Mi primer ace

En el viejo club donde empecé a jugar al tenis con mis amigos había una pecera con dos carassius. En el fondo, sobre un lecho de piedritas de colores, descansaba una vasija rota y un par de algas de plástico que se movían con el agua. Nadie lo sabía, pero secretamente iba al club para mirar esos peces.

Todas las tardes los observaba nadar entre aquellas cuatro paredes de vidrio. Iban y venían, una y otra vez, con la obstinación que es el sello de todo animal confinado. Mis amigos parecían no advertir la presencia de aquellos seres vivos. 

Más tarde el cantinero del club me contó que a los peces se los comió el gato amarillo que holgazaneaba todo el día junto a la pecera.

Nunca confesé por qué habían desaparecido.

Texto Marco Andrés Quelas
Foto Cubo Rojo

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