Una historia en clave de picaresca colombiana
Edición Impresa | 13 de Mayo de 2018 | 07:33

En clave de picaresca y con una lengua que replica el habla coloquial de su Colombia natal, Luis Luna Maldonado narra en Aquí solo regalan perejil la historia de un joven colombiano que horas antes de regresar a su país desde Barcelona, le cuenta al dueño de un restaurante las peripecias de su vida emparentada con el delito.
En momentos previos a la partida, y en la barra del restaurante donde va tomando una copa tras otra, Abilio desgrana ante el chino Wong cómo se convirtió en ladero de un contrabandista en la frontera de Colombia y Venezuela, para hacerse de dinero y cumplir su sueño americano, pero en España.
Esa decisión de unirse al delito le ha costado a Abilio, de 18 años, la expulsión de su hogar, pero no todo será en vano, ya que en ese devenir junto a delincuentes y prostitutas irá descubriendo pistas para resolver la muerte de su hermano policía, asesinado en confusas circunstancias.
“Abilio a veces puede que diga cosas que yo digo -admite el autor-, aunque no es una obra autobiográfica ni basado en un personaje real. Abilio es un muchacho ingenuo, con ganas de comerse el mundo y entra a una banda de contrabandistas, hace un dinero y se larga a hacer lo mismo en España porque no se le abre ninguna posibilidad de trabajo, y también por comodidad. Y sabe que un viaje de contrabando le puede dar para vivir un mes sin hacer mayor cosa, y así se acostumbra al buen vivir del picarón de frontera”.
La novela está atravesada en todo su recorrido por el humor con el que logra alivianar el peso del drama de este personaje, en cuya piel también se juega la condición del inmigrante en un mundo “con estrechez de banderas y oportunidades”, dice el autor.
“En Colombia -apunta- el gran antídoto a nuestra tragedia eterna es el aguardiente, el humor o el baile: le tomamos el pelo a todo, de un asesinato a un secuestro”.
El escritor, que nació hace 55 años en la ciudad colombiana de Pamplona y vive en Barcelona, donde trabaja como creativo publicitario, asegura que le gusta “cultivar la palabra, respetarla al máximo, tanto que en algún momento la agredo creando neologismos o uniendo cinco palabras en una sola, como hago en la novela. Uno no se puede abstraer de lo que es y Abilio es un personaje de mi pueblo y habla más o menos como yo hablé a los 20 años. Una vez una persona me dijo que los cuentos que escribía eran demasiado locales por el lenguaje, pero dije yo debo escribir como hablo, o como hablarían mis personajes, y eso me gusta: que palabras que crecieron en mi calle las suelte porque están vivas todavía. El hecho de que no se conozcan a 500 kilómetros o a 10 mil no es inconveniente para un lector. Lo que no entiendes lo buscas en la web y ya está, el idioma está en la calle, la gente es quien lo alimenta y lo mantiene vivo”.
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