Imborrable recuerdo de la visita del poeta Juan Ramón Jiménez
Edición Impresa | 2 de Marzo de 2020 | 02:27

Aunque recibiera el Premio Nobel de Literatura recién en 1956, el poeta español Juan Ramón Jiménez (1881-1958) hacía ya décadas que se había transformado en una figura consular de las letras.
Por eso, cuando visitó La Plata el 8 de septiembre de 1948, su figura concitó un muy amplio interés no sólo de los habitantes del mundo literario platense, sino del público en general, y el espontáneo y multitudinario acompañamiento que tuvo en todas de las varias actividades que desplegó durante aquella agotadora jornada para un hombre de 67 años de edad.
La primera actividad que tuvo aquí fue en el Paseo del Bosque, frente al busto erigido en homenaje al poeta platense Francisco López Merino, fallecido en 1928, con quien el visitante había trabado una franca amistad.
El acto había sido organizado por el grupo de brillantes y jóvenes escritores platenses nucleados en Ediciones del Bosque y concurrieron decenas de personas. El poeta llegó en automóvil, acompañado por su esposa, Zenobia Camprubi.
Allí disertó brevemente sobre la personalidad de ese poeta platense, dando algunas pinceladas sobre la amistad que muchos años atrás había mantenido.
Tras el breve discurso cruzó para realizar una rápida recorrida por el Museo de Ciencias Naturales.
Luego fue trasladado hacia la Catedral, en donde se quedó muy entusiasmado con sus detalles arquitectónicos y los vitrales.
Pasado el mediodía se trasladó hasta Gonnet donde tuvo un almuerzo íntimo en el por entonces Swift Golf Club, predio que tiempo después fuera traspasado al Club Universitario de La Plata.
En aquellas instalaciones durmió una siesta y descansó para la conferencia que iba a dar en el gimnasio de la sede social del club Estudiantes.
A las 18.45 Jiménez ingresó al gimnasio de Estudiantes acompañado por su esposa, autoridades de la institución anfitriona, la señora de Ortiz Basualdo y la escritora platense María de Villarino, recibiendo una calurosa ovación.
El español comenzó diciendo “me considero feliz en La Plata, que florece y verdece a cada primavera”. Luego realizó una emotiva recordación de sus amigos platenses López Merino, Pedro Henríquez Ureña, ya fallecido en ese tiempo, y Amado Alonso.
Habló luego de su infancia y su manera de percibir el mundo como un sitio “de paz y amo”, visión que lo introdujo “desde temprana edad en la poesía”.
Al terminar su conferencia, se repitió la ovación y fue conducido al salón de recepciones donde fue agasajado con un lunch, oportunidad en la que firmó el Libro de Oro de Estudiantes.
A todo esto, la gente no se había retirado de la sede albirroja para pedirle la dedicatoria de libros al poeta que se pudo ir de regreso a Buenos Aires poco después de las 22.
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