El clavel del aire, un enemigo silencioso que avanza sobre el arbolado de la Ciudad
| 31 de Julio de 2016 | 01:42

Causa y consecuencia, según cómo se lo mire, de la decadencia de parte del patrimonio forestal platense, los claveles del aire siguen ganando presencia en el paisaje urbano de la Ciudad. En las calles y plazas del casco histórico, cada vez son más los árboles cuyas ramas están colonizadas por estas plantas que encienden una luz de alerta acerca de su estado fitosanitario y la seguridad en la vía pública, a pesar de los esporádicos esfuerzos oficiales por controlar su proliferación.
Los ejemplos abundan. Por estos días, en diagonal 79 entre 54 y 55 pueden observarse, con pocos metros de distancia, sendos ejemplares infestados con claveles; desnudos por el invierno, se advierten débiles y quebradizos, y es improbable que vuelvan a brotar en la próxima primavera. Cuánto de esa decrepitud se deba a estas bromeliáceas que cubren sus ramas, es materia de discusión.
El impacto de los claveles, del género Tillandsia y con tres variedades predominantes -“aeranthos” o “grande”, “recurvada” o “chica” y “usneoides” o “barba de monte”- es materia de debate. Si bien son epífitas y no parásitas, es decir que usan a sus hospedantes como sostén y protección pero no se alimentan con sus fluidos, algunos investigadores consideran que generan compuestos que van enfermando las ramas.
Otros expertos descartan esta posibilidad, pero sostienen que el daño se inflige de otra manera, con la competencia por luz solar, el aumento de peso y la obstrucción de nuevos brotes en las ramas afectadas. Lo cierto es que avanzan sobre ejemplares deteriorados, viejos y sometidos a stress por corte de raíces, malas podas, sequías, ataque de insectos o contaminación, y son parte de un círculo vicioso que termina en la muerte.
La germinación de los claveles del aire requiere que existan áreas rugosas, que en sus pliegues conserve cierto grado de humedad y no esté sometida a bruscos cambios de temperatura. Allí arraigan las semillas llevadas por el viento o los pájaros. Por eso, especies forestales como los lapachos, cipreses, cedros, pinos, ginkgos, algarrobos, tilos, liquidámbares, cítricos, fresnos, arces, olmos, ligustros, tipas, jacarandás, son susceptibles a los ataques.
De superficies muy lisas, los crespones o árboles de Júpiter -como puede verse en 17 entre 60 y 71-, sufren como pocos la invasión de claveles. Menos propensos a padecerlas son los eucaliptos, araucarias, robles o plátanos, que renuevan periódicamente su corteza, generan sustancias “antibióticas”, o dejan entrar escasa luz solar al interior de sus copas.
Avanzan sobre ejemplares deteriorados, viejos y sometidos a stress por corte de raíces, malas podas, sequías, ataque de insectos o contaminación
En cualquier caso, a medida que envejecen, las ramas de todos los árboles se tornan más porosas; se cubren de hollín, oleosidad y líquenes, generando superficies aptas, sobre todo en la parte superior de las que son paralelas al suelo, para que medren las variedades de Tillandsia, que en nuestra región son naturales del monte ribereño y la Selva Marginal.
En el INFIVE (Instituto de Fisiología Vegetal, dependiente de la Universidad Nacional de La Plata y el CONICET), se subraya que “quienes sostienen que el clavel del aire resulta perjudicial aseguran que genera un compuesto volátil que enferma a la planta hospedante y la termina matando; pero la verdad es que ese compuesto nunca se ha podido aislar. Y en cuanto al riesgo de daño por acción mecánica, se requiere que la carga sea muy grande y las ramas estén ya deterioradas para que se lleguen a romper”.
De resultado impredecible, la batalla contra estos invasores sigilosos se puede encarar desde varios frentes: retirando a mano los manojos o individuos adheridos a las ramas, cepillando luego las más gruesas; removiéndolos antes de la floración para evitar esparcir semillas; aplicando en las partes afectadas agua a alta presión o sulfato de cobre diluido para desprenderlos; y podando las ramas demasiado complicadas, para acotar su población, bajar el potencial de reinfestación, mejorar el equilibrio del árbol y descartar riesgos de accidentes.
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