Desventura Platense con Final Feliz

Desventura Platense con Final Feliz

Roberto G. Abrodos

Lo que podría haber sido una desgracia se convirtió en una anécdota contada con diversas miradas, que se transformó en amistad y ocasión para reunirse y socializar en una ciudad que salvo los chismorreos naturales de la vida diaria de aquella época, no sucedía nada extraordinario, hasta que un viaje de placer realizado en 1930 tendría con el paso del tiempo ribetes sociales muy distintos, ya que el viaje terminó por un motivo inesperado y desgraciado, donde el infortunio se trastocó en un episodio con ribetes de aventura, donde la solidaridad de un pueblo dio una lección con epílogo feliz.

Las soñadas vacaciones comenzaron el 15 de enero de 1930 en el puerto de Buenos Aires en  donde entre los 1200 pasajeros que se embarcaron en el buque Monte Cervantes se encontraban catorce platenses conformados  por María Regina Anasagasti, Rosa V. Rey, Josefina Passadori , Dora E. y Aída E. González Arzac, Delia Zapata, Marta Castillo, Elba y Esther Soba, Paulina Claro, Ana Schiaffino, Magdalena Rozas, Humberto D’Amelio y Juan Manuel Soba, algunos apellidos destacados en una ciudad donde todos se conocían.

La mencionada  profesora Passadori vecina de La Plata desde niña y nacionalizada argentina a temprana edad, en 1922 egresó de la Escuela Normal Nacional Nº 1 Mary O. Graham, institución en la que luego ejerció la docencia durante casi cuarenta años en varias asignatura, contaba tiempo después el suceso “el primer  turno estaba terminando de almorzar y se llamaba ya al segundo. Un grupo de pasajeros, del que formaba yo parte, y compuesto en su mayoría por platenses, era el primero en abandonar el comedor, teniendo por hábito instalarnos en el puente de proa para obtener más amplia visión de los paisajes. Eran aproximadamente las 13 hs. cuando un recio golpe, que produjo un fuertísimo sacudir, y un gran estrépito, nos hizo perder posición, haciéndonos caer, mientras el barco perdía su horizontalidad de por lo menos treinta grados, repuestos del natural estupor, inquirimos qué ocurría y se nos dijo que nada, que era cuestión de pocos momentos lo que en realidad sucedió.

El barco volvió a tomar su posición normal, mientras apresuradamente se echaban anclas y se desarrollaban maniobras de urgencia, pero sin apresuramientos que hicieran sospechar la realidad. Poco después los camareros comenzaron a salir cargados con salvavidas que fueron entregados a los pasajeros.   Fue entonces, que se me ocurrió llegar hasta mi camarote y de allí alcancé a retirar mi máquina fotográfica, mi cartera con dinero y documentos, una valijita y un abrigo, enseguida pudimos notar que la anormalidad se agravaba y comprobamos que el puente inferior se hallaba totalmente anegado…”

El Monte Cervantes fue un buque alemán mixto de carga y pasajeros, botado el 25 de agosto de 1927, siendo el tercero de los cinco buques de su clase. Tenía 160 metros de eslora, y hacía la ruta Buenos Aires, Puerto Madryn (Chubut), Punta Arenas (Chile), Ushuaia. La embarcación salió del puerto de Buenos  Aires pasó frente a Mar del Plata e hizo escalas, aparentemente demasiado breves, en Puerto Madryn y Punta Arenas. El 21 de enero de 1930, el Monte Cervantes hizo escala de 15 horas en el pueblo de Ushuaia, que contaba con 800 habitantes, de allí partió el 22 con destino a bahía Yendegaia (Chile). No se sabe si por decisión del Capitán o del piloto Rodolfo Hepe, en lugar de llegar hasta el faro Les Eclaireurs, se utilizó el paso del mismo nombre, chocando contra un bajo fondo. El Capitán reaccionó rápidamente y antes de que se quedara sin motores, llevó al buque hasta los islotes Les Eclaireurs donde lo encalló; de esa forma la tripulación pudo bajar los botes salvavidas y salvar a todos los pasajeros. El barco de carga Vicente López respondió al S.O.S. y comenzó a cargar a los pasajeros que encontraba en su camino.

Todos los náufragos pudieron ser rescatados en el mismo día pero debieron esperar una semana a que el buque Monte Sarmiento los viniese a recoger y los llevase nuevamente a Buenos Aires. Los náufragos debieron repartirse en diferentes casas de familia y el patio del presidio (incluso se techó). En Ushuaia no había más que una pensión con pocas camas. Es destacable la solidaridad demostrada por los habitantes de Ushuaia y los presos, que donaron mediante un comunicado, la mitad de su ración de comida.

El 4 de febrero de 1930 se reunieron en la confitería Paris de calle 7 y 54 en un lunch de camaradería los componentes del grupo de platenses formado a bordo del Monte Cervantes y que se mantuvo solidario y firme durante y después del desarrollo del suceso. En la reunión de animado ambiente se cambiaron impresiones alrededor de la difícil emergencia que les tocó ser actores, se rememoraron escenas y se dio rienda suelta la ponderación de los que mejor supieron afrontar las dificultades, produciéndose aplausos y vítores. Pero las actividades sociales continuaron ya que las ex alumnas de la Escuela Normal Mary O. Graham ofrecieron el sábado, 8 de febrero de aquel año en la confitería La Platense de 8 y 51 un agasajo con motivo del feliz regreso de las asociadas que efectuaron el viaje.

El tema siguió dando tela para cortar y aprovechar,  ya que en el conservatorio Verdi con una numerosa concurrencia, a fines de febrero organizada por la asociación de ex alumnas de la Escuela Normal Nacional de Profesoras Mary O. Graham, ofreció una disertación la Profesora Josefina Passadori denominada “Impresiones de mi viaje a los canales fueguinos”. Con el ambiente colmado por una multitud, la profesora volvió a contar con lujo de detalles y ante la expectativa de toda la concurrencia femenina los detalles y vestimentas de las damas del barco y otras precisiones de parejas de extranjeros,  gastronomía del comedor, paisajes e intrigantes curiosidades de la absorta concurrencia.

Como corolario, la nave dejó una serie de misterios que ya son parte de la historia de este hundimiento. En donde sólo hubo una víctima, el capitán Teodoro Dreyer, quien había desaparecido, hubo varias hipótesis pero lo cierto es que no se supo más de él, nunca se encontró el cuerpo y su viuda ofreció recompensa por información sobre su esposo, sin resultado. La imaginación colectiva creó relatos que cuentan que lo vieron desembarcando en la Isla Navarino con un supuesto cargamento de oro que nunca se halló.

 

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