Peligrosa obsesión: por qué atrapa el cine sobre robos
Edición Impresa | 20 de Agosto de 2020 | 04:05

Por PEDRO GARAY
“La Casa de Papel”. “La odisea de los giles”. “Un ladrón con estilo”. Una nueva versión de “La gran estafa”, con mujeres protagonistas. Una película sobre “El robo del siglo” argentino, y una serie sobre “El robo del siglo” colombiano, recientemente estrenada en Netflix.
El caper, género dedicado a los robos y las estafas, se ha vuelto, en las últimas dos temporadas de cine y televisión, particularmente popular. Con algo de psicología pop podríamos determinar que se debe a que hay un descontento global con el actual modo en que las cosas funcionan, y estas películas capturan y canalizan el deseo de hacerle trampa a un sistema tramposo.
Estas películas capturan y canalizan el deseo de hacerle trampa a un sistema tramposo
Ese es el planteo que realizan, explícitamente, numerosas entradas en el género, de hecho. Los ladrones surfers de “Point Break”, clásico de las tardes de cable de los 90 con un jovencito Keanu Reeves debatiéndose entre la ley y el crimen (todo agente del orden incluye su contraparte), aquellos que inauguraron la moda de los robos con máscaras de la cultura pop en las películas, solo querían sacarle dinero a los bancos, que no hace falta aclarar que juegan a la timba con el dinero de la gente y nunca pierden, para vivir una vida fuera del sistema, persiguiendo el sol. El verano eterno, cantarían unos adolescentes años más tarde. Ellos perdieron, y tampoco termina bien la odisea de dos hermanos en “Sin nada que perder”, un western sucio que sigue la peripecia de dos hermanos robando bancos por el desierto para pagar la injusta hipoteca que pende sobre el hogar familiar. Toda una declaración en la Estados Unidos posterior al estallido de la burbuja inmobiliaria.
Pero al sistema no se lo puede vencer con facilidad: nuestros héroes sufren, a menudo sangran y mueren en su intento criminal y subversivo. El héroe es trágico, pero (o por ello) noble: quizás sea eso, más allá del ingenio de la obra criminal, lo que atrajo el imaginario del país entero cuando una pandilla robó el Banco Río de Acassuso, “sin armas ni rencores”. Su cabecilla insistía que el robo debía “decir” algo, ser artístico, y por lo tanto, estar desprovisto de violencia.
El hecho entregó una simpática comedia estrenada este año (ya puede verse en Flow y Fox), también varios libros y un documental en camino. También fue prolífico en adaptaciones el “robo del siglo” original, el robo bancario realizado por Albert Spaggiari en Niza, en 1976. Allí apareció la frase que inspiró a los ladrones del Banco Río: “sin armas, ni odio, ni violencia”, fue el mensaje que dejaron detrás los maleantes: la historia se relata en el documental “Apuntes para una película de atracos”, en la que un cineasta que busca hacer una película de robos entrevista al “Robin Hood de Vallecas”. La cinta, que puede verse en Netflix, relata el mito del “noble ladrón” Spaggiari en paralelo con la historia de un ladrón de carne y hueso, más realista, desprovista de romanticismo (la de películas como “Bonnie y Clyde” -disponible en Qubit- por ejemplo), y representa así la dualidad entre la teoría del crimen antisistema (ese que llevó a miles de personas a utilizar máscaras de “La casa de papel” en las marchas) y la crudeza de la calle.
Es el péndulo en el que se mueve el género: incluso las películas más burbujeantes del género (desde “Los desconocidos de siempre” y las varias versiones de “La gran estafa” a “Ladrones de medio pelo”, el ingreso de Woody Allen en el género, o la reciente “Un ladrón con estilo”, criticada por los familiares de las víctimas del caso real en que estaba basada la cinta por glamorizar a su protagonista) la posibilidad de consecuencias severas a los complicados planes pende sobre sus cabezas. Los ladrones de guante blanco saldrán indemnes, siempre un paso adelante, mientras que en el cine realista, los planes colisionarán con la sucia realidad y todo se irá al garete.
Quizás por eso, buena parte del género está protagonizada por un antihéroe reticente: el que quiere dar un último golpe y decir adiós a una vida de riesgo. Es, desde ya, una forma de que el público empatice con el criminal: es un ladrón, su trabajo está al margen de la ley y si el espectador lo piensa un ratito, se dará cuenta de que involucra violencia (o la amenaza de su uso) y perjudica a personas reales. Pero, advierten algunos cineastas, lo hace a regañadientes: así viene siendo desde los tiempos de “Rififi”, aquella memorable entrada en el género que cuenta con una escena de robo que dura 30 minutos y donde no hay diálogos. Y aquel ladrón también se promete, en la cinta disponible en Qubit, que realizará un último trabajo.
En una reciente revelación, en el marco de los 20 años de “Nueve Reinas”, su asistente de producción Damián Leibovich contó que la escena final, en la que Gastón Pauls le da a elegir a un chico que pide en el subte entre un autito y un billete, era diferente en el guion original: el muchacho tomaba el autito. Había esperanza. Pero a Leibovich le parecía un final falso, y convenció a Bielinski de que el chico tome el dinero, y Pauls le entregue el auto.
No extraña que para este espectador frustrado, la ilegalidad sea un acto de liberación
Accidental, la escena que finalmente quedó es perfecta para retratar varias de las dualidades del género, sin embargo: la desilusión que sufren los de abajo, los oprimidos de la sociedad, al comprender que no pueden jugar porque tienen que trabajar, es la reticencia de quienes no tienen otra opción que hacer “un último trabajo”; también, de los que no tienen otro horizonte que el de sobrevivir, como sea. El sentimiento es común: casi todos, en alguna medida, somos “los de abajo”, oprimidos por mil horas de trabajos insatisfactorios y mal pagos, consumidos por la rutina. No extraña que para este espectador frustrado y deprimido, la ilegalidad pueda aparecer como un acto de liberación, una perspectiva que ha dado paso a esta proliferación de cine de robos.
Pero en su última película, Bielinski parecía advertir que había una contracara al asunto: estas ficciones quizás no nos liberan, sino que nos brindan la catársis, el desahogo que permite que luego podamos volver a nuestras vidas grises. En su última película, “El aura”, Esteban es un pobre hombre que sueña con crímenes perfectos, y que al final del filme, tras (quizás) ser protagonista de su propio crimen perfecto, vuelve a su vida de taxidermista. Bielinski venía de realizar “Nueve Reinas”, y quizás él era ese Esteban que soñaba crímenes para poner en la pantalla, antes de volver a una vida gris. Probablemente, también lo fuéramos nosotros.
Las noticias locales nunca fueron tan importantes
SUSCRIBITE