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Alejandro Chomski escribió junto al autor el guión de “El país de las últimas cosas” que se puede ver en la fiesta cinéfila y que llega a Cine.Ar
Pedro Garay
pgaray@eldia.com
En busca de su hermano desaparecido, una mujer viaja a un país devastado por una crisis económica que corroe los cimientos de lo que alguna vez fue próspero. La desolación es total: la población revuelve la basura y los despojos de la revuelta para vender lo poco que encuentre por un poco de pan, las manifestaciones constantes terminan de manera sangrienta, todo es caos.
Esa es la premisa de “El país de las últimas cosas”, novela de Paul Auster que ahora se vuelve película, de la mano del director Alejandro Chomski, que mostrará su filme en el Festival Internacional de Mar del Plata, hoy y mañana (gratis, de forma virtual), y que también realizará, hoy y el lunes, funciones presenciales en el Anfiteatro del Parque Centenario (también gratuitas, con capacidad para 300 espectadores), antes de su desembarco, la próxima semana, en Cine.Ar.
La película, que Chosmki escribió junto a Auster, aterrizará en un momento donde la crisis económica forzada por la pandemia y las devaluaciones de los últimos años aportarán una nueva lectura a esa crisis profunda del país de las últimas cosas. Quizás, incluso, la reciente muerte de Maradona, que ha dejado a un tendal de desposeídos sin el héroe que desafió el aplastamiento de la realidad, sin esperanzas de magias que rompan las cadenas, reverbere espiritualmente con la atmósfera desconsolada de la cinta de Chomski. En Argentina, además, la novela se leyó cuando Auster se transformaba en fenómeno: escrita en 1987, llegó masivamente al país alrededor de la crisis de 2001, y fue leída, indefectiblemente, como una novela prácticamente realista.
Incluso, por el propio Auster: “Auster estuvo en Argentina justo después de diciembre de 2001, y vio claramente cómo las consecuencias de lo que había ocurrido tenían una fuerte correlatividad con la novela: fue desde ese punto que empezamos a trabajar en el guión”, comenta Chomski, quien desde aquellos años se hizo con los derechos para llevar la novela al cine.
Claro, mientras Argentina intentaba salir de la devastación, otros países del mundo veían corroídas sus instituciones democráticas por fuertes crisis económicas, transformando el guión en el proceso: por eso, en el filme se escuchan voces en portugués, castellano, inglés, alemán, de todo. La llegada de la pandemia volvió más evidente a la historia como algo global: “Sería ‘el mundo de las últimas cosas’ el título apropiado…”, dice el director que ya llevó al cine una obra literaria emblemática, “Dormir al sol”, de Bioy Casares.
Ese 2001 se mantiene presente en el horizonte, sobre todo para el espectador argentino, que escuchará en el fondo de la película sonidos parecidos a los que generaban las cacerolas y los piquetes, mientras mira esos paisajes familiares. Pero Chomski trabajó contra esa reducción: “Hay algo en la película y en el libro de todas las situaciones que ocurrieron en el siglo XX y XXI. Auster me contó que la falta de zapatos está basado en la batalla de Stalingrado, por ejemplo. Las cacerolas aparecen de fondo como parte de un collage de situaciones de descalabros financieros”, explica el realizador porteño.
Es, insiste, un mundo imaginario. De hecho, la decisión de filmar la historia de Anna, la mujer que busca a su hermano en el fin del mundo (y que en el camino encuentra el amor) en blanco y negro, fue tomada porque “ayudaba a plantear que no es la realidad, sino que es ciencia ficción, una metáfora de la realidad”.
Incluso, aunque por los parlantes el gobierno advierte sobre una epidemia, esa voz está escondida, como si no fuera un guiño a nuestra realidad sino una más de las consecuencias de los abusos en aquella ciudad condenada. “No queríamos que por la pandemia la película se vuelva tan parecida a la realidad, algo similar al neorrealismo italiano, que no era la idea del género que trabajamos”, lanza el director, y afirma que la problemática metaforizada es más profunda. “De hecho, en Argentina, cuando termine la pandemia, vamos a seguir teniendo esta situación que se plantea de forma metafórica en la novela, no se va a enderezar por arte de magia. Hoy las expectativas argentinas son por salir de una situación de desesperanza”.
UNA METÁFORA ATEMPORAL
Es en ese sentido que “queríamos hablar de algo más abstracto, atemporal, que pudiera no oxidarse con el paso del tiempo, como es el libro. ‘El país de las últimas cosas’ es una reflexión más general sobre todos los errores que hemos cometido al apropiarnos de la naturaleza y al abusar el poder, provocando el aumento de la desigualdad, de la pobreza. La película hace referencia a todos los descalabros económicos que se producen en democracias, donde el pueblo queda desamparado, provocando un choque entre la población y el Estado. Es una parábola que aplica a cualquier país: no hace falta que tengan un golpe de Estado, o que los bombardeen, las causas sociales y políticos pueden desencadenar este estado de cosas. Por eso, creo que la originalidad del libro y del filme es plantear una reflexión sobre la situación”, opina Chomski.
El realizador de “Maldito seas Waterfall” y “Existir sin vos, una noche con Charly García” trabajó estos aspectos de la historia codo a codo con el propio Auster, un proceso de casi dos décadas, “muy intenso”, con “muchas idas y vueltas, muchas versiones: viví en Nueva York y trabajé todos los días en el guión, varias veces”.
El guión era escrito en inglés y después tenía que transformarse. Poco a poco nacieron diferentes versiones de la película que finalmente fue: Auster vería “cada corte, y luego charlábamos durante dos o tres horas sobre cosas que proponía. Y hasta mandó un saludo a los espectadores del Festival”, cuenta Chomski sobre su “aliado incondicional”, algo “impensado: al principio parecía imposible que él accediera”.
Pero, cuenta, “tuvimos una conexión, él consideró que mi visión y mi entusiasmo eran los correctos”. Así comenzó la sociedad Chomski-Auster, primero, comenta, “como una relación más paternal”, y más adelante “con dos colegas que hicieron juntos una película”. Hoy, con el beneficio de la distancia que ofrece mirar hacia atrás, Chosmki está convencido de que no fue que ganó por insistencia, sino que Auster apreció sus intenciones. “A él intentaron convencerlo muchas veces de que se filmen sus novelas, y a él no le ha interesado, o no se ha involucrado”, afirma. “Creo que nadie convence a nadie. Todos estábamos convencidos”.
Escena de “El país de las últimas cosas”
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