Poznan, un mosaico de estilos formado por callejuelas de adoquines y casas de colores
Edición Impresa | 26 de Mayo de 2019 | 07:12

Es cierto que Poznan no suele ser la primera opción de quienes visitan Polonia, pero sí es una parada obligada en el recorrido Berlín-Varsovia y un buen destino para tomar contacto con el oeste polaco.
Quizá sea precisamente esa buena ubicación geográfica, a 270 kilómetros de la capital de Alemania y 300 de Varsovia, la razón por la que esta ciudad se convirtió en la capital del primitivo Estado polaco en el siglo X, urbe industrial en el siglo XIX y actualmente la localidad polaca donde se celebran más ferias internacionales, la capital de la región de Wielkopolska y uno de los principales centros de negocio del país.
Pero sea por negocio o por turismo, el visitante que llega hasta Poznan y quiere descubrir esta ciudad debe comenzar su recorrido en el Stary Rynek (la plaza Mayor), un espacio cuadrangular de 140 x 140 metros al inconfundible estilo centroeuropeo, donde el ayuntamiento y las casas burguesas de diferentes colores crean la sensación de estar en el escenario de un cuento de los hermanos Grimm.
El Stary Rynek de Poznan es una de las plazas mayores más grandes de todo el país, y es aquí donde se concentran los edificios burgueses más suntuosos, en su mayoría de estilo renacentista y barroco, aunque el viajero debe tener en cuenta que gran parte las construcciones, también en las calles adyacentes a la plaza, fueron reconstruidas en los años cincuenta después de la destrucción que dejó la II Guerra Mundial.
LOS CABRITILLOS
Algunos de estos edificios conservan en sus sótanos auténticas joyas góticas y renacentistas, restos de las primeras edificaciones medievales que aún pueden apreciarse en el interior de los numerosos restaurantes y bares que pueblan el Rynek, con coquetos sótanos abovedados y zaguanes en los que disfrutar de una buena cena o una de las sabrosas cervezas de elaboración local.
En esta plaza, donde por cierto se encuentra el único museo de instrumentos musicales de toda Polonia, llama inmediatamente la atención la torre del ayuntamiento y su reloj central, que diariamente marca el mediodía con dos cabritillos que se cornean siguiendo una vieja tradición del siglo XVI y que son el símbolo de esta urbe de seiscientos mil habitantes.
El ayuntamiento, de estilo renacentista italiano y símbolo de la ciudad, se edificó a medidos del siglo XVI y cuenta con una fachada de tres plantas con un piso superior decorado con siluetas de reyes polacos, una cuidada ornamentación que, sin embargo, poco tiene que ver con la original, dañada durante la Guerra Mundial y reconstruida en la década de los años 50 a base de viejos planos y testimonios de vecinos.
Delante del ayuntamiento, el turista encontrará dos pequeñas sorpresas: la picota donde antaño se aplicaban las penas de muerte, y la bella fuente rococó en honor a la diosa Proserpina, la deidad de la primavera que en esta parte del mundo significa el final del crudo invierno. Desde la plaza mayor comienza el recorrido hacia otros puntos de la ciudad, por ejemplo camino del río Varta, hasta la isla de Ostrów Tumski, donde el Estado polaco dio sus primeros pasos y donde también se ubica la catedral de la ciudad, levantada en el mismo lugar en el que según la tradición polaca el príncipe Mieszko I se convirtió al cristianismo y donde se cree que el primer obispo polaco puso la piedra del templo que hoy es la catedral.
Actualmente esta isla acoge un interesante conjunto de arquitectura eclesiástica dominado por la catedral de doble torre, de estilo esencialmente gótico, aunque con adiciones posteriores y, como sucede con la mayoría de las edificaciones polacas previas a la II Guerra Mundial, también reconstruida.
Además de los edificios eclesiásticos de la isla de Ostrów Tumski, Poznan guarda algunas joyas como la iglesia de los Franciscanos, donde destacan las capillas, generosas en ornamentación barroca, o la iglesia Dominica levantada en el siglo XIII en uno de los antiguos barrios judíos.
Para los interesados en la historia, Poznan supondrá un punto perfecto para comprobar las cambiantes fronteras que esta parte de Europa ha sufrido a lo largo de los años, especialmente en los últimos tres siglos.
En 1793, tras la partición de Polonia, Poznan pasó a ser parte de Prusia y, posteriormente, se integró en el Imperio Alemán hasta el final de la I Guerra Mundial. Más tarde, durante la II Guerra Mundial, caería de nuevo en manos alemanas, con una ocupación nazi durísima que acabó con importantes combates contra el Ejército Rojo que dejaron destruida gran parte de la ciudad.
De aquellos años de pertenencia al reino de Prusia y posteriormente a Alemania quedan bellos ejemplos como la Biblioteca Raczynski, uno de los edificios más populares, levantado entre 1822 y 1828, donde el visitante disfrutará de una magnífica fachada de estilo clasicista con una impresionante columnata. Otra parada obligada es el Gran Teatro de Poznan, también neoclásico, construido en 1910 y hoy centro de la vibrante vida cultural de esta ciudad. Pero sin duda, el símbolo inequívoco del pasado germánico de Poznan se encuentra en el Castillo Imperial, un palacio de estilo neorrománico edificado entre 1905 y 1913.
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