Sobre príncipes, plebeyas y casamientos reales

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Lejos, muy lejos de las preocupaciones autóctonas, como el dólar, las tarifas, los sueldos y los paros, allá, en Inglaterra, la historia de la plebeya que llega a princesa y es llevada al altar, volvió a hacerse realidad.

Aquí, de este lado del Atlántico, fueron miles los que se emocionaron hasta las lágrimas con el beso del príncipe coloradito y la actriz de Hollywood. Otros miles, justo es decirlo, despotricaron de lo lindo contra el cholulismo de estas pampas. Bandos irreconciliables, esos dos, obviamente.

Que los vestidos, que los tocados, que las joyas, que el menú, que el padre que no fue, que la única de la familia de ella era la madre, que hasta las ex novias del príncipe estaban invitadas. ¡Uf! No quedó detalle que les escapara a las comadres y, en algunos casos, también a los compadres, aunque ellos fueron más remisos a la hora de re conocerlo.

Habría que buscar a algún sociólogo para que nos explique que extraño magnetismo tienen esos acontecimientos de las bodas reales.

Por ahora, parecen estar todos entretenidos con las explicaciones sobre la modernización de las monarquías. Harry, el sexto en la linea sucesoria para llegar al trono, acaba de casarse con una actriz norteamericana y divorciada. Su tío bisabuelo, Eduardo VIII, tuvo que abdicar al trono por amor a Wallis Simpson, norteamericana, actriz y divorciada como Meghan.

Un rey no se podía casar con una divorciada y el bueno de Eduardo, que murió en 1972 en Francia, donde está enterrado, entre la corona y el amor, eligió el amor. Lo sucedió en el trono Jorge VI (el tartamudo de la película “El discurso del Rey”).

No es necesario recordar que cuando lady Diana se casó con el príncipe Carlos (el que ayer llevó a Meghan hasta el altar) por estas tierras se paró el mundo.

Tampoco hay que hacer mucho esfuerzo para revivir la “maximamanía” cuando la argentina Máxima (ahora reina) se casó con Guillermo, el heredero de la casa de Orange, en Holanda.

Por estas tierras los casorios, en realidad, no suelen ser tan glamorosos. La fiebre de Harry y Meghan llevó a muchos a recordar su propia boda y las anécdotas vistas en las redes sociales fueron poco menos que desopilantes.

Y para el cierre (se termina el espacio) va una recomendación. Si usted es varón, recuerde que alguna vez fue “el príncipe azul” de su media naranja. Y si usted es mujer, no olvide la sonrisa y la mirada embelezada con la que la esperaron ese día en el altar.

Lo que siguió, pudo haber sido bueno, malo o regular. Pero en el fondo, al menos una vez, se sintieron como príncipes. Y no está mal.

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