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Luis Pazos: “Hice de mi vida, la única poesía válida”

La Academia Nacional de Bellas Artes distinguirá hoy al artista conceptual, poeta y periodista platense con uno de sus mayores galardones: un premio con el que se reivindica a la Ciudad

Luis Pazos: “Hice de mi vida, la única poesía válida”

Pazos esperó el sol, se calzó la campera de jean y posó como el “galán maduro” que le gusta decir que es

María Virginia Bruno

María Virginia Bruno
vbruno@eldia.com

28 de Noviembre de 2020 | 06:00
Edición impresa

El aire de este sábado insulso está pesado y las nubes, que ya pasaron por toda las intensidades de grises, nos darán una hora de gracia. A la lluvia, en este jardín tolosano listo para la temporada de verano, no se le tiene respeto. Estamos al resguardo bajo una sombrilla amarilla, cumpliendo con el distanciamiento social, a punto de comenzar una entrevista que tiene como excusa la Distinción a la Trayectoria que la Academia Nacional de Bellas Artes le entregará hoy, algo que el artista conceptual, poeta y periodista Luis Pazos jamás imaginó alcanzar en su aventurada vida que este año llegó a los 80 agostos.

Sobre la mesa de plástico ovalada blanca contrasta el grabador, chiquito y negro, que viene registrando conversaciones desde hace más de doce años y ya está listo para comenzar a grabar una vez más. Pero el entrevistado, que está ansioso como un chico con zapatos nuevos, se levanta de repente y pone a andar esas piernas oxidadas con una ligereza digna de su pasión, diciendo que tiene algo que quiere mostrar, y vuelve con un librito de tapa blanda bajo el brazo.

“Poema inconcluso para Luisa Pazos” es el libro que, a veces doblado de dolor a la hora de los lobos, le ha escrito a su mamá durante 30 años. En apenas dos decenas de páginas, desnuda su alma profunda y llena de fantasmas y se pone a dialogar con quien lo trajo a este sombrío mundo, a quien en un grito vacío le reza que recién el día de su muerte será feliz “porque ese día, madre, se irá la nostalgia de tu ausencia”.

-Nunca superaste esa muerte.

-Demasiado pronto la orfandad. Porque fui un huérfano. Ojo, mis tías me criaron. Pero mi papá se casó, hizo su vida. Mis tías se quedaron plantadas, apoyándome, tratando de que yo saliera adelante. Y, bueno, algo salí...

-¿Algo?

- (risas tímidas). Es uno de los mejores momentos que paso en mi vida de artista porque que la Academia Nacional de Bellas Artes te de un premio es algo que...

-¿Nunca lo imaginaste?

-No, al contrario. Siempre nos reíamos. Un chiste era decir “yo, que soy un artista consagrado”. Siempre partimos de la base de que nunca nos iban a ayudar. Pero no fue así.

-¿Es el premio más importante que te han otorgado?

-No. El más importante fue en 1977 con el Grupo de los 13, con el que ganamos la Bienal de San Pablo. Pero ese fue para el grupo. Esto es otra cosa. Esto no me lo imaginaba jamás. Sobre todo porque, además de los apoyos de los artistas de Buenos Aires, tuve muchos apoyos de mis colegas platenses. El presidente de la Academia, que tuvo la deferencia de llamarme para darme la noticia, me dijo “no se imagina cómo lo quieren”.

-Sos profeta en tu tierra.

-No pasa mucho. Hay artistas que triunfaron pero se fueron, como Puente o Paternosto. Esto es casi una novedad.

-¿Por qué creés que te eligieron?

-Por mis antecedentes internacionales. Expuse en París, Madrid, Amsterdam, Los Ángeles y otras veinte ciudades del mundo. ¡Hasta en Polonia! Y está todo documentado. Acá apareció la importancia del catálogo y los libros que se han hecho de mi obra, y los propios. La sensación es que todo se pierde, que todo se diluye, pasan, se descuidan, se dejan morir las cosas. Por lo tanto, si queremos sobrevivir, ser parte del futuro, tenemos que actuar por autogestión.

-Me dijiste hace unos años que cuando empezaste con el arte no tenían la costumbre del registro, de archivar.

-Esa es la mayor tragedia de mi generación. Todos lo sabemos, lo hablamos. En la década del 70, el arte efímero se impuso. La creencia de que la obra de arte era como un café instantáneo: se hace, se toma y se tira. Entonces, quedó poco. Cometimos el error de decir o actuar pensando en “no me importa el futuro”, “no me importa la trascendencia”. Era una teoría del arte con la vida. Yo tenía una frase: “hacer de la propia vida, la única poesía válida”. Y eso fue así. Hice de mi vida, la única poesía válida.

-¿Nadie guardó nada?

-Vigo era el único que sabía, el único que juntó todo, papelito por papelito. Hoy algunos lo cuestionan y dicen “son papelitos”. Pero ese era el motivo del tiempo.

-Todavía hay gente que no comprende al arte conceptual, al arte de las ideas. ¿Cómo fueron tus inicios en este camino?

-Vigo, que es el alma mater de todo esto, un día nos dijo: “muchachos, hay que cambiar el lenguaje”. Cada uno se fue a su casa y volvió con algo novedoso: Gancedo creó la poesía por computadora. Luján Gutiérrez rehizo avisos publicitarios. Vigo, la poesía matemática: sacó letras y puso números. Carlitos Guinzburg, que en ese entonces era un chico, hizo poemas explosivos, cosas que explotaban en la hoja. Y yo creé la poesía sonora (una de sus obras más representativas es “La Corneta”). En 1969, en la exposición de la Novísima Poesía, Vigo y el Di Tella reunieron a poetas visuales del mundo entero. Ahí presenté una obra fantástica, digo fantástica porque de esa estoy orgulloso; de otras obras no tanto: “La Torre de Babel”. Eran estructuras de telgopor apiladas, una encima de la otra pero geométricamente, no al azar, con sonidos.

“En los 70 se impuso el arte efímero. La creencia de que la obra de arte era como un café instantáneo: se hace, se toma y se tira”

 

-Los artistas “convencionales” los mirarían como unos locos.

-Había mala onda, sí. En el sentido de que eran muy duras las críticas. Decían que hacer arte moderno era de mal gusto y que ofendía a la gente. Yo nunca lo entendí, claramente. Yo pensé que jamás iba a llegar al museo pero me equivoqué porque fui subdirector del Museo Provincial de Bellas Artes, entre 1973 y 1974. Te digo exactamente la fecha porque me echaron a patadas cuando cayó el Gobierno. No se puede separar arte de política, es lo mismo en el sentido de que el arte son imágenes y son reflexiones que se meten en la calle, en las fiestas, en todos lados.

EL PERIODISMO QUE CASI NO FUE

Los 60 y los 70 fueron años de gran intensidad creativa y artística para Pazos, entre performances, publicaciones y acciones con diferentes grupos de los que fue parte. Tiempo después, en los 80, empezaría otra etapa fundamental en su vida y obra, Escombros, un proyecto que todavía respira. En paralelo al arte, supo construir una sólida carrera dentro del periodismo.

-¿Cómo nació tu vocación periodística?

-Nunca tuve vocación periodística. Nací con facilidad para escribir, así como hay tipos que nacen con un don para dibujar. Pero hubo un concurso de la Sociedad de Escritores de la Provincia de Buenos Aires del que participé. Nos presentamos siete tipos que no nos conocíamos. Vi los resultados del concurso en La Gaceta y fue terrible porque estaba mi nombre mal escrito: decía Luis Pasos con “s”. Me quería pegar un tiro porque jamás me imaginé llegar al diario. Dije “esto no puede ser, qué desgracia”. Me puse el traje y fui al diario.

-¿Fuiste a reclamar?

-No, fui a ver. Sólo me quedé ahí parado frente a la entrada, de traje, mirando la nada.

VIGO: MAESTRO DE VIDA

Cuenta Pazos una escena digna de una película de un hombre con el ego malherido que terminó con el inicio de una amistad que lleva ya más de medio siglo. En ese momento, aparecerá en su vida Jorge de Luján Gutiérrez, otro de los ganadores del concurso literario, que sin todavía saber bien cómo lo identificó, porque no se conocían, lo invitó a ser parte de la revista que dirigía Edgardo Vigo en aquel entonces, Diagonal Cero, que les dio espacio para escribir de lo que quisieran. Y así fue.

-¿Qué fue Vigo para vos?

-Para mí no solo fue un maestro en la historia de la literatura, fue un maestro de vida: yo lo observaba, estaba todo bien, incluso los caprichos que tenía. No puede haber un artista sin caprichos. ¡Desconfiá del artista que te dice que no es caprichoso!

-¿Cuáles son o han sido los tuyos?

-Han sido: Ser parte de la historia del arte argentino. No sabía qué hacer para tener un renglón en el arte argentino.

Tiempo después, con Luján Gutiérrez, Pazos -recién casado con la primera de una larga lista de mujeres-, tuvo que dejar la bohemia de lado, calzarse los largos y ponerse “a trabajar”. Así, escribió para el suplemento cultural del diario EL DIA, aunque en paralelo seguía haciendo performances artísticas con las que siempre hacían ruido y que, incluso, llegaban a terminar con intervención policial, como la recordada muerta Arte e ideología, CAyC al aire libre, realizada en la Plaza Roberto Arlt en 1972, en la que participó con “Monumento al prisionero político desaparecido”, hoy perteneciente al Museo Reina Sofía.

Pero el periodismo, esa profesión a la que le dedicó medio siglo, casi no sucedió porque Pazos estuvo a un Padre Nuestro de entregarle su vida a Dios.

-¿Sacerdote?

-Yo quería ser sacerdote, sí. Fueron años turbulentos. Hasta los 18 todo fue bien pero de los 18 hasta los 27, fue un desastre. Era un alma perdida. El arte me salvó. Todos éramos Rimbaud, Modigliani, incluso había un dicho: “Si Van Gogh se la bancó, ¿por qué no me la voy a bancar yo?”. ¡De una arrogancia tremenda! Pero yo fui educado en una familia ultra religiosa, no reaccionaria, que todos los años hacía la procesión de la Virgen de Corsignano, porque mi familia tenía su manto. Un día, yendo en procesión, se cayó una de las lámparas del manto en la cabeza de mi mamá, pero no la lastimó. Mis tías lo atribuyeron a un milagro.

-¿Lo viste como una señal?

-Sí, como que la virgen la había iluminado. Pero eso se sumó al hecho de que en el colegio siempre fui campeón de religión. Había una costumbre en el San Luis: una competencia de veinte contra veinte y se hacían preguntas: los que respondían mal, salían. Y yo siempre ganaba. Era algo que me fascinaba y era algo que todos sabían. Mi familia era muy amiga del Obispo de Mercedes, monseñor Serafini, que venía seguido al negocio de mi papá (el famoso Bazar X). Un día llegó él y le dijo “¿cuándo me lo mandás?”. Y mi papá, que era autoritario, como todos los de su generación, le contestó sorprendentemente bien, le dijo “cuando él quiera”.

“Tengo una contradicción: No quiero morir, porque tengo cosas que hacer, y quiero morir para no tener que estar sometido a esas privaciones”

 

-Y no quisiste. ¿Qué pasó?

-Pasaron dos cosas: una que tenía esa facilidad rara para escribir y, además, también tenía una necesidad de pensar. Yo era muy pensador. Medio estaba decidido pero gracias a Luján, años después, entré a la editorial Atlántida y como periodista de la revista Somos y Gente me fui a caminar por el mundo.

-Te enamoraste del mundo y te desenamoraste de la religión.

-Sí, pero conservo una estructura teológica. Leo más libros del cristianismo que de otra cosa. No sé si hice bien o mal, pero es lo que hice. Hay que ponerse en la piel de un pajuerano como era yo, de la época en la que dejaban la leche en el escalón de la escalera, y que te mandaran a lugares como Punta del Este (risas)... Me deslumbré.

Aunque en su faceta como redactor Luis ha escrito historias de todas partes del mundo (desde su travesía tratando de descifrar Macondo hasta la expedición al lugar más austral del planeta, pasando por su recordada entrevista a Borges y sus notas de color con las estrellas de la farándula nacional e internacional), también fue parte del periodismo más duro. Para Clarín, por ejemplo, cubrió el caso María Soledad Morales en Catamarca, donde estuvo instalado durante más de un año y medio, convertido en uno más de ese paisaje manchado de sangre.

-Ese caso te marcó.

-Totalmente. En mi última conversación con la hermana Peloni, le conté de un plan que habían armado para asesinarla y le dije “hermana, saco dos pasajes y nos vamos a Buenos Aires”. Pero ella me contestó: “Mi vida no me pertenece”. Mirá vos qué palabras le dijo a un cristiano primitivo como yo…

-¿Te hizo reconciliar con la religión?

-Me despertó las fantasías.

¿Fue duro estar tanto tiempo alejado de tu familia?

-En realidad descubrí que yo era más duro de lo que creía. Guadalupe (su hija mayor, además tiene a Camila y Manuel) me llamaba por radio y me decía “volvé”. Y yo le decía “no puedo”. Yo me fui y ellos quedaron con las madres. Siempre me estuve yendo.

-¿De qué escapabas?

-Tal vez de mis recuerdos, de algo que me dañó más de la cuenta.

“ESTAR LÚCIDO, SABERME ENFERMO”

Dejó de ejercer el periodismo hace una década, en el mismo lugar donde había comenzado, en el diario EL DIA, y se volcó con fuerza a la escritura. Consciente de sus limitaciones físicas, dio un paso al costado cuando su cuerpo se hizo escuchar y los médicos, tras años de estudios y terapias, pusieron en nueve letras su padecimiento: Parkinson.

-¿Cómo es sentir que la cabeza funciona pero que el cuerpo no acompaña?

-Primero me pongo triste, melancólico, después me enojo y después vuelvo a escribir. El arte y la escritura para mí son una terapia inigualable porque es muy humillante no poder hacer cosas básicas. Me cuesta levantarme, acostarme, hasta comer porque las manos manejan mal los cubiertos. Tengo olvidos cortos. Pérdida de la visión circunstancialmente. Bajar la vereda me parece un abismo. Tengo un enemigo múltiple que tengo que enfrentar todos los días.

-¿Le tenés miedo a la muerte?

-Para nada. Pero sí al dolor. Lo que me pasó en Estados Unidos (en 2018 viajó a Los Ángeles, para participar de la inauguración de una muestra en el Museo Paul Getty que incluía obras suyas y tuvo que ser internado), que te salvan, porque nunca vi una tecnología igual, pero te tratan como un trapo, no lo quiero pasar más. Es difícil estar lúcido y saberme enfermo.

-Sin embargo, seguís activo desde el arte y la poesía. De hecho, en cuarentena estuviste leyendo poemas en las redes, participando de Zoom, exponiendo virtualmente...

-La pasé muy bien porque la cuarentena, para mí, se parece mucho a mi vida común. No salgo casi nunca, me vienen a visitar a veces. Llevo una vida de intelectual, que no lo soy, pero llevo una vida de leer y escribir.

-¿Cómo hacés para escribir?

-Me cuesta, pero ahora estoy aprendiendo a dictar. Tengo un ayudante, Germán, indispensable para mí porque me ayuda con las cosas simples. Pero es algo que necesito hacer porque mis libros son autobiográficos. A través de personajes que existen o no, soy yo el que habla. Y acá hay muchos datos de mi vida.

-Apenas llegué, de lo primero que hablaste fue del libro y no del premio.

-Si, así es. Estoy orgulloso del premio pero no es indispensable. Lo indispensable para mí hoy son mis libros. Ahora estoy enfocado en terminar otro, que es muy difícil, y se llama “No humano”. Está escrito sin puntos ni comas, en bloque. Son diez capítulos. Es la historia de un hombre que inicia un viaje accidentado en el que se cruza con diferentes animales fantásticos.

-¿De dónde sale esa fantasía?

-Cuando me enfermo de angustia, salen estas cosas. Tengo tendencia a enfermarme psíquicamente, a ver todo negro. Hay un concepto que me mata y que es “incurable”. Si vos me dijeras que “tenés diez años de vida, vivilos” o “perdiste, viejo, mañana andate”. Pero no. Miro para adelante y digo “Dios mío”. Tengo una contradicción muy difícil de manejar: no quiero morir, porque tengo cosas que hacer, y quiero morir para no tener que estar sometido a esas privaciones.

-Imagino que debe ser difícil. ¿Hacés terapia?

-Sin la terapia no estaríamos acá conversando, eso te lo aseguro. Hay tres cosas que ayudan: lo primero es la medicación, que te harta de tomar cada tres horas, dos pastillas. Después, la gimnasia, pero no la libre que te gusta, sino la especial de rehabilitación. Y lo tercero es que tengo una ventaja: me tocó en suerte una mujer extraordinaria. Le puedo reprochar que es mandona, porque es mandona (risas), pero es tan generosa... Porque yo le ofrecí irme, le digo “qué vas a estar con medio hombre, acá, enfermo”. Y me dijo “es lo que quiero hacer”. Y como es muy frontal, dura, si algún día no quiere estar, me lo va a decir.

-¿Cuántos años de amor llevan con Silvia?

-19.

-Es el amor que más te duró.

-Sí. Una psicopedagoga me hizo un dibujo y me dijo “mire todo lo que tuvo que hacer para estar acá”. Y vos fijate cómo son las cosas de la vida: yo vivía acá, a dos cuadras, con mis tías que me criaron. Salí de Tolosa y volví acá al final de mi vida. Es como el diario. Son círculos que se cierran.

 

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Pazos con su obra “La corneta” y vigo con sus “poemas matemáticos”

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