Un difícil equilibrio

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La constante indefinición sobre qué hacer con los históricos adoquinados termina sumiendo a numerosas calles en un estado de endémica destrucción. Si a este descuido se suma el impacto del duro y desnivelado empedrado sobre la carrocería de los vehículos, y el riesgo vial que implica los días de lluvia, cuando esa clase de pavimento se vuelve resbalosa, se entiende porqué incontables automovilistas, ciclistas y motociclistas prefieren el camino liso y allanado del asfalto y el hormigón.

Las ciudades modernas deben afrontar el desafío de poder mantener vivos sus rasgos históricos sin que eso les impida aggionarse a los nuevos tiempos, y, como se busca en las grandes urbes del mundo, agilizar el tránsito, facilitando, de ese modo, la vida a los vecinos.

 

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