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La Ciudad |Envejecer junto a la madre, según los fernández

A los 107 años, Luisa festeja y todavía reta a Elsa y José, sus “pichones” que pasan los 80

¿Cómo es tener casi 90 años y poder compartirlos con tu mamá? En su cumple, dos hermanos se lo contaron a EL DIA

A los 107 años, Luisa festeja y todavía reta a Elsa y José, sus “pichones” que pasan los 80

hay equipo. José maría -a punto de cumplir 90 años-, Luisa -de 107- y Elsa -de 80-, toda una vida unidos/

9 de Junio de 2019 | 02:23
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Nacer, crecer, hacerse adulto y envejecer junto a la madre no es algo que se le dé a muchas personas, pero entre los hermanos Fernández, que a su vez ya son abuelos de nietos adultos, mamá Luisa que hoy cumple 107 años, siempre estuvo con ellos y hasta en ocasiones, en sus momentos de mayor lucidez, los reta porque el perro les salta y les puede enganchar la ropa. “Me acompañó toda la vida”, resume Elsa que con 80 años todavía disfruta el hecho de tener a su madre consigo, al igual que su hermano José María que en un par de meses festejará los 90.

Elsa dice con satisfacción que en todos sus años solo se separó de su madre unos pocos meses y la recuerda cebándole mate y dándole charla mientras ella cortaba moldes de ropa en su taller de costura.

“Hasta los 95 mamá vivió sola, pero a partir de ahí comenzó a tener dificultades para manejarse, un día se descompensó y como no quería quedarse sola, yo me fui a vivir con ella, pasé cuatro meses en su casa hasta que le dije que me volvía a la mía porque mi esposo me necesitaba”, recuerda la hija que enviudó en 2012.

La nonagenaria e independiente Luisa repetía al cansancio que ella sola había atendido siempre su hogar, pero tuvo que preparar sus cosas y se mudó a 3 bis y 519, la casa de su hija. “Es el día de hoy que aún me pregunta cuándo puede volver a su casa”, agrega Elsa.

Entre los recuerdos mas frecuentes de la mujer que nació en 1912 aparece la época en la que aún estaban vivos sus hermanos: en 1935 falleció el último hermano varón que le quedaba.

“No quiere que me vaya de su lado ni un momento y si le pregunto quién soy muchas veces me responde que soy su mamá, entonces yo le aclaro que soy su hija”, dice Elsa.

Tener una mamá de 107 es un privilegio lleno de trabajo y responsabilidades, pero ni Elsa ni José María tienen que estar pendientes de los remedios de su madre porque no toma ni siquiera una aspirina.

Elsa se levanta cada día a las 6, se baña, le prepara el desayuno a su madre, comparten ese momento y luego la alista para que esté en perfectas condiciones para las 8, la hora en la pasan a buscar a Luisa con una ambulancia que la lleva a los talleres de la tercera edad.

“Es como si fuera una niña grande, yo le cambio los pañales, la mantengo limpia, le doy de comer, pero igual sigo reconociendo a la madre que siempre fue”, asegura la hija y aclara que nunca imaginó que la iba a tener durante tantos años, pero cree que eso es una elección de Dios, “lo que me tocó”.

En tanto José María, el hijo varón, dice que le duele ver a su madre tan “viejita”, en la silla de ruedas, sobre todo cuando el peso de la centuria la lleva a estar inclinada, casi en posición fetal.

“Un día, en 1949 mi padre me llamó y me dijo, cuiden de su madre que va a llegar a muy vieja”, cuenta José.

Mamá Luisa, como la llama el hijo, era una mujer activa que con gran complicidad le firmaba el boletín para que su padre no lo retara cuando tenía notas bajas.

“Nunca fue de castigarme, pero si de ser una mujer muy firme”, dice y recuerda su primer día de trabajo en los ferrocarriles, una mañana de tanta lluvia que José creyó que no podría presentarse.

“Cuando le insinué que por la lluvia no podría presentarme en el ferrocarril me dijo que tenía que ir a trabajar si o si”, asegura mientras ríe al recordar que su madre le buscó un inmenso piloto que le llegaba hasta los pies y allá fue él, a cumplir con su primer trabajo.

Es que aunque ahora se vea frágil, es imposible para sus hijos dejar de evocar a Luisa como una mujer de convicciones, firme, pero tierna, alguien que hizo de ellos personas de bien.

 

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