Civilización y barbarie
Edición Impresa | 17 de Junio de 2018 | 08:26

Por MAXIMILIANO COSTAGLIOLA
Entre las muchas cosas que se pueden decir de esta novela una de ellas es que es audaz. Encabalgada en la primera persona del plural, Legión nunca deja de avanzar –acelerar incluso–, pero lo hace en círculos, improvisando variantes de un mismo esqueleto narrativo como si se tratase de reproducir una canción de jazz o el movimiento mismo de la Historia. Esa operación es precisamente la que le permite, sirviéndose sólo del comprimido arco temporal que va de los oscuros ´70 a los ostentosos ´90, hablar de los avatares de un grupo de rugbiers mientras revisa el mismísimo contrato social. ¿Existen pactos tan vinculantes como éste? ¿Hay formaciones más vinculantes que las militares o las religiosas? Supera nos muestra que sí, las de los rugbiers es una de ellas. Funcionan como un auténtico clan al que se pertenece de una vez y para siempre. De ahí ese Nosotros elegido para narrar esta historia. Un nosotros que es un yo etnográfico, es decir, un yo sacrificado en pos de la comunidad que se pretende describir. Y, al no funcionar ese Nosotros como omnisciente, podríamos arriesgar que el mismo autor se inmola por la obra.
Ritos iniciáticos, experiencias compartidas, normas, prácticas, secretos, pertenencia de clase y un largo etcétera fusionarán endogámicamente a este enjambre de jugadores que serán uno a través del tiempo: porque siempre se reproducirán, físicamente y en sus memorias, a lo largo de generaciones y generaciones. Los que hoy son directivos del club serán los próceres del futuro, los jugadores serán los entrenadores y directivos del mañana y los hijos los próximos jugadores. Y también serán uno simultáneamente, como si se tratase de las proyecciones de una esquizofrenia múltiple: el niño abusado, el entrenador que nunca se supo por qué desapareció, el capitán asesinado por los militares, los compañeros que lo delataron, los directivos del club involucrados en negocios poco transparentes, el ídolo que osó rebelarse y acabó muriendo de la forma en que cada uno elige o puede contarlo, los búfalos que empujan en un scrum bufando gloria, la tribu de jóvenes ricos que salen a emborracharse, a cagarse a trompadas en los boliches y a patrullar la ciudad en sus camionetas de lujo buscando negros para maltratar o el que quedó paralítico por una lesión y es segregado paulatina pero despiadadamente.
Con una voz fantasmal el autor fondea en ese círculo cerrado donde todo se amplifica: la resonancia de los secretos y los silencios, la lealtad compulsiva, la opresión solapada, los prejuicios y el desprecio de clase. Esa voz se aleja y se acerca estratégicamente pero en ningún momento deja de ser ese Nosotros que incluye y expulsa, que indulta y vigoriza la culpa, que abona el terreno para la complicidad y la traición. Un Nosotros que se perpetuará sobre sí mismo a lo largo de las generaciones, pero también en el plano más tortuoso de la conciencia y la memoria.
Supera cuenta que en el puesto en el que jugaba al rugby se trataba de ir para adelante todo el tiempo. “El hooker es la punta de lanza, el que mandaban a morir primero”, explica y dice que eso determinó de alguna forma su narrativa. Y sin duda es así porque escribe sin concesiones, como quien lo hace para sobrevivir. El resultado es una prosa arrolladora que taclea al lector a cada párrafo, que lo atenaza y lo asfixia para dejarlo respirar sólo en el tercer tiempo, es decir, al final de sus textos. Leerlo es un deporte extremo.
JOSÉ SUPERA
Editorial: Club Hem Editores
Páginas: 114
Precio: $300
Las noticias locales nunca fueron tan importantes
SUSCRIBITE