“El precio de la verdad”: empresas tóxicas y abogados justicieros

Edición Impresa

Por ALEJANDRO CASTAÑEDA

afcastab@gmail.com

Thriller judicial sobre un caso real. Una fórmula que al cine de denuncia le ha dado mucho material. Película sobria, cuidada y repetida, que no alcanza el impacto y la fuerza de la recordada “Erin Brockovich”, donde una Julia Roberts en estado de gracia le ponía alma y algo más a esa heroína vecinal que sacaba la luz una asimétrica confrontación entre gente común y poderosas empresas. Aquí se recorren caminos parecidos: un abogado sano y bien inspirado se pone al hombro el reclamo de unos granjeros del pueblo de Parkesburg, en West Virginia, a quienes los desechos que está arrojando al río la multinacional Dupont los está enfermando y los está empobreciendo. La pelea es desigual, pero, en este mundo, a veces ganan los buenos. Y este es un caso. Es algo tan excepcional poder doblegar a las grandes empresas, que cuando eso sucede, la literatura, el periodismo y el cine se encargan de exaltarlo.

El film sigue los lineamientos formales ya conocidos: muchos obstáculos al principio y clima reparador al final. Aunque este film aporta un desenlace que vale la pena subrayar: cuando todo termina, cuando la justicia le da la razón al reclamo de los vecinos, cuando se sabe hasta el monto de la indemnización millonaria, empezará una nueva lucha para poder lograr que Dupont pague lo que debe. Como la plata no llega, los vecinos se la agarran con ese abogado, que primero era un héroe y después admite que no se puede hacer mucho para apurar los tiempos de la justicia. “Ya ni pelear se puede”, dice el granjero, resignado ante un sistema que se encarga de desalentar estas denuncias interviniendo los organismos de control, fabricando testigos y, llegado el caso, alargando los tiempos para no pagar a término.

Detrás de la cámara está un artista virtuoso, como Todd Haynes, autor de esa obra maestra que es “Carol”, un realizador de mirada sutil, apegado a un cine intimista. Aquí Haynes hace su film más convencional y prefiere ceñirse disciplinadamente al desarrollo lineal de la historia. Así y todo, se deja ver otra vez el refinado oficio de un autor de fina caligrafía que apela al esfumado, a esa fotografía azulada y semi oscura, a esa falta de claridad y de primeros planos, como para decirnos que la verdad es esquiva y huidiza y que por más que uno se acerca, las cosas jamás acaban revelándose del todo, siempre quedará algo en penumbra.

 

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