Ser veraz
Edición Impresa | 27 de Enero de 2019 | 08:43

Por DR. JOSE LUIS KAUFMANN (*)
Queridos hermanos y hermanas.
San Francisco de Sales manifiesta: “El que se acostumbra a mentir por broma se expone al grave peligro de mentir hasta la calumnia” (T.A.D., 4, 2).
Pero, en un mundo atropellado por la falsedad, la mentira, el engaño, la hipocresía, y otras pestes, no es fácil ni atractivo vivir según la verdad, moverse en la verdad, proceder con verdad.
Sin embargo, la verdad es el supuesto de la justicia; y sólo quien rechaza la verdad - natural o sobrenatural - es verdaderamente una persona mala e incapaz de conversión. Por eso, el escrito Göthe afirma que “Todas las leyes morales y reglas de conducta pueden reducirse a una sola: la Verdad”.
Los bautizados en la Iglesia de Dios creemos haber recibido la gracia pedida por Jesús al Padre en su oración sacerdotal del Jueves Santo: “Conságralos en la verdad: tu Palabra es Verdad” (Jn 17, 17).
Vivir en la verdad es poseer la virtud de conformar las palabras y las actitudes con la recta convicción interior. Ser veraz quiere decir expresar con fidelidad la verdad objetivamente conocida y expresar con palabras y actitudes la propia convicción sobre un asunto.
Es cierto que no miente ni es falso el que no dice lo que debe callar. Siempre será mejor saber callar que hablar en demasía e inútilmente. Quienes así proceden, además de ser prudentes, también son veraces
Por nuestra condición de seres humanos debemos a los demás cuanto es necesario para el bien común. Para una convivencia entre las personas es indispensable desterrar absolutamente toda hipocresía, ya que nos debemos muto crédito a las palabras, creyendo que nos dicen la verdad. Ser veras tiene cierta razón de deuda o de justicia.
Es cierto que no todos tienen derecho a conocer toda la verdad, por eso la verdad siempre está sujeta a la prudente discreción de quien la conoce. La “verdad debida” siempre ha de decirse, pero puede ser lícito no decir toda la verdad, e incluso ocultarla en su totalidad, por mayor conveniencia propia o ajena.
Pero también es cierto que no miente ni es falso el que no dice lo que debe callar. Siempre será mejor saber callar que hablar en demasía e inútilmente. Quienes así proceden, además de ser prudentes, también son veraces.
“Por su obediencia a la verdad, ustedes se han purificado para amarse sinceramente como hermanos” (1 Pedro 1, 22); es decir que Dios “ha querido engendrarnos por su Palabra de verdad, para que seamos como las primicias de su creación” (Sant. 1, 18).
Por nuestra pertenencia a la Verdad (cf. Jn 18, 27), estamos habitualmente bajo el influjo de la Verdad que está en nosotros (cf. 2 Jn 4). “Si ustedes permanecen fieles a mi Palabra - dice Jesús - serán verdaderamente mis discípulos: conocerán la verdad y la verdad los hará libres” (Jn 8, 31-32).
Ser veraz es una exigencia. Porque todo aquel que miente, con sus palabras o con sus actitudes, manifiesta tener “por padre al demonio… que no tiene nada que ver con la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando miente, habla conforme a lo que es, porque es mentiroso y padre de la mentira” (Jn 8, 44).
El octavo Mandamiento de la Ley de Dios se refiere al sumo respeto y al amor que debemos a la verdad, que consiste en la conformidad entre lo que decimos y hacemos con lo que es la realidad y lo que nosotros somos. Ser veraz también es estar en comunión de amor con Dios, que es “el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 6).
(*) Monseñor
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