“Emily in Paris”: mucho romance en una Francia estereotipada
Edición Impresa | 6 de Diciembre de 2020 | 06:18

Por GERMÁN JAIME
“La nueva serie del creador de ‘Sex and the City’”, anunciaba la previa. Y, les guste o no les guste, aquella serie que Darren Star creó para HBO marcó una era, cambió la representación de las mujeres en la televisión y mostró una ciudad retratada mil veces de una forma glamorosa pero realista, sucia y vertiginosa, que no había sido vista antes. Star, además, no tenía la culpa de las horrorosas películas de la serie, producciones ajenas que echaron por tierra todo lo valioso del show televisivo para ofrecer una visión conformista, chata y edulcorada de sus personajes, y vender, mientras tanto, las bondades de los Emiratos Árabes al mundo.
Entonces, cuando se anunció que Netflix estrenaría “Emily in Paris”, “la nueva serie del creador de ‘Sex and the City’” (que también es el creador de “Beverly Hills 90210” y “Younger”), había causas para entusiasmarse. La serie, el supuesto intento de llevar “Sex and the City” a París, es en cambio frívolo, superficial en el peor de los sentidos, una serie que no se esfuerza por construir las peripecias o los personajes, que es pura cáscara. “Como mirar Instagram”, escribió acertadamente un usuario de Twitter: “Una buena manera de perder el tiempo mirando imágenes bonitas”.
Son ocho episodios centrados en Emily, interpretada por la encantadora sonrisa de Lily Collins, una joven exitosa que es enviada por trabajo a París y allí encuentra dificultades para adaptarse: resistencias laborales, dificultades para encontrar el amor y demás.
El primer problema es el retrato de la Francia que encuentra: la bella París es de postal, con sus rinconcitos pintados de rojo y sus aromas a pan recién hecho, y sus habitantes son estereotipos sacados de algún manual del siglo XIX, que seguramente ya por entonces era irónico. Los franceses no se bañan, son narcisistas, amantes compulsivos, en fin: Emily se ve envuelta en ese choque cultural expresada en chistes poco dignos.
Pero el segundo problema es ella: Emily es insoportable. Le va bien en todo, y tiene una confianza en sí misma que no parece ameritar. Encima, como la serie está escrita desde una perspectiva tan asquerosamente etnocentrista, siempre tiene razón: es la fuerza joven que viene a resolverle con sus ideas con perfume de rosas todos los problemas a esos viejos carcamanes franceses que no saben nada más que de vino y buena vida.
Emily es un problema porque para el espectador es imposible conectar con ella, hinchar por ella: primero porque es perfecta, y por lo tanto no tiene lugar para caer y levantarse; segundo, porque no hay acá nada de la gravedad, nada del conflicto interno, nada de la lucha urbana que se sugería en “Sex and the City”. Es decir, no hay conflicto, solo zapatos bonitos, vestidos hermosos y paseos por una París edulcorada.
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