Templanza en el desasosiego

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Por SANTIAGO SYLVESTER

En estos días de encierro y de zozobra (en realidad sólo habría que hacer mención al encierro porque la zozobra está asegurada siempre), leer un libro de poemas revela más que nunca una tarea solitaria, de cuestionable utilidad. ¿Qué puede decir la poesía cuando hay un monólogo mundial con tema único? ¿Cuál es su papel? No voy a cargar a Sandra Cornejo con la responsabilidad de atender a estas preguntas, pero sí diré que sus poemas hablan, sin proponérselo, de la condición de la poesía: una de las especies que, por obstinación y adaptabilidad, está destinada a durar. Precisamente el telón de fondo del momento actual muestra los vínculos de la poesía con lo más secreto de nuestras necesidades; y seguramente con estas señales de resistencia me tocó leer su libro “Corteza”.

Pero mi opinión no es que el destino de la poesía esté en juego; de modo que la pregunta ante un libro de poemas sigue siendo cómo el poeta ha resuelto el difícil problema que tiene hoy, y desde hace tiempo, la poesía.

Sabemos que, por una parte, la reiteración de una fórmula acogedora y tradicional no vale ya como “poiesis” (como creación, si sigue sirviendo la etimología), y que, por otra parte, la impronta rupturista, con su programa de permanente apocalipsis, ha dejado hace tiempo de ser una novedad. Son dos extremos que, separadamente, pareciera que carecen del envión para instalar algo que previamente no estaba ahí. Y tal vez en esa advertencia esté la clave, puesto que este libro no propone separadamente a ninguna de las dos, sino que en todo caso intenta utilizarlas ambas.

Lo que estoy diciendo es que en “Corteza” conviven bien los afluentes distintos de la poesía contemporánea, y lo hacen de un modo que se nota como propio. En este libro, como diría Stevenson, los poemas miran todos en la misma dirección; es decir, hay un estilo y hay una intención.

Un acierto que Sandra Cornejo ha encontrado (o que posiblemente su temperamento la ha ayudado a encontrar) es el tono calmado para mirar, analizar, sacar alguna conclusión y, sobre todo, para disimular lo contrario: una carga importante de inquietud donde la calma queda en suspenso. Su prosodia es de mucha templanza, pero no tanto para contar cosas templadas sino para que el sobresalto, que existe, no se convierta en una pura gestualidad. Es evidente que a esta poeta no le gusta el exceso expresivo, y esto se detecta en muchos poemas.

Hay algunos que son abanderados de esta dualidad de mesura e intranquilidad; por ejemplo el poema “Parques reales”, ¿describe un paseo? ¿qué significa ese parque? ¿qué se cuenta, y sobre todo qué no se cuenta pero está en el poema? Es un procedimiento que tiene toda mi solidaridad de lector, deja en estado de alerta; porque si todo está claro, si no hay ningún desasosiego, el efecto se gasta por exceso de iluminación y deja de mandar señales. Tal vez sea la metáfora del iceberg, que muestra un 10% de su volumen y el resto está debajo del agua. Esta es la manera como Sandra Cornejo pasea, espía, comenta y señala: muestra una parte y oculta la otra; o mejor dicho la sugiere. Lo que no está, pero se advierte; es ese doble canal donde la poesía sale ganando.

Tal vez esta calma aparente, con zozobra escondida, hace de estos poemas una especie de metonimia del momento actual. Al menos es así como me ha tocado leerlos.

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