiempo completo. Con el apoyo de su esposa, cortó unos agujeros rectangulares en los cielorrasos de una docena de cuartos y los cubrió para que parecieran rejillas de ventilación a fin de usarlos como mirillas desde el ático. De este modo espió a sus huéspedes durante décadas mientras llevaba un exhaustivo registro de lo que veía y escuchaba. Nunca fue descubierto”.
Con esta descripción arranca un reportaje publicado el lunes pasado en la revista The New Yorker por el escritor norteamericano Gay Talese. El artículo, donde su autor narra cómo conoció al peculiar hotelero y fue su cómplice alguna vez, tuvo una enorme repercusión por la polémica que generó alrededor de una conducta siempre cuestionada pero que hoy resulta muy común a nivel social.
Como relata Talese, el dueño de aquel motel, un hombre llamado Gerald Foos, lo contactó en 1980 luego de leer sus crónicas sobre infidelidad, sida y las costumbres sexuales de los estadounidenses en los años cincuenta. En una carta, el voyeur le confesaba haber visto “todas las emociones humanas, del humor a la tragedia”, incluidas las más diversas parafilias, durante durante 15 años, y le ofrecía esa información.
Tras dudarlo durante algunos días, Talese cuenta que aceptó la invitación del dueño del motel de pasar unos días con él y mostrarle su ático secreto desde donde espiaba a los huéspedes. “Lo hago por mi limitada curiosidad sobre la gente y no sólo por un voyeurismo insano”, le confesó Foos que en 2013, a sus 78 años, le permitió al escritor contar su historia con nombres y apellidos, por entender que su delito había prescrito y sus huéspedes ya no lo podrían demandar.
Pero lo cierto es que aunque los huéspedes de aquel motel –que se llamaba Manor House, estaba en la localidad de Aurora y fue demolido hace dos años- ya no podrán recurrir a la Justicia, su antiguo propietario no quedó a salvo de la condena social. Desde la publicación del artículo en el New Yorker, Foos vive encerrado en su casa de Colorado por una avalancha de amenazas de muerte y el propio Talese, que prepara un libro sobre el tema, se convirtió también en blanco de severas críticas por su complicidad.
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