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Policiales |OCURRIÓ EN LA PLATA

El Balcón de 54 y 7: la muerte que también andaba de trampa y el extraño asunto del vaso de Gancia con limón

Los entretelones de lo que pasó esa asfixiante noche de verano de hace 20 años en el bar de 54 y 7

El Balcón de 54 y 7: la muerte que también andaba de trampa y el extraño asunto del vaso de Gancia con limón

Daniel Ramos, Pirulo Grassano y El Balcón

Hipólito Sanzone

Hipólito Sanzone
hsanzone@eldia.com

10 de Octubre de 2021 | 02:13
Edición impresa

 

“Lo que más me impresionó fue ver que el vaso de Gancia con limón todavía estaba ahí”

IImpredecible parece ser la palabra que mejor define al ser humano. Hasta podría decirse que es el toque especial, con que su Creador marcó diferencia con el resto de sus obras. Que aún cuando existan capaces de controlar conductas y emociones, nunca se sabe para qué lado irán a disparar cuando les llegue el momento. Así es posible entender a quien 20 años después de haberle picado tan cerca las balas, olido la pólvora, oído los gritos y percibido la sangre y la muerte a distancia de codazo, diga lo del vaso de Gancia con limón. Que jure que lo que más le impresionó fue cuando cuatro días después, en la diligencia judicial de reconstrucción de los hechos, vio que el vaso de Gancia con limón seguia ahí, intacto, como quedó esa noche de locura y de muerte. Y que esa visión lo paralizó.

“Todavía se respetaba el código de “a la gente del barrio no se le roba”

 

El tiroteo con final trágico en el bar El Balcón, en la madrugada del 17 al 18 de enero de 2002, dejó su marca en la ciudad. Atravesó, partió al medio, cambió la vida de varias familias y dejó tela de sobra para el debate sobre las armas, la inseguridad, la forma en que debe proceder la policía y todo eso de lo que suele hablarse, tardíamente, en los velorios de las víctimas inocentes.

UN SUEÑO ENTRE LAS PESADILLAS

El Balcón nació de un sueño en un momento del país que era pura pesadilla: el tiempo de la economía incendiada, de los patacones, del Estado al borde de la disolución.

Daniel Ramos era de Tolosa y Daniel “Pirulo” Grassano de Ringuelet. Los unía una amistad de 20 años nacida en esa noche platense donde, contra la opinión de los que tienen el juicio fácil, no todos los gatos son pardos. Los Danieles eran laburantes, de esto, aquello, del taxi, de lo que fuera lícito para sobrevivir, para ir para adelante. En el caso de “Pirulo” Grassano, el boliche propio era la ilusión de ponerle fin a tanto tiempo de dejar los riñones detrás del volante del Taxi disco 1673. Algunos clientes de El Balcón le decían “Rata Blanca” por su parecido con uno de los integrantes de aquella banda de hard rock o metal neoclásico que a pesar de haberse disuelto unos años antes, seguía vigente.

LA CIUDAD EN LA QUE NO HABIA DONDE IR

Consigueron alquilar y habilitar como bar los altos de una vieja casona de 54 casi 7, un salón amplio, de pisos de pinotea y balcones de películas de las hermanas Legrand cuando tenían la edad de Lali Espósito. El Balcón tenía, dato para los amantes de lo patrimonial, una escalera de puro mármol blanco de valor incalculable.

Para algunos conocedores del negocio de la noche, El Balcón había arrancado con todos los números para fundirse en pocos meses porque el lugar reunía a un público “raro” si por raro se permite que era tan varpiopinto que había noches en que las parejas de novios o quienes no eran “del palo” se mezclaban con rockeros empedernidos. Pero ese público pudo convivir y El Balcón se ganó un lugar en la noche platense.

“En La Plata no había a dónde ir y ellos le habían encontrado la vuelta para que la gente se reuniese los miércoles a escuchar rock”, cuentan.

La noche del domingo 17 de enero fue otra de esas noches en que en La Plata no había a donde ir. La Ciudad lucía desierta y a pesar de que muy atrás habían quedado los tiempos de las llamadas “vacaciones largas” parecía que se habían ido todos a la Costa. Y los que no se habían podido ir ni asomaban las narices a la calle, reunidos en los patios, junto a las piletas de lona o mirando las estrellas con las espaldas apoyadas en las barandas de los balcones.

“No hay ninguna manera de que yo hable de esto sino es en el más absoluto off de récord”, dice El Testigo, que hoy sigue siendo un hombre joven y profesional. Podría caberle esa gastada frase: “Estaba en el lugar equivocado, en el momento equivocado” pero en realidad el tipo estaba “de trampa”, como popularmente se le dicen a los “ir a tomar algo” flojitos de papeles, caminadores por la delgada cornisa de la infidelidad.

“Mi novia estaba en la Costa, con los padres. Despúes de todo aquello, cuando la policía me citó como testigo, me quería morir. No tenía forma de explicar qué hacía ahí adentro con otra persona que no era mi futura esposa. Luego me casé con ella y por suerte también me divorcié”, se permite bromear a dos décadas de todo aquello.

El infierno se mudó esa noche al bar de 54 y 7, se siguió la pista de “el de remera colorada”, pero nunca apareció. El bombero se defendió

EN EL BARRIO NO SE ROBA

Alejandro Díaz tenía 21 años y Julio Azcona 20. Eran de Altos de San Lorenzo, de la zona de 74 y 28. En el barrio los conocían desde pibitos y muchos sabían en qué andaban pero no los denunciaban porque eran otros tiempos, esos en que todavía se respetaba el código de “a la gente del barrio no se le roba”. Ninguno de los dos había sacado todavía “chapa” de hampón.

En la madrugada en que subieron la escalera de mármol blanco de El Balcón, uno de ellos estaba asustado y el otro, evalentonado, con la euforia del que se siente dispuesto a todo. Y esa fue la señal que necesitó la Muerte para subir también, de trampa, por esa escalera de mármol.

“Entraron a lo mariachi”, dice El Testigo. Uno llevaba a cada lado de la cintura un chumbo calibre 32.

Daniel Ramos, el socio de Pirulo Grassano, tenía 39 años cuando recibió aquel balazo en el pecho del que sobrevivió, en medio del tiroteo que se desató en El Balcón. El suyo fue uno de los testimonios que más comprometería al gran protagonista de la historia, el policía-bombero Rubén Osmar Jara, el hombre que se tiroteó con los maleantes, mató a dos y fue acusado de matar por error a Pirulo Grassano.

“Ese pibe enloqueció y le tiraba a todo lo que se movía”, diría Ramos que en medio del dolor por la muerte de su socio y amigo y contaría indignado que mientras él clamaba por una ambulancia la policía le pedía una tiza para los lugares donde habian caído las víctimas.

Le tocó el 151 en ese listado de echados. Pero podía pedir la reincorporación

 

Daniel Ramos contaría que estaba la esquina de 7 y 54 charlando con dos amigos y con su primo, Roberto de la Fuente y que al subir otra vez al bar se encontró con el asalto. Dijo que uno de los pibes chorros le pedía al otro irse cuanto antes, estaba asustado.

PESOS Y PATACONES

Me dijo dame todo y no me mires’. Saqué la plata y sin que se diera cuenta separé 300 pesos, los dejé en el cajón y le di 200 patacones. Los 300 pesos y seis atados de Marlboro que había en el cajón no aparecieron más y para mi que se los llevó la policía”, contaría Ramos.

“Le puse los 200 patacones sobre la barra, siempre sin mirarlo a la cara, y ahí vi al policía-bombero que tenía a la novia abrazada. Les guiñé un ojo como diciendo no pasa nada. En eso el ladrón me preguntó si lo iba a perseguir y le dije no, loco, está todo bien, esto se termina acá”.

Cebado por tanta impunidad y dominio de la situación, el pibe chorro pidió dos botellas de sidra.

“Se las puse al lado de las pistolas, que seguían apoyadas en la barra. Entonces se dio vuelta y le alcanzó una sidra al otro ladrón. Y el otro le pedía ‘dale, rajemos de acá’ pero este seguia: ´tomá la sidra, loco”.

Ramos, que habia estado en la Guerra de Malvinas de donde volvió sano y salvo contaría que su primo De la Fuente estuvo a punto de reducir al ladrón que estaba armado.

“Le apuntó a mi primo con los dos revólveres y él le tomó las manos al ladrón y se las levantó. Forcejearon, mi primo le partió una silla en la espalda. Mi socio se metió al baño y los ladrones atrás de él y ahí salió este pibe, el policía, y empezó a tirar como un loco. No dijo alto policía ni nada”.

Al ver a su socio en el piso, Ramos dijo que “le pregunté, Daniel, estas bien y me hizo que no con la cabeza. Entonces salí hacia la cocina y quise llamar a una ambulancia por el celular. Ahí me saltó el policía otra vez y yo le grité: pará, pará, no me tires que soy el dueño. Y mi hermana también le gritaba lo mismo pero el loco tiró igual, tiraba a todo lo que se moviera”.

Durante el juicio, Jara diría que casi mata a Ramos porque creyó que en la mano tenía un revólver.

En la balacera quedaron heridos los clientes Mario Caballero y Marcelo Francisco que se tiró por el balcón para zafar de los balazos perdidos. Dicen que le debe la vida al techo del kiosco de diarios y revistas de 7 y 54, donde cayó. Francisco era dueño de un boliche de esa época, La Zona, y esa noche estaba de visita en lo de sus colegas.

LA CHICA QUE NO SE TIRÓ

La tragedia estuvo a punto de cobrarse otra víctima: una chica muy joven que se asomó para tirarse atrás de Francisco pero un hombre que trabajaba en la municipalidad de Berisso justo pasaba por ahí y la vio. Y creyéndola una suicida le gritó con desesperación: “no, no, pará, no te tires”.

En esa línea en que la realidad supera a la ficción, se daría un curioso diálogo.

- “No me quiero suicidar pero si no me tiro me matan, están robando”.

- “Tirate en el piso del balcón y quedate ahí, quieta”. La chica acaso haya salvado su vida al hacerle caso a aquel desconocido.

Por decisión del entonces juez Néstor De Aspro, Jara, el policía-bombero quedaría detenido en el Cuerpo de Bomberos de La Plata hasta el juicio oral. Desde ese lugar diría: “Se va a saber que yo actué en forma correcta”.

Jara había egresado de la Escuela de Policía Juan Vucetich, la del Camino Centenario, en 1999 como oficial ayudante. Era hijo de “Jarita”, un policía conocido y estimado en el ambiente y que era peluquero. “Siempre quise ser bombero”, fue lo primero que le dijo a los fiscales que le tomaron declaración. Arrancó con la asistencia legal de Julio “Julito” Burlando y Noelia Kirilenko pero al juicio oral llegó con los abogados Martín Vila y Sebastián Matheus.

Salieron rápidamente como yuyos malos distintas versiones del hecho, supuestos móviles, habladurías con que algunos adornarían la tragedia. La investigación apuntó al presunto ajuste de cuentas por una deuda y a la sombra de la droga. No tardaron mucho en rendirse ante la evidencia de que aquellos pibes chorros de Altos de San Lorenzo no eran narcos sino apenas dos rateros con veleidades de hampones y que a uno de ellos esa noche le habría pegado muy mal el Rohypnol con vino de cajita, razón de la euforia mortal que lo envolvió y lo llevó a emprender lo que creía “un trabajo fácil”.

Pero aún cuando las cosas parecían claras, hubo zonas oscuras que siguieron sin luz.

EL MISTERIO DEL ARMA DESAPARECIDA

El primer policía en llegar fue un sargento del entonces llamado “servicio de calle” de la comisaría 1° que caminaba por 9 y 53. Era Carlos “Carlitos” Reinoso que había tenido que elegir entre sus dos pasiones: el boxeo o la policía y se había quedado con la segunda. Dicen que a todo boxeador en algún momento le cae la ficha y entiende que ya hay golpes que no se pueden esquivar. Reinoso andaba por la esquina de 9 y 53 cuando le avisaron que se había armado “un despelote bárbaro en el boliche de 7 y 54”.

Lo que Reinoso contaría dos años después en el juicio oral sería clave para la defensa del bombero Jara pero le metería al caso fuertes polémicas y dejaría flotando dudas nunca aclaradas.

Durante su declaración Reinoso patearía el tablero al jurar haber visto en el piso, cerca de los cuerpos muertos una pistola 9 milímetros raramente “parada”, apoyada contra un rincón, con la mira de sostén. Pero no sería lo único raro en esa pistola que nunca apareció. Reinoso dijo que por su ojo de buen cubero alcanzó a ver que la 9 milímetros tenía puesta una “zapata”, en la cola del disparador, un “truco” con el que se consigue mayor velocidad de tiro. El asunto de la “zapata” dio pie a una durísima discusión entre el testigo y el abogado del particular damnificado, el ex comisario Edgardo Mastandrea que un perito armero terminaría zanjando a favor de Reinoso. Mastrandrea decía que esa zapata se podria haber puesto en cualquier arma y Reinoso retrucaba con que solo las 9 milímetros permiten ese truco.

Contó Reinoso también que una mujer, que identificaría como la esposa del fallecido Pirulo Grassano, increpaba al primer médico que había llegado a la escena para que se ocupara de su marido en lugar de atender a uno de los delincuentes. El médico trababa de explicarle, como podía, que su marido estaba muerto y el ladrón seguía con vida, aunque moriría horas más tarde en la guardia del San Martín. Se habló, incluso, de la presencia de un menor en la escena de los crimenes.

Otro asunto nunca aclarado que quedó flotando fue si hubo un tercer asaltante esa noche que ante el primer tiro bajó las escaleras y se tiró en palomita dentro de un auto estacionado sobre 54, de la mano de las paradas de colectivos, donde esperaba un cuarto miembro de la bandita. A 150 metros encontraron abandonado un Ford Falcon colorado. Durante un tiempo se siguió la pista de “el de la remera roja”, pero nunca lo encontraron.

Dicen que le debe la vida al techo del kiosco de diarios y revistas de 7 y 54, donde cayó

 

En su declaración, el policía-bombero, Rubén Jara diría que esa noche los ladrones que eran cuatro o cinco y que y que se dispararon varias armas.

Entre otras “cosas raras” que nunca se aclararon del todo, quedó boyando un dato: el asalto ocurrió a menos de 24 horas de que los dueños de El Balcón decidieran dejar de pagar el servicio de policía adicional que habían contratado cuando arrancaron con el negocio. ¿Sabían esto los ladrones?.

CIEN PESOS POR NOCHE POR UN BAÑO LIMPIO

Se sabría entonces que El Balcón pagaba 100 pesos por noche para que un policía de civil mantuviese el baño “limpio”. ¿Serían unos $1.000 de ahora?. En la jerga bolichera significa evitar, mediante una discreta vigilancia, que algún cliente lo use para ir a drogarse.

“En un boliche el ambiente se empieza a pudrir por el baño, que es donde la gente va a drogarse y nosotros queríamos un boliche sin drogas, sin borrachos. Con Daniel decíamos que no queríamos llenarnos de guita pero sí permanecer, hacer un lugar de la Ciudad que con el paso de los años fuese un clásico”, contaría Daniel Ramos, el socio de Pirulo Grassano.

“De a poco, con mucho esfuerzo, lo estábamos logrando porque hasta chicas solas iban al boliche y se quedaban hasta las 3, las 4 de la mañana oyendo rock´n roll, solas, sin que nadie las molestara”, agregaría.

Una postal de lo estimado que era Daniel Grassano fue su velorio en Villa Elisa donde no solo se reunió a despedirlo gente del bar y de la noche sino también taxistas que lo habían conocido a bordo de su VW 1500 en la parada de 7 y 60.

Entre Ramos, las familias y los amigos intentaron sostener el sueño y mantener abierto El Balcón. Pero el golpe había sido más de lo podían soportar.

Dos años después de esa noche inolvidable, los jueces Ernesto Domenech, Omar Pepe y Elva Demaría Massey consideraron que Jara habia actuado en cumplimiento del deber; en legítima defensa de él y de terceros; y bajo circunstancias que lo eximían de responsabilidad, ya que en la emergencia había actuado en función de sus obligaciones como funcionario policial. Y absolvieron a Jara de la imputación de tentativa de homicidio del cliente Caballero porque no pudo acreditarse su autoría. Del mismo modo entendieron que había matado a los ladrones Azcona y Díaz “en cumplimiento del deber” y que en la muerte del dueño de Balcón, Pirulo Grassano, no se pudo acreditar que hubiese habido dolo ni otras figuras que pudiesen merecer reproche penal por imprudencia o negligencia. Y en cuanto a Ramos, el socio de Grassano que fue herido en el pecho, los juces dijeron que había sido un error no imputable, es decir, que Jara pensó que Ramos era otro delincuente que ponía en peligro su vida y la de terceros y que por eso le disparó.

En mayo de 2004 el área de Asuntos Internos de la policía bonaerense dejaba sobre el escritorio del entonces ministro de Justicia y Seguridad, León Carlos Arslanían, un listado de policías con causas penales en proceso. En el ambiente policial, donde Arslanían se había ganado más odios que simpatías, le decían “el Rey de la Purga” por la cantidad de informados que solía echar en tandas de varios centenares. En ese listado había desde acusados de narcomenudeo hasta faltas consideradas menores.

EL VASO AQUEL

“No los quiero acá”, dijo Arslanían y el 15 de mayo de ese año firmó la Resolución 802 por la que declaraba prescindibles a 303 miembros de la Policía desde comisarios-caciques hasta agentes-indios de un sola pluma.

Al oficial ayudante del área Comando, legajo 24611 Ruben Osmar Jara le tocó el 151 en ese listado de echados. Pero tras ser absuelto por los hechos de El Balcón quedaba a tiro de pedir la reincorporación, un ascenso y hasta una condecoración. Cuentan que no quiso saber mas nada. Decía que le habían soltado la mano.

Una buena fuente contó que Jara abrazó la carrera de buzo y que en la actualidad es un hábil soldador de cascos de embaraciones, en profundidades del río y del mar.

El Testigo recuerda el casamiento que casi le suspenden cuando saltó que esa noche estaba en El Balcón y reflexiona sobre los riesgos de andar de trampa tan cerca de la fecha de una boda. No puede evitar volver sobre el vaso aquel de Gancia con limón que al tipo de la mesa de al lado le habían servido un segundo antes de los tiros. “Todavia me dura la impresión”.

Quienes conocen este paño, concluyen en que “a veces un horror vivido queda sub sumido, encapsulado, como una marca intratemporal y, al fin y al cabo, resulta un mecanismo de defensa que más tarde o más temprano, permitirá seguir viviendo”.

 

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