Recomendados para la cuarentena: “Parasite” llegó a la pantalla chica

La sensación del año pasado, una crítica despiadada sobre el capitalismo salvaje, se puede ver en Flow

Edición Impresa

Por PEDRO GARAY

pgaray@eldia.com

Fue el gran suceso de 2019, una película surcoreana que a fuerza de calidad y promoción conquistó el mercado global, se paseó por el mundo y coronó su faena con el primer Oscar a mejor película a una cinta no hablada en inglés: “Parasite”, de Bong Joon-Ho, llega ahora a la pantalla chica (Flow), tras un excelente paso por la taquilla mundial, y si usted aún no la vio, es porque probablemente le tenga desconfianza.

Suele pasar que cuando se promociona mucho algo, al final no termina siendo merecedor de tanto espamento. Las mejores cosas suelen ser secretas (y además cuando son secretas, sentimos una conexión emocional con ellas; cuando algo es de todos, en cambio, se agranda un sentimiento de banalidad).

“Parasite” es, en este sentido, el último exponente del presente perpetuo en el que estamos paradójicamente atrapados: tenemos a disposición la historia entera del cine, la tevé, la literatura, la música, y sin embargo estamos siempre en busca de la última película, la última serie. Y no dudamos en definir cada una de estas novedades como una nueva “obra maestra”. Transcurridos un par de meses, el entusiasmo suele evaporarse: no mirar hacia atrás, no tener más que presente, tiene sus consecuencias sobre la mirada y la perspectiva.

Pero si usted eligió no ir al cine por esta razón, ahora, que está encerrado en su casa, téngale fe: “Parasite” es una fiesta. Quizás, una fiesta algo aguada por el ruido blanco de opiniones con demasiada certeza sobre su calidad de “obra maestra” que envuelve la película. Pero póngale play: descubrirá que esas voces se evaporan rápidamente, y que se trata de una experiencia que atrapa mientras demuele.

Bong vuelve a demostrar su maestría para narrar desde los espacios, desde las relaciones, también desde las palabras, manipulando todos los elementos del lenguaje cinematográfico para subvertir las expectativas de los géneros que explora: todo está puesto en servicio de narrar.

Seguro, aunque su historia de la brecha entre ricos y pobres, los de arriba y los de abajo, y de la violencia latente llega en un momento de colapso del capitalismo, alguien podrá señalar que detrás de la diversión que llega como una avalancha desde la pantalla, hay algo de trazo grueso en su alegoría (aunque también hay consciencia de ello, por eso hay un primer final falso, farsesco; el final real, el demoledor, sin embargo, es demoledor, un truco de edición que manipula de forma letal la emoción del espectador: somos plastilina en las manos de Bong).

Alguien dirá entonces que no es la obra maestra que se proclamó desde todos los rincones. Y está bien así: no todo es una obra maestra, pero no todo tiene por qué aspirar a serlo, tampoco. Seamos felices viendo cine exultante sin ponerle etiquetas.

 

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