Episodios de violencia incompatibles con la vida de las escuelas

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Los incidentes violentos registrados estos días en torno a escuelas de la Ciudad, que tuvieron a alumnos como víctimas de ataques perpetrados por otros menores, originan una comprensible inquietud en las comunidades educativas por la violencia imperante y también ahondan la preocupación por la inseguridad existente, a la vez que obligan a las autoridades a reaccionar con presteza para prevenir estas situaciones.

Como se sabe, el caso de mayor gravedad se registró en el contexto de una supuesta pelea de chicos, que terminó con uno de ellos herido con un destornillador e internado luego en el Hospital de Niños platense, a consecuencia de los golpes y lastimaduras que recibió a metros de la escuela. Afortunadamente, el menor agredido se encuentra fuera de peligro.

El episodio que estaría motivado en cuestiones circunstanciales fue visto por los padres que habían acudido a retirar a sus hijos en el horario de salida escolar, quienes junto a personal del establecimiento mediaron en la pelea y llevaron a la víctima de vuelta al colegio donde recibió las primeras curaciones hasta la llegada de la ambulancia. Se dijo que el agresor no sería alumno de esa escuela.

Algunos de los padres presentes, referentes de la comunidad educativa y vecinos confirmaron que es común que sucedan este tipo de altercados en la puerta del colegio, al tiempo que todos descartaron que lo ocurrido hubiera sido un intento de robo.

A su vez, cabe recordar que el pasado martes al menos tres chicos ingresaron a un colegio de la zona, se subieron a los techos y desde allí apedrearon a un grupo de alumnos de entre 11 y 12 años de edad que participaban de una clase de educación física en el patio. Salvo alguna pequeña escoriación, no se registraron otras consecuencias.

Sea como sea, resultan incompatibles con el quehacer educativo y causan justificada alarma estos episodios que, indudablemente, alteran el clima de serenidad que debe acompañar a todo establecimiento educativo. El hecho de que no se trate de episodios excepcionales, sino que suelen reiterarse, justifica la preocupación existente.

Está claro que si los incidentes son desencadenados por menores ajenos a las escuelas –aquí, inclusive, merece recordarse el caso tan frecuente de las salideras escolares, en las que a los alumnos les roban zapatillas, buzos o celulares- son las autoridades policiales las responsables exclusivas para evitarlos, a partir de la prevención, la vigilancia y las mínimas tareas de inteligencia que deberían desplegar en los barrios en donde se encuentra el establecimiento.

Si, en cambio, las peleas fueran protagonizadas por alumnos entre si, en primer lugar son los maestros que debieran impartirle a sus escolares principios y valores suficientes que los disuadan de protagonizar ese tipo de incidentes, aunque también les cabe una tarea rectora a los padres y tutores de los chicos.

En todos los casos, es trascendente que los chicos tomen conciencia de los riesgos que corren y de las actitudes que deben adoptar, para reducir al mínimo la aparición de estos episodios que tanta preocupación suscitan. Por su parte, los agresores –cuando no asisten como alumnos a esas escuelas- debieran ser identificados y, a la vez, debidamente informados de los daños que pueden causar y, por supuesto, de las sanciones que podrán recibir por sus acciones antisociales o, eventualmente, delictivas.

 

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