Los peligros del fútbol infantil competitivo, un tema que por lo menos reclama un análisis muy profundo

Chicos que compiten desde los cinco años dentro de parámetros ligados casi con el profesionalismo: ¿demasiada presión?

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Desde siempre, el fútbol infantil dividió a sus protagonistas, a nivel local, provincial y nacional, en dos grandes corrientes: la que agrupa a quienes defienden la formación en todas sus formas, y la que propone la competencia como eje central. La observación de partidos correspondientes a torneos reservados para chicos, en casos desde los cuatro años, permite descubrir la serie de matices que pone al descubierto una grieta que se hizo más significativa con episodios ligados directamente con la violencia instalada en los mayores que le dan marco a competencias que en algunos casos son despiadadas.

El exceso de expectativas desemboca, una y otra vez, en la presión que se ejerce sobre esos pequeños deportistas que pronto empiezan a convivir con gritos que llegan al campo de juego por situaciones propias del juego. Mensajes que “premian” a los ganadores y “condenan” a los perdedores, los cuales en oportunidades causan reacciones justamente de quienes se empeñan en defender los valores del deporte como tal. Padres, madres, profesores, árbitros... Todos se cruzan en esta realidad que en La Plata, básicamente, se resume en cinco Ligas infantiles.

Más de 20.000 chicos de entre cuatro y 13 años se movilizan, semana tras semana, a partir de los diferentes torneos que para las categorías 2006/07/08/09/10/11/12/13 organizan Aplafi, Lisfi, Liga, Lifipa, Lafir, la mayor parte de los cuales se desarrollan con resultados que instalan a cada equipo en una tabla de posiciones que hasta se amplia en una general por clubes que determinan ascensos y descensos. Faltaría sólo el promedio de puntos para que fueran iguales a las clasificaciones del fútbol profesional, aunque con protagonistas que en casos ni siquiera entienden lo que eso significa.

Los que aplauden este formato estructurado, en su visión, a desarrollar deportistas que puedan acceder a etapas que conducen al profesionalismo, se defienden explicando que los equipos diagramados con niños de cuatro y cinco años no suman puntos ni se clasifican en tablas de posiciones. Pero no encuentran argumentos sólidos para justificar la competencia entre chicos a partir de los seis años que a fin de año son protagonistas de finales con clima de tal.

Se cruzan los candidatos al título, aquellos que pueden postergar las consagraciones y también los que necesitan sumar puntos para mantener la categoría. Más presión, imposible. Y tanto en juego que según algunas sospechas hasta en oportunidades aparecen jugadores más incluidos, significando esto que en equipos de una categoría podrían aparecer jugadores de una mayor con el documento cambiado. Son parte del folklore que rodea cualquier Liga del país, y hace esto más difícil de entender.

A un lado se encuentran las denominadas Escuelitas, cuyos profesores coinciden en destacar las diferencias. Dicen que es bueno que los chicos vayan perfeccionando técnicas del fútbol, aunque más cuestiones vinculadas con el respeto y la conducta. Proponen la diversión a través del juego, sin exigencias ni cargas de presiones. Un cuadro de situación que parece cambiar en los clubes, donde la competencia es el punto de partida. Con lo que eso presupone, ya que más allá de los resultados y las tablas, está la competencia interna, que en casos deja afuera a los menos dotados, con el lógico sufrimiento familiar.

La formación y el entretenimiento o la competencia a ultranza, los puntos antagónicos

 

Los profesionales que trataron, y lo sigue haciendo, de interpretar todo aquello que significa la organización de competencias infantiles no dudan en establecer, con fundamentos, que entre los ocho y los 12 años los chicos están en una etapa de aprendizaje, en este caso del fútbol, donde lo importante es que jueguen y se diviertan.

Fomentar el compañerismo y la buena convivencia son otros valores fijados como centrales para una etapa que incluso va más allá de los niveles considerados por las Ligas infantiles, porque escuchando incluso a los formados que actúan en clubes con representación en el profesionalismo, ni siquiera en las primeras categorías es bueno presionar a chicos que se encaminan en el más popular de los deportes. Es más: la mayoría coincide que ganar el campeonato de la categoría correspondiente es poco significativo, para ellos como para el club.

La ilusión de tener a un hijo con las virtudes de Lionel Messi, y todo lo que eso representa, moviliza a buena parte de los padres que se involucran en el mundo del fútbol infantil, por lo general como forma de relacionar al niño con el deporte. Punto de partida para un comportamiento que en casos no sabe de límites, porque hay reacciones que son familiares con los de verdaderos barrabravas. Respuestas a casos de presiones que se multiplican en forma desmedida por motivos que deben ser interpretados por los profesionales médicos.

Entrenadores, árbitros y directivos de las Ligas infantiles que en el caso de la Plata mueven multitudes cada fin de semana, prácticamente a lo largo de todo el año, porque en diciembre, tras las competencias oficiales aparecen los torneos reducidos de fin de año, organizados por clubes, coinciden en la conveniencia de fomentar los valores del deporte por sobre los de la competencia, aunque los resultados, las tablas, los títulos y los descensos, desacomodan a buena parte de quienes le dan vida a un mundo tan complejo como es el del fútbol que tiene a los chicos como protagonistas principales.

Ese en el que se justifica que la competencia incrementa el deseo de los chicos por superarse, que les puede servir en el futuro a quienes decidan dedicarse al fútbol...

Las diferencias están planteadas desde que el fútbol infantil comenzó a crecer en el país, de norte a sur y de este a oeste, con cinco Ligas en La Plata conformadas por más de 150 equipos que se multiplican por seis categorías para sostener una competencia tan defendida como cuestionada, porque retomando la idea inicial, detrás de una movida que lleva muchos años, se encolumnaron, por un lado, los que justifican la competencia sin edad, y por otro, quienes la consideran dañina para la formación. Estos con el soporte de los profesionales médicos que salieron al cruce, desde sus orígenes, no sólo del fútbol infantil en los referidos términos, sino en el deporte competitivo en cualquiera de sus disciplinas.

¿Será posible un punto medio? Existen también defensores de esta tercera posición, quienes aseguran que se puede ser formativo enseñando a que la cabeza se transforme en competitiva, quitándole agresividad a la palabra competir. Entienden, justamente, que competitividad es que el chico en formación pueda demostrar los valores aprendidos en relación a la amistad, el compañerismo, el crecimiento deportivo y lo que se entiende como superación individual.

Los peligros de la competencia futbolística temprana continúa instalada, con interpretaciones múltiples y un dato que se ubica por encima de todas las opiniones de quienes lo rodean: el muy bajo porcentaje de chicos a los que se hace crecer en este clima de tensiones que logran acceder, en definitiva, al fútbol mayor en general y al profesional en particular.

Será clave, en definitiva, comprender que lo importantes es el camino y que en él, los matices y la diversidad deben darse la mano.

 

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