Brad Pitt: un padre que busca y un hijo que encuentra un emotivo adiós en medio de la nada
Edición Impresa | 6 de Octubre de 2019 | 08:55

Por ALEJANDRO CASTAÑEDA
AD ASTRA: HACIA LAS ESTRELLAS, de James Gray.- Con coraje y sentimiento, el mayor Roy McBride (un Brad Pitt impecable y medido) viaja a los límites exteriores del sistema solar para poder encontrar a su padre perdido. Este viejo astronauta estaba desaparecido, pero empezó a lanzar violentos ataques que han puesto en riesgo la supervivencia del planeta. Sobrevive en Neptuno, solo y olvidado, empecinado en poder descubrir más vida en esa inmensidad silenciosa y vacía.
El film transcurre en el futuro, “en una época de esperanza y conflicto”. Nada nuevo. En ese futuro, el viaje la luna se ha hecho casi familiar, la tecnología sigue avanzando, las emociones parecen acorraladas y la exploración del espacio está acechada por hallazgos y peligros. Como Roy creía que su padre había muerto, el viaje adquiere el sentido de una resurrección más que de un rescate. Y al ir tras su progenitor encontrará misterios que desafían la naturaleza de la existencia humana: la angustia ante lo desconocido, el desamparo, el dolor de la pérdida, la nada, el perdón.
Conmueve el reencuentro entre ellos dos, sobre todo el adiós de ese padre, turbado y desesperanzado, que desoye a su hijo para poder seguir buscando en esa inmensidad callada. En su desesperación, el hijo aceptará soltarle la mano y dejarlo flotar en esa nada que lo ignora y lo contiene. La idea de hacer un viaje interminable para poder reencontrarse en la madurez con un padre querido y lejano, significa una alegoría cargada de resonancias. El mayor Roy recorrió millones de kilómetros no sólo para salvar a la Tierra, sino para ajustar cuentas con ese ser que una vez lo abandonó y que sin querer le acabó enseñando los caminos de la soledad y el cielo. El veterano astronauta, aislado y trastornado, se ha refugiado en una maldad que ha puesto en peligro incluso la vida de su hijo, de ese hijo que ahora ha cruzado el espacio para traerlo a casa. Roy quiere dejar atrás una infancia donde también –como la existencia de su padre en Neptuno- todo fue búsqueda y frustración. Los dos reviven el desgarro de un regreso imposible.
Afortunadamente el peso simbólico del film no agota el interés y el nivel narrativo de esta historia intimista y fantástica que sin abrumarnos y sin discursos nos deja asomarnos al horror ante la nada y a esa eternidad tan incierta y temida. Al final llegará la separación. ¿O puede haber otro final para la aventura humana? Roy vuelve a su hogar, con más resignación que alivio. Y el padre elegirá perderse para poder encontrar otras cosas.
Filme sensible y sustancioso que no necesita ni efectos especiales ni alardes vistosos para sostener un interés que no decae. Tiene acción, suspenso, clima y grandes trabajos actorales. Nos dice que, más allá del progreso y el paso tiempo, los grandes interrogantes del hombre son los de siempre. Y que ante su pequeñez, quizá ese espacio sagrado sea la única respuesta posible que se permite el universo. El padre se va, se suelta, quiere ganarle de mano a la muerte, y por eso buscará en el más allá lo que el más acá no pudo darle. Ya lo decía Nicholas Ray: “El gran drama moderno es que ya no podemos volver a casa.
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