Cada mañana, antes de ir a trabajar, observo con ansias la estación de trenes. A esa hora la gente empieza a circular y son como hormigas, yendo y viniendo de un hormiguero cercano.

Miro la estación con una vaga nostalgia y suspiro, como esperando la visita de un amigo, o algún sobre donde aparezca manuscrito mi nombre.

A veces observo a las personas que pasan: me detengo en su forma de caminar, sus atuendos, las sombras que proyectan sobre la calle. En sus caras descubro gestos sutiles: un guiño, una ceja recelosa, una boca crispada.

Y me pregunto quién soy, fisgón de vidas ajenas, esperando un tren que no llega hoy, ni llegará mañana.

Texto Marco Andrés Quelas
Foto Leandro Pacheco

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