Mascotas reales: monarcas de los palacios

Perros, gatos, caballos y hasta papagayos. Reyes y reinas de Europa han demostrado, en varias oportunidades, más amor por ellos que por su familia humana

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Por VIRGINIA BLONDEAU

vivirbien@eldia.com

No lucen corona ni enarbolan estandarte pero viven en palacio y son los verdaderos reyes y reinas de las familias reales. Nos referimos, por supuesto, a Sus Majestades las Mascotas.

Si bien los valientes y rápidos perros siempre habían sido compañeros del hombre e imprescindibles en actividades como la caza, es allá por el siglo XVI cuando comenzamos a verlos en los retratos oficiales de los reyes como parte de la familia.

El rey Carlos II, que reinó en Gran Bretaña entre 1649 y 1685, incluso, dio nombre a una raza del grupo de los spaniels: el Cavalier King Charles. Y es que varios ejemplares de este simpatiquísimo perrito fueron los preferidos del rey desde su infancia. Y se incluyó el mote de Cavalier (caballero) porque lo seguían hasta en los consejos con los lores. Carlos II no tuvo hijos con su esposa y ambos pusieron mucho empeño en la crianza de sus “príncipes de cuatro patas”. Este rey sí tuvo hijos con sus muchas amantes. Reconoció la paternidad de quince de ellos y, aunque nos vayamos de tema, no podemos dejar de mencionar que tanto Diana Spencer como Camila Shand, primera y segunda esposa de Carlos, el actual príncipe de Gales, descienden de ellos.

Según nos cuenta el autor Manuel Cruz Conejo en su artículo de la revista española El mundo de los perros, también en la Francia del siglo XVIII, los perros correteaban por los jardines de Versalles. La raza papillon fue la preferida por madame de Pompadour, amante de Luis XV y, más tarde, María Antonieta, princesa consorte de Luis XVI, introdujo en la corte los caniches provenientes de su Viena natal. Es por todos conocida la poca afición que la corte francesa tenía por la higiene diaria así que no es de extrañar que el embajador haya comentado que “la princesa siente un gran cariño por sus perros, de los que ya tiene dos que, desgraciadamente van muy sucios”. Luis XVI y María Antonieta fueron derrocados y encarcelados. Su corte se apresuró, en un “sálvese quien pueda” a traicionarlos pero el caniche más querido de la reina la siguió en su cautiverio y cuando fue guillotinada su carcelero lo adoptó. Dicen que durante varios meses el fiel caniche iba a la celda donde había estado su ama para oler su cama y recordarla.

Un siglo después, también en Viena, la emperatriz Elizabeth de Austria, más conocida como Sissí, encontró en sus mascotas el sosiego que jamás le dieron los seres humanos: era una gran amazona que cuidaba con fruición sus caballos, se entretenía con sus papagayos multicolores y tuvo varios perros. El más conocido fue Shadow (“sombra” en inglés y fue, verdaderamente su sombra), un mastín de raza braco, alto y rústico, serio y fiel. También celoso e inestable, como Sissí. Una tarde en que su cuñada, Carlota, fue a visitarla acompañada por su pequeño perrito, Shadow lo atacó ante la indiferencia de su dueña que, hay que decirlo, odiaba a la que consideraba su rival en la corte.

Contemporánea a Sissí fue la gran reina Victoria del reino Unido quien, siguiendo la tradición, también tuvo algunos Cavalier King Charles en su infancia y juventud. El más querido se llamaba Dash y no solo fue inmortalizado en varios retratos con ella sino que también pidió a Edwin Landseer, el pintor de la corte que, retratara, en exclusiva, a Dash y a otros miembros de la jauría.

Victoria se dedicó a la crianza de sus perros. Los educaba y adiestraba personalmente

 

Para su epitafio la reina misma escribió unas sentidas palabras: “Aquí yace Dash, el spaniel favorito de Su Majestad la Reina Victoria, por cuyo deseo éste monumento fue erigido. Murió el 20 de diciembre de 1840 en su noveno año. Su cariño fue sin egoísmo, su alegría sin malicia, su fidelidad sin engaño. Lector, si tú fueras amado y murieras arrepentido, toma el ejemplo de Dash”.

Victoria se dedicó a la crianza y también los educaba y adiestraba personalmente. Su esposo, el príncipe Alberto, tenía debilidad por los galgos. Nero y, en especial, Eos fueron sus compañeros más fieles. Eos también fue retratado en solitario pero tal vez la más entrañable de sus representaciones es en la que está cuidando a Vicky, la hija mayor de la pareja real, junto a su cuna. Cuando Alberto cumplió 21 años, su esposa le regaló una estatuilla de Eos realizada en plata.

Sharp y Noble fueron también muy queridos por la reina. Según ella misma relata en sus cartas Sharp era desconfiado y atemorizante y en cambio Noble hacía honor a su nombre. Ambos border collies fueron testigos de las escenas domésticas que Victoria compartió, una vez viuda, con John Brown, su gran amor platónico (o no).

“Mi collie favorito, Noble, está siempre echado en el suelo cuando tomamos nuestras comidas, y es tan bueno. Brown lo hace acostar en una silla o un sofá, y él nunca trata de bajar sin permiso, e incluso sostiene un pedazo de pastel en su boca sin comerlo, hasta que se le dice que puede hacerlo. Él es el más dócil perro que he visto. Es cariñoso y amable. Si él se da cuenta que no estamos complacidos con él, saca sus patas y saluda de forma cariñosa”.

Era tal el amor que Victoria sentía por los animales que en 1897, cuando cumplió 60 años en el trono, lo celebró otorgando el perdón a los presos por delitos comunes que estaban en las cárceles. Pero, a pedido de ella, no se indultó a los que estaba acusados por crímenes relacionados con el maltrato animal. Porque, aunque parezca que es relativamente nueva la toma de conciencia con respecto a los derechos de los animales, ya Victoria, en el siglo XIX, había propiciado varias asociaciones proteccionistas que aún hoy son ejemplo en Gran Bretaña.

En la publicación Las crónicas de Alix-Ann, la bloguera especialista en casas reales nos cuenta todos no sólo de la relación de la gran Victoria con sus mascotas sino también cómo ese amor fue heredado por sus hijos. Bertie, el mayor de los varones de Victoria y Alberto y, por lo tanto el heredero, vivió rodeado de compañeros de cuatro patas. Pero el más recordado es César, el fox terrier de pelo duro que llegó a su vida cuando ya había sido coronado como el rey Eduardo VII. César era tan simpático como consentido. Al igual que había malcriado a sus nietos, Bertie, que ya tenía el peso de 61 años intensos, no perdió ni un minuto de su tiempo en educar al perro. Como mucho, cuando mordía los tobillos de visitas y séquito, le decía sin ninguna firmeza ¡Perro malo! Y con eso zanjaba la cuestión.

Sissí, encontró en sus mascotas el sosiego que jamás le dieron los seres humanos

 

Nada más cierta en este caso la premisa que dice que los hijos perrunos terminan pareciéndose a sus padres adoptivos: Bertie, de joven, había sido el hombre de los mil destinos y poco le gustaba permanecer en los muros del palacio por mucho tiempo y César era, como no podía ser de otra forma, un perro escapista. Para que no se perdiera le pusieron al cuello una placa, antecesora de las hoy tan comunes “chapitas”, que decía “Soy César. Pertenezco al rey”.

César lo acompañó en su enfermedad y hasta en su muerte. Quedaría en la retina de los londinenses la triste pero entrañable imagen del caballo y el perro del fallecido rey caminando detrás del féretro y encabezando el cortejo fúnebre. En el libro ¿Dónde está el amo? César cuenta, en primera persona, el desasosiego que sintió ante la muerte del rey pero también trasmite un mensaje de esperanza para quienes aman a sus mascotas: “Hemos llegado al final del viaje. Dicen que no puedo seguir al amo hasta el más allá. Dicen que no hay pequeños perros a donde el amo se ha ido. Eso es lo que ellos creen…”

César lloró durante días por la ausencia de Bertie y sólo encontró consuelo en los brazos de Alejandra, la reina viuda. Para Alejandra habrá sido también una forma de sentir más cerca al hombre con el que había compartido casi toda su vida.

Precisamente con Alejandra nos vamos a Rusia. Su sobrino directo, hijo de su hermana María, era el zar Nicolás II. Nicolás se había casado con otra Alejandra que era, a su vez, sobrina de Bertie. De modo que ambas familias estaban muy emparentadas y compartían la misma educación y cariño por los animales. Todos eran buenos jinetes y tenían debilidad por las mascotas.

Contrariamente a lo que sucede con otras familias reales, hay fotos que muestran a los cinco hijos de los zares, aún pequeños, con gatitos en su regazo. Porque la balanza royal se ha inclinado siempre por lo caninos. ¿Casualidad o miedo a que los orgullosos y activos felinos le disputen el cetro al mismísimo monarca?

Los perritos que pasaron por la vida de los Romanov fueron Ortipo y Jimmy, que estaba con ellos el día en que fusilaron a los siete integrantes de la familia y a sus sirvientes. Se cree que el pobre Jimmy corrió la misma suerte. Pero la mascota más famosa fue Joy, el spaniel de Alexei, el único varón de Nicolás y Alejandra y, por lo tanto, el heredero del trono de Todas las Rusias. Joy había logrado huir en una de las tantos traslados que vivieron los Romanov en sus últimos días. Un coronel, fiel a la familia, lo encontró y lo adoptó. Tiempo después Joy y su nuevo dueño tuvieron que emigrar a Inglaterra donde fueron recibidos en la corte. Al morir Joy, muchos años después, sus restos fueron enterrados en el cementerio real de mascotas que hay en el castillo de Windsor. Una verdadera ironía si tenemos en cuenta que Jorge V, rey del Reino Unido por aquel entonces, tuvo la oportunidad de dar asilo a su primo carnal, el zar Nicolás de Rusia, y a su familia, y salvarlos así de la masacre. No lo hizo pero recibió, eso sí, a Joy, el único sobreviviente de la extensa familia imperial rusa.

Es esta la historia de algunos de estos compañeros imprescindibles que acompañaron a reyes y reinas de otros siglos. Pero la complicidad entre testas coronadas y príncipes de cuatro patas continúa en nuestros días. Un amor incondicional que iremos conociendo en próximas entregas.

 

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