Soltar

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Te veo cara conocida, me dice. Nos habíamos conocido años atrás. Me pide que lo espere. Acaba de terminar de ensayar, rodeado de jóvenes que lo miran con embeleso. Estamos en su estudio de la calle 13, es mediodía. Miércoles. Hace calor. Vestido de negro, cómodo, remera escote en v, baja al salón de danza. Lo camina mirándose al espejo, su gran compañero. Lo observo desde arriba. Se mueve con plasticidad, sigiloso, como un gato. Él es Gato en el horóscopo chino, me dirá minutos después. Guarda cosas sueltas y se descalza las zapatillas de ballet: pienso en la cantidad de veces que se las habrá puesto y sacado en estos 28 años. No lo puedo imaginar. Sube, nos reencontramos, me invita a pasar a la cocina. Se siente en su casa. Está en su casa. Prende la pava eléctrica, yo prendo el grabador. Me llama la atención su anillo, de oro, en el anular derecho. Es un sello, delicado, formal. Como él. La pava chilla, el agua a punto. ¿Tomás mate? Sí. ¿Amargo? Sí. Lo noto relajado, me dice que sí, que cómo no se dio cuenta antes... Lo hubiera disfrutado más. La charla fluye. Los temas se diluyen. Llegamos al final. Suelto el grabador. Iñaki, la danza.

 

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