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El impacto de la crisis sanitaria en la vida de todos los días fue tan múltiple como profundo y sus secuelas a mediano y largo plazo son difíciles de prever. Experiencias desde lugares clave y el análisis de los especialistas
Juana Pastor (87) había imaginado que el 2020 sería un año de festejos: porque cumplían 15 años dos de sus nietas y porque al frente del centro de jubilados platense “Celebra la Vida” esperaba organizar muchos de esos encuentros que mantienen activos y saludables a los adultos mayores. Pero llegó la pandemia por el coronavirus y cambió todos sus planes. Lejos de los que jamás se hubiera imaginado pasó la mayor parte del año en su casa, sin ver a nadie, más que a través de las pantallas de sus dispositivos, y contemplando cómo las fiestas de sus nietas se postergaban sin fecha concreta de realización.
Al frente de la Unidad de Terapia Intensiva del Hospital San Martín de La Plata, Gabriela Sáenz vivió, a partir de la llegada de la pandemia a la Región, la experiencia más extrema que le tocó afrontar en sus años de ejercicio de la medicina: una experiencia que define como agobiante, triste, desoladora, por momentos extenuante. Atravesando la tan dolorosa como inédita situación de ver morir a los pacientes que no lograban ganar la batalla contra el virus, solos, sin ningún familiar cerca.
La docente platense Virginia Polenta se encontró, de pronto, con una nueva forma de trabajo de la que tuvo que aprender todo sobre la marcha. Sin clases presenciales en todo el año, debió trabajar desde su casa con dispositivos tecnológicos con los que se fue familiarizando y en una modalidad de trabajo que puso de manifiesto las enormes desigualdades en el acceso a la conectividad entre los alumnos.
Los casos de Juana Pastor, Gabriela Sáenz y Virginia Polenta son apenas tres de los que ilustran la fuerza de los cambios impuestos por la pandemia en la vida cotidiana en distintos terrenos. En todos los terrenos. La irrupción del coronavirus marcó a la vida del mundo y de la Ciudad con un impacto múltiple y visible hasta en el propio paisaje, donde los omnipresentes barbijos y la distancia social se convirtieron en un elemento más del día a día que nadie hubiera imaginado posible apenas un año atrás.
En esa nueva normalidad otros elementos se transformarían, contra todo pronóstico, en habituales: la desinfección de los alimentos con soluciones de agua y lavandina o alcohol y los permisos de circulación para poder transitar por la calle en los más duro del Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio (ASPO) son apenas algunos de ellos.
Paralelamente, y ante la imposibilidad del encuentro, las nuevas tecnologías ganaron terreno reemplazando a los contactos personales con una fuerte presencia de las plataformas virtuales que impusieron nuevas formas de encontrarse.
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Al mismo tiempo, el lenguaje cotidiano incorporaba una serie de expresiones derivadas del avance de la pandemia, como” tasa de letalidad”, “muertos por millón de habitantes” y otras expresiones procedentes de la epidemiología que fueron instalándose en el lenguaje común.
A la hora de determinar cuántos de los elementos de este impacto llegaron para quedarse, las respuestas no resultan sencillas.
Para el antropólogo platense Héctor Lahitte, uno de los factores que hace difícil medir la magnitud y el alcance del impacto de la pandemia en la vida cotidiana es que no existen antecedentes históricos de algo similar con los cuales poder comparar.
“La epidemia de gripe española, las guerras mundiales, fueron acontecimientos de otro tenor que sí podían ser comparados. Pero en este caso, no hay un acontecimiento histórico con el que comparar. Y lo más probable es que el impacto a futuro sea tan grande que nunca volvamos a la ´normalidad´ anterior a la irrupción del coronavirus”, sostiene Lahitte.
“Esta crisis nos pone frente a un cambio cultural: la misma interacción humana va a cambiar”
Para el antropólogo platense, “una situación de esta magnitud nos pone en las puertas de un cambio cultural que va a ser mucho más profundo que el provocado por otras catástrofes conocidas. Y lo más serio es que la misma interacción humana va a cambiar”.
Lahitte entiende que si bien es difícil prever qué tipo de cambio se puede prever, estima que , como contrapartida del largo aislamiento y el distanciamiento, es probable que se produzca “una revalorización de la familia y del encuentro personal. También es probable que vivamos en un mundo menos interconectado en los próximos años y donde se valoren más las relaciones estables y la monogamia”.
En este sentido, un estudio difundido por este diario el domingo pasado y elaborado por la Universidad Abierta Interamericana mostraba como desde el inicio de la pandemia se duplicó el número de convivencias entre jóvenes de 18 y 30 años con pareja estable.
“También se puede esperar una revalorizacion de los mayores de las familias y también una mayor tendencia a la unión familiar”, consideró Lahitte.
Por otra parte, también sostiene como una de las características de las “nueva normalidad” la posibilidad de que se incremente la hafefobia, un trastorno que se define como el temor al contacto con otras personas.
La mayor valoración del contacto presencial, sostiene Lahitte, puede llegar a producirse también en el ámbito de la educación después de la pandemia.
“Durante el aislamiento la educación virtual llegó a un límite y también en este ámbito puede haber una mayor valoración de la presencialidad”, indica Lahitte
En este sentido, un reciente estudio de la Red Educativa Itínere publicado en esta edición indica que 8 de cada 10 alumnos, tanto del nivel primario como del secundario, prefieren la presencialidad (ver página 17).
En todo caso y si bien Lahitte subraya que es difícil precisar la magnitud de los cambios que puede provocar, en el mediano y largo plazo la pandemia, “será una normalidad nueva y distinta de la que vivimos antes de la irrupción del coronavirus”.
Un año sin clases presenciales para un gran número de niños, adolescentes y jóvenes. Fue un error. Muchos de esos chicos tuvieron hasta poca posibilidad de contacto o de una actividad escolar diaria con sus maestros. Sin embargo, hubo docentes que intentaron transmitir conocimientos en esa “nueva normalidad” como la profesora de Ciencias Biológicas, que da su testimonio (ver página 4) de logros y dificultades, dentro de esta situación ante la pandemia.
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Barbijos y protocolos se convirtieron en parte del paisaje de todos los días / Demian Alday
La distancia social, también en las filas / Dolores Ripoll
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