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“Sintonía fina” para empezar a ganarle a la pobreza

Por R. CLAUDIO GÓMEZ

R. CLAUDIO GÓMEZ (*)

20 de Diciembre de 2018 | 03:13
Edición impresa

La estadística es, desde que se acuñó el término en 1749, la ciencia de los datos del Estado. Números que, al fin y al cabo, permiten a los gobiernos objetivar los logros y desafíos de la gestión a su cargo, así como la situación social general de sus gobernados. Son cifras que impulsan a la acción. O deberían serlo.

Un total de 6.300.000 chicas y chicos y adolescentes del país viven en la pobreza. Así lo revela un estudio que Unicef difundió hace pocos días. El informe refleja que “el 48% de los chicos argentinos son pobres y la mitad de estos muestra ‘severas’ privaciones de derechos fundamentales”. Entre los padecimientos que se cuentan como producto de esta condición social está “vivir al lado de un basural, en una zona inundable o padecer problemas de acceso al agua potable”. No son, por supuesto, los únicos problemas.

Esos datos provienen de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) del primer semestre de este año. Unicef informó que los chicos de 0 a 17 años alcanzan un valor de pobreza 10 puntos por encima del registro de la población general (38%). En datos duros, la circunstancia concentra a 6,3 millones de niños, niñas y adolescentes.

Como de cualquier estadística, de esta también se pueden desprender conclusiones. No obstante, sin acción, las conclusiones no son más que palabras, teoría vacua.

En su libro “Historia de la sociedad de la información”, Armand Mattelart recuerda la máxima de Francis Bacon sobre los números: “La virtud de las cifras es triple: leerlas y escribirlas no exige mucho trabajo; es imposible descifrarlas; y, en ciertos casos, están más allá de toda sospecha”, sostenía el filósofo inglés en 1605, en defensa de la ciencia de los hechos.

Al parecer, los números cumplieron la profecía de Bacon: se transformaron en materia de utilidad para una sociedad tan ávida por satisfacer su curiosidad estadística como indispuesta a resolver o exigir resolución a problemáticas acuciantes.

“Los planes sociales, imprescindibles en un momento, hoy resultan insuficientes para luchar contra la pobreza”

 

En términos sociológicos, los números funcionan como formas de catarsis estatal.

El concepto con que los estados resumen la imposibilidad es el de la urgencia. Sobre la urgencia, en el mejor de los casos, las medidas son intempestivas e inocuas. La sobreactuación abunda con la misma impronta con la que proliferan los lamentos circunstanciales.

Lo que el Estado debe entender es que aquellos problemas que no encuentran salida no permanecen estáticos, por el contrario, empeoran. Lo que ahora no se resuelve será mañana un problema mayor, más difícil, acaso insoluble.

EL PLAN SIN PLAN

Un claro ejemplo de esta desorientación es otra vez un concepto. En este caso, el concepto de Plan.

Los gobiernos y sus adláteres pregonan la importancia de la distribución de planes sociales de diferente índole. Imprescindibles en un momento, hoy resultan insuficientes. Sin embargo, no es esa deficiencia la causa de la inefectividad de los planes asistenciales. Contrariamente, el error conceptual del que deriva la problemática de la pobreza es considerar a la asistencia económica como un plan. Se trata de un Plan en la medida de que es un programa que depende del estado, que lo instituye y gestiona, pero no es un plan para el beneficiario, ya que el apoyo económico estatal carece de proyección.

Quien recibe el beneficio no recibe un plan; recibe una suma de dinero, pero el estado se corre de la responsabilidad de guiar o apoyar el destino social del destinatario.

En síntesis, la idea sibilina de pensar que la responsabilidad de la sociedad se agota en el pago de impuestos y en su conversión en planes sociales que luego redistribuye el Estado constituye un error conceptual. Quienes están en la pobreza reciben un exiguo capital monetario, pero nunca una idea, un camino, un mapa.

Suponer que la pobreza se resuelve con la mera distribución de dinero es como imaginar que se puede hacer música a fuerza de bocinazos: habrá ruido, pero faltará armonía. Y la pobreza, lo sabemos, no se resuelve con ruido, sino con proyectos que armonicen la realidad social con la necesidad social. Algo así como la “sintonía fina”, que permite identificar problemáticas particulares y trabajar sobre ellas, es decir, pensar en el individuo antes que en el infinito universo. Esa “sintonía fina”, tan anunciada y tan renunciada.

 

(*) Personalidad destacada de la Cultura

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