Ocurrencias: el trío anunciador repitió puesta en escena y repertorio
Edición Impresa | 28 de Junio de 2020 | 03:24

Por ALEJANDRO CASTAÑEDA
Cien días pasaron. ¿Cuántos más quedan? El súper trío anunciador nos obliga a seguir escondidos otra quincena más. Controlar los vaivenes del tiempo es parte del poder. Para Macri la expectativa se manejaba por trimestres. Y para Alberto, por quincenas. Se han achicado los plazos y son otros los temores, pero la idea de operar calendario y anhelos se reactualiza esta vez a la sombra de una calamidad que es muchísimo peor que cualquier reperfilamiento. El virus está y cada vez está más. Los números dan cuenta de su expansión. Nadie duda de su maleficio, pero hay quienes se resisten a someterse a él, y quienes la respetan a rajatabla. El punto medio es inalcanzable e inútil. Cuesta ubicarse en alguna orilla de este furioso río. Salud o trabajo se disputan el salvavidas. Los cuarentenistas apuestan al encierro. Y los otros, a las reaperturas. Estar en el medio es una forma de asumir que nada se sabe y que sólo queda la contemplación y la esperanza. Aunque Emily Dickinson nos advierte: “No estoy acostumbrada a la esperanza”.
El poder mira los espejos que le conviene. Sabe que allí se refleja, se maquilla y se aprende. Desde su atalaya controla el cautiverio, relojea el vecindario, vigila camas y contagios. El parte meteorológico ha sido reemplazado por el pronóstico sanitario. El terceto en su nueva presentación no trajo nuevo repertorio. Libreto repetido y puesta en escena, también. ¿Tanto suspenso y tanta expectativa para seguir dando y pidiendo lo mismo? Aspiran a que se salve mucha gente para poder pelearle a la crisis en un mañana lejano. Aunque saben que algunos se van a entregar antes. Y no por la falta de camas sino por falta de oxigeno en el bolsillo.
El súper trío anunciador nos obliga a seguir escondidos otra quincena más
El trío encerrador había prometido que el vienes iban a pedir el último esfuerzo (¡al fin una certeza!) pero prefirió apostar a lo fortuito y dejar que lo eventual sea el único plan de vuelo. Fueron claros: nada termina y nada recomienza. Y no lo hacen de perversos. La pandemia no da rastros para ser descifrada fácilmente. Ni permite hablar de plazos. Y después de lo de Vicentin, Alberto se quedó con pocas ganas de dar marcha atrás. Al menos esta vez sonaron menos tremendistas. Porque a veces uno tenía la sensación de que cada vez que la gente salía a correr, los cuarentenistas, para poder tener razón, estaban deseando que todos se contagien. Parecían olvidar que el vecino necesita que le recomienden nuevas rutinas y no que lo amenacen. Mientras tanto, a cada hora, el virus de a poco sigue matando y la crisis, no tan de a poco, sigue cerrando comercios y sueños.
Todos sacan cuentas; de los días que faltan y de la plata que queda
Nadie lo vio venir y nadie sabe cuándo se irá. ¿Cómo se le escapó esta inmensa desgracia a Nostradamus, el gran adivino de la mala leche? También a los mayas, que se la pasaban interrogando a la divinidad y que habían largado varias fechas de fin del mundo, se les pasó por alto esta pandemia. Por suerte las naves especiales exploran el espacio por si el coronavirus expropia la bendita Tierra y hay que salir con las cacerolas a buscar un nuevo loteo en la galaxia.
Se ignoran los rumbos de una pandemia que hasta ahora se ha venido riendo de una humanidad entregada al refugio y el miedo. Todos sacan cuentas. De los días que faltan y de la plata que queda. Hay tiempo de sobra para calcular durante el día. Pero a la noche, los sueños se llenan de sospechosos. Ya abandonamos la idea de despertarnos creyendo que esto era una ficción. Ahora lo que nos parece ficción es aquello que tuvimos y que cada vez demora mas su retorno. Se hace eterna la espera. Sometidos al desgaste diario de una vida repetida y achicada, los vaticinios del trío dejaron poco lugar al optimismo. La casa va quedando chica y el cuerpo se asume cautivo y enojado. La gente sigue lamentando el enorme parate, pero sigue temiendo al virus. Y tienen razón. Los barbijos no pueden atajar todo lo que vamos absorbiendo. El cuerpo procesa como puede una comilona diaria de abatimientos y agobio. El corona se va quedando con todos los apetitos. Y padecemos una mezcla de angustias y altos costos que se calibran en el cuaderno del tedio y la desolación.
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