Cinco minutos de furia y terror

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Y el día se hizo de noche. Eran cerca de las ocho y media y la luz del cielo se empezó a apagar como si todo, de golpe, fuese entrando en un pozo negro e infinito que amenazaba con oscurecer el mundo. Como una escena de cine catástrofe. O como una pesadilla que, en una ciudad post inundada y golpeada por los fantasmas de la lluvia, viene en forma del peor y más temible de los recuerdos.

Fueron cinco minutos. Poco más, poco menos. Cinco minutos de furia y terror. Cinco minutos donde el viento y el aguacero salvaje, casi metálico, casi conocido, amenazaban no sólo con volar árboles, carteles y puestos de diarios, sino también la Ciudad misma. Cinco minutos desesperados. O de pánico, al decir de la gente que a esa hora se refugiaba y miraba hacia arriba como buscando alguna respuesta o, al menos, un poco de piedad. En ese lapso de tiempo, breve y casi efímero para cualquier cronología pero interminable para quienes padecían la lluvia, el cielo se oscureció aún más y por un instante sobrevoló una idea de tragedia y voracidad, acaso de abandono, marcada como huella en la memoria platense. Hubo corridas. Autos frenéticos y conductores que, en medio del vendaval, no sabían si estacionar bajo el aguacero con posibilidad de granizo o bajo los árboles con posibilidad de caída. Gente que desde sus oficinas se asomaba a las ventanas y seguían la escena sin decir nada pero sabiendo de qué se trataba todo. Carteles agitados por el viento y estallidos de vidrios que aguantaron hasta donde pudieron. Vecinos a los que las casas se les empezó a inundar y cuadras y veredas desbordadas por los desagües aún más desbordados. Hubo desesperación. Cinco minutos de desesperación.

Y hubo también, por la hora de la tormenta y por su breve y fugaz explosión, vecinos que de nada se enteraron. Muchos, incluso, que se despertaron a las nueve o poco menos y no daban crédito al relato que les llegaba. El sol asomado entre las nubes y la quietud del aire parecía darles la razón. “¿Tan fuerte llovió?”, se animaban a preguntar algunos. “¿Para tanto fue?”, dudaban otros. En tiempos de celulares, videítos que se viralizan y redes sociales que nos informan de todo y de todos, esa duda duró poco. Muy poco. Casi tan poco como lo que duró la noche en pleno día.

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