“Ver y no ver”: el deseo ajeno y la (in)comprensión, en una historia basada en un caso real

Hugo Urquijo dirige a Graciela Dufau en esta obra de Brian Friel que narra la vida de una mujer ciega que es empujada a operarse

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“Ver no es comprender” dirá Any en alguna línea del texto del irlandés Brian Friel, sobre la historia real de una mujer ciega y plenamente activa que, tras ser empujada a operarse para recobrar la visión perdida en su niñez, deberá empezar de cero y volver a intentar entender el mundo, ése con el que tan bien se llevaba amparada en sus otros sentidos.

La pieza, que acaba de cosechar seis nominaciones a los premios ACE, fue estrenada en abril y, desde entonces, ha recibido los más sensibles elogios de parte del público, esos que en definitiva son los que más importan.

A cargo de un equipo de lujo, que incluye a Hugo Urquijo en la dirección; a Graciela Dufau, Arturo Bonín y Nelson Rueda en la actuación; y a Eugenio Zanetti, ganador del Oscar y recientemente premiado en Madrid con el Príncipe de Asturias a la trayectoria, en la escenografía; “Ver y no ver” llegará al Coliseo Podestá el próximo viernes a las 21, con la historia de un caso real, el de Any Sweeney, parte de un porcentaje minúsculo en la estadística universal de personas que vuelven a ver. Ocurrió en Estados Unidos, el 9 de octubre de 1991.

“Lo que sucede, en estos pocos casos, es que tienen que aprender a ver. Esa es una tarea física y psíquica de enorme dificultad. Con los ojos cerrados ella puede diferenciar una naranja de una pera pero con los ojos abiertos, no. Entonces, es un aprendizaje para todo”, asegura Graciela Dufau (76), en diálogo con EL DIA, en relación al caso médico, escrito por el neurólogo Oliver Sacks -autor de “El hombre que confundió a su mujer con un sombrero”-, que inspiró al dramaturgo irlandés para narrar, según la respetada actriz, “una obra que nos habla de que creemos que lo que vemos lo comprendemos pero, en general, no sucede así”. Una bella metáfora.

Sobre su personaje, para el que entrenó con dos asesores ciegos (aclara, Graciela, que así es como ellos quieren que los llamen: “a nosotros no nos dicen ‘videntes’ entonces ellos no son ‘no videntes’, son ciegos”), un profesor de filosofía y letras y una traductora de portugués, revela que “lleva una vida plena, admite que tiene limitaciones pero ella nada en el mar sola, anda en bicicleta, trabaja como masajista en una universidad y allí tiene su vivienda. Cuando conoce a este hombre, que no tiene un centavo y que se dedica a hacer causas nobles, él se enamora de su ceguera y la empuja a la operación. Ella complace a su marido y complace a este cirujano, que ha sido uno de los cuatro mejores del mundo, y que por razones sentimentales abandonó la profesión, y ve en este caso la oportunidad de volver a ocupar su lugar importante, de eminencia. Y como ha aprendido todo de la mano de su padre, su madre con internaciones psiquiátricas, entonces tiene esa cosa de cierto sometimiento, a complacer al otro”.

¿Quería Any operarse? No o, al menos, no está claro. “En ese sentido, la obra toca, además del tema de la visión y la comprensión, el tema del deseo humano, de cómo el ser humano muchas veces hace cosas para satisfacer el deseo del otro, y no el propio. Y entra en situaciones de complacencias, que terminan no siendo lo mejor para sí mismo”, reflexiona Hugo Urquijo (74) en diálogo con EL DIA, y no evita hacer referencia al egoísmo, del que también habla el texto. “El altruismo tiene una contracara que es el egoísmo”, agrega.

A su entender, lo interesante que tiene el texto del autor, a quien se anima a calificar como el “irlandés más importante del siglo XX, y uno de los más importantes de habla inglesa”, es que “hace confluir tres personajes con historias muy potentes”. Por eso él, con más de cincuenta puestas en sus espaldas, trabajó esa confluencia escénica apelando a las transparencias y proyecciones con las que va contando el alma del texto, aprovechando la escritura de Friel, que parece ir “evolucionando a través de cortos monólogos, donde cada uno de los tres va aportando su visión sobre los hechos tal cual van ocurriendo”, destaca.

Las lecturas posibles son muchas. Y en eso, quizás, radica el mayor aporte de esta pieza profunda pero simple en su estructura, fácil de entender, accesible, y sumamente sensible.

UN TRABAJO ARDUO

Sólo el papel que hizo en “Un tranvía llamado deseo”, de Tennessee Williams, obra que es considerada el “Hamlet de las actrices” y el personaje que García Márquez escribió especialmente para ella en “Diatriba de amor contra un hombre sentado”, una “caribeña con un acento y un comportamiento físico muy distinto al nuestro” pone la actriz en el mismo nivel de exigencia que este que le toca interpretar.

Durante más de una hora, Graciela actúa con los ojos cerrados, sólo ve al final, los últimos minutos. “Es realmente difícil la gestualidad porque los ciegos tienen poca, no han tenido espejo, entonces, están atentos con los otros sentidos, olores, perfumes, percepciones...”, cuenta, y revela la conexión que mantiene con su personaje y que es, quizás, lo más arduo de este personaje: “Any atraviesa situaciones que me han tocado, entonces me llegan. Yo tuve mi madre con internación psiquiátrica, entonces para mí eso se vuelve muy personal. Son situaciones que se presentan, no es que yo lo busque, está…”.

De todos modos, está feliz Graciela con volver a retomar esta obra con la que había coqueteado hace 22 años, aunque por apenas 10 funciones, con ella como directora y con Hugo como actor.

“Estoy contenta. Lamento las circunstancias del país... pero igualmente no nos quejamos porque tenemos público, buenas críticas y nominaciones que son satisfacciones. Apreciamos los premios pero seguimos trabajando. Nosotros somos de los que trabajamos, esa es mi vocación, y como dice Nina, en ‘La Gaviota’ de Chéjov, ‘cuando pienso en mi vocación, no le tengo miedo a la vida’, y en este momento, de nuestro país, donde uno tiene nietas que no saben qué les va a tocar, ir al teatro y ejercer mi vocación, no sólo mi profesión, es mi mejor premio”.

 

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