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Las despedidas a partir de la llegada de la pandemia: los varones sufren más el adiós que las mujeres. Un naufragio repentino colocó a cada persona en una isla. Postura de los escritores
La nueva forma de saludar, que se usa desde la llegada de la pandemia, se afianza mientras las anteriores, esperan / DCStudio
MARCELO ORTALE
Por MARCELO ORTALE
Hasta que llegó la pandemia el encuentro y la despedida entre personas se realizaba estrechándose manos, con un abrazo o un beso, pero eso quedó en el pasado. Ahora es un choque de puños, un tenue jab entre boxeadores y acaso habrá unos pocos. Sólo los más osados, que insinúan volver al saludo tradicional. Pero el resto, no. Los labios, los brazos y las manos, todo lejos, a distancia prudencial. Buenos días, contagio. Las manos, a lo sumo, agitándose como palomas temerosas para despedir o darle la bienvenida al otro.
Se sufre en algunos encuentros, pero mucho más en las despedidas. Y ahora que muchas cosas se miden por género, es interesante este dato de última generación: los varones sufren más una despedida que las mujeres. En especial, cuando lo que se deja atrás es una relación amorosa.
Los psicólogos de la Universidad de Binghampton, de Nueva York, en un reciente estudio afirmaron que, si bien las mujeres sufren mucho después de una ruptura con su pareja, “no son ellas, sino ellos, quienes se llevan la peor parte. Los varones nunca se reponen al 100 por ciento”, narra Teresa Morales García en un artículo publicado en madrileño El País. Los varones no saben cómo manejar el estrés de una despedida final. Las mujeres hablan entre ellas, saben descargar el lastre de sus penas.
La psicóloga Mila Cahue, autora de “Amor del bueno” (Ed. JdeJ) y “El cerebro feliz (Ed. Paidós)” asegura que “las mujeres suelen manejar el estrés, a cualquier nivel, hablando, y esto supone tener interlocutores y, por lo tanto, una red de apoyo. Los hombres suelen manejarlo actuando: salen a correr, sacan al perro o se ponen a jugar a la videoconsola, y esto supone una gestión más solitaria. Por supuesto que hay hombres que tienen la capacidad para llamar a un buen amigo o amiga, y desahogarse expresando sus problemas, pero la proporción es bastante menor, y también lo es la red social con la que cuentan”, afirma la experta.
Pero el tema escapó a toda aprehensión académica cuando llegó la pandemia –el naufragio repentino- y casi nadie supo bien qué hacer en su pequeña isla. Estar de pronto cerca de la muerte o sitiado por ella, porque de eso se trata la pandemia, y no saber cómo actuar. Sin poder relacionarnos fácilmente con los otros, sin siquiera poder darles afecto ni miradas últimas a los queridos que se fueron. La química cerebral se encontró angustiada, lanzó pedidos de auxilio desde la isla y nadie los vio ni escuchó.
O la vida se deshumaniza o el humanismo está necesitado de encontrar nuevas fórmulas para mostrarse. La Argentina pandémica tuvo su “leading case” con esa mujer pampeana, Solange, que murió de cáncer en la provincia de Córdoba, completamente sola ya que a su padre, Pablo Musse, se le negó la entrada porque imperaba en el país a mediados de 2020 la dictadura de la cuarentena.
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No una dictadura política, vale aclararlo, sino una dictadura abstracta, irracional, gestada por una burocracia entusiasmada que persiguió con helicópteros a un remero solitario en el Paraná y desalojó con más de diez policías a una anciana que tomaba sol en Palermo.
“A veces, el adiós más difícil de asimilar es el que nunca llega a pronunciarse”
En aquel extravío colectivo, el padre de Solange se preguntaba por cuál motivo le impidieron ver a su hija, de 35 años de edad, que murió sin presencia familiar alguna en una sala de terapia de Alta Gracia. Una transida e inútil respuesta intentó dársela la literatura.
El dolor no se puede postergar. “Se vive, se atraviesa, se elabora, se integra. Se pueden posponer algunos ritos presenciales que permitan dar visibilidad a la dimensión social del duelo, laicos o religiosos, íntimos o más abiertos. Cuando las normas lo permitan, será conveniente recuperar encuentros en esta clave”, expresó José Carlos Bermejo.
Bermejo autor de “El duelo” es un religioso catalán, doctor en una especialidad inusual: teología sanitaria. A la pandemia le faltaron bibliotecas enteras de estos tipos de conocimientos. Bermejo es también es máster en biotética y profesor en la Universidad Ramón Lull de Barcelona, en la Católica de Portugal y en el Camillianum de Roma. Además ha publicado cerca de cuarenta libros relacionados con el humanismo, con el dolor, la vida y la muerte.
Charles Dickens / Web
Lo cita la periodista Victoria Gallardo: “A veces, el adiós más difícil de asimilar es el que nunca llega a pronunciarse...”, sostiene. “Para lo que no nos preparan es para no poder ir a despedirlos”. El relato de Bermejo, añade, “es, por desgracia, un triste patrón que se replica estos días en toda su crudeza. Es la historia de aquellos que, sin saberlo, han tenido (y tienen) que alojar su dolor a marchas forzadas, sin reencuentros curativos ni abrazos en los que guarecerse. Porque no queda más remedio”.
Por su parte, la psicóloga Valeria Moriconi afirma que el que el momento de la despedida “es un instante esencial para los dolientes, pues permite cerrar una etapa a nivel emocional y empezar el camino de la elaboración del duelo.
La elaboración del duelo –y aquí, lamentablemente, hay que insistir en que la política no debe meter la cola y si lo hizo en su momento se equivocó-, el árido duelo de los familiares y amigos de las víctimas de Covid-19 terminó en que buscaron escribir en piedras los nombres de sus familiares y amigos muertos, para dejarlas como homenaje en cualquier plaza. No había otro remedio para no olvidarlos. Aquí van estos pocos nombres de la mucha buena gente de La Plata, que se marchó para siempre por la pandemia: Liliana, Abel, Ana, Alberto, Hugo, Florencia, Héctor.
Pero hay dolores en las despedidas que enriquecen y dan paz a los espíritus. Dolores pacíficos, cercanos a la alegría. Uno de ellos está narrado por Shakespeare, el piadoso ironista, cuando Romeo y Julieta se dicen las últimas palabras frente al destino doloroso que los aguarda: “La despedida es tan dulce pena que diré buenas noches hasta que amanezca”.
“La despedida es tan dulce pena que diré buenas noches hasta que amanezca”
Otro clásico, Cervantes, también habló de las despedidas en una de sus obras póstumas, “Los trabajos de Persiles y Segismunda”. En el párrafo final de ese escrito Cervantes le hace decir a Persiles: “Adiós, gracias; adiós, donaires; adiós, regocijados amigos, que yo me voy muriendo y deseando veros presto contentos en la otra vida”.
Juan Carlos Pérez Duthie, periodista del The Miami Herald, prefiere eludir las despedidas: “Las evito. Cada vez que puedo, les saco el cuerpo. Me dan escozor emocional. Desde un aparentemente sencillo “adiós” en el aeropuerto hasta un silencio lloroso en un funeral, siento que las despedidas se llevan y nunca devuelven, que cavan huequitos en el corazón imposibles de rellenar. Hay quien se vuelve diestro en el arte de decir adiós. Yo prefiero ser experto en el de eludirlo”.
El mismo periodista cita a J.M. Barrie, novelista escocés autor de Peter Pan, que dijo en alguna ocasión: “Nunca digo adiós, porque un adiós significa irse e irse significa olvidar”.
El severo inglés Charles Dickens afirmó que “el dolor de la separación no es nada comparado con la alegría de reunirse de nuevo”.
Eduardo Galeano
Eduardo Galeano se despidió así de su amigo, al enterarse de la muerte del portugués José Saramago: “Se fue, pero se quedó. No quiero palabrear las emociones. Digo que en este mundo hay finales que son también comienzos, muertes que son nacimientos. Y de eso se trata. Siempre estuvo al lado de los perdedores. Nos hará falta, pero seguirá resonando desde sus libros”.
Y otro clásico de la literatura universal, nuestro Borges, escribió un poema breve titulado “Despedida”, que dice lo siguiente: “Entre mi amor y yo han de levantarse/ trescientas noches como trescientas paredes/ y el mar será una magia entre nosotros. / No habrá sino recuerdos./ Oh tardes merecidas por la pena,/ noches esperanzadas de mirarte,/ campos de mi camino, firmamento/ que estoy viendo y perdiendo.../ Definitiva como un mármol/ entristecerá tu ausencia otras tardes”.
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