La prosa de un poeta
Edición Impresa | 14 de Febrero de 2021 | 07:35

Son comunes a estas alturas los libros de ensayo sobre política, sociología o sobre los nuevos usos y costumbres de la sociedad y, en cambio, no es habitual encontrarse con un ensayo sobre poesía. Y esta es la primera y valiosa carta de presentación del libro de Rafael Felipe Oteriño, “Continuidad de la poesía” (Ediciones del Dock, 2020).
Se trata de una meditación sobre el fenómeno poético, un fenómeno eclipsado en principio para muchos o convertido en un “saber de iniciados”, despojado del “eco social que supo tener” y que, sin embargo, no deja de ser conciencia de su tiempo. La de la poesía hoy “es una tarea doble: erigirse en memoria y montar una mirada crítica por sobre la formulación incansable y repetitiva de lo mismo”, advierte.
Meditar, en este caso, significa recorrer, recordar, indagar en el sentir del autor y de los lectores, revalorizar ejemplos señeros como los de Borges, López Merino, Roberto Themis Speroni, Milocz y otros autores americanos y europeos rescatados por la prosa poética de Oteriño.
El libro nace con un epígrafe que tiene valor de piedra fundamental. Pertenece a Juan L. Ortiz y dice así; “La poesía que viene de muy lejos, de muy lejos, y no muere”. Sobre ese cimiento, el ensayo se yergue seguro y sin bullicio. Así comienza la obra de Oteriño: “La operación de escribir poesía se cumple en nuestros días en medio de una abundancia de imágenes, voces, pantallas, sonidos, músicas e idiomas que si, por un lado, la enriquecen, proponiendo nuevos modos de ver y conocer, de entender y comunicarse, por otro la ensordecen con el impacto de sus excesos”
La contemporaneidad es exigente, imperativa. En las ciudades del hombre la luz artificial de las marquesinas, los horarios corridos, todo tiende a sustituir la realidad natural y la noche con sus luces artificiales se indistingue con el día para intentar crear un presente continuo. El discurso público tiende a “entronizar el reinado de lo efímero”, viéndose así alterado el escenario clásico de la poesía, el mensaje que trajo desde la Antigüedad cuando “supo tener una finalidad mágica en la noche solitaria de la caverna”.
En sus 241 páginas el autor analiza, entre otros temas, el placer de leer, los límites del lenguaje, la diversidad cultural, el lirismo y en la parte II hay dos estudios, uno dedicado a López Merino y otro a Speroni en donde la ciudad de La Plata y el paisaje humano platense se destacan como referencias virtuosas.
En el caso del primero de esos poetas, López Merino, más cercano en su vida a la fecha de la fundación de la ciudad, Oteriño escribe: “Nada de oro, sofisticación ni lujo. Nadie era rico en La Plata. Por eso todos eran ricos...Decoro, sobriedad y estudio, sólo interrumpidos por el metálico estrépito de los tranvías o la consuetudinaria discusión entre conservadores y radicales”.
Es posible leer sin enojos, enriquecerse en cada renglón sin denigrar, avanzar por una literatura meditativa, informada, sobria. Muchos supondrán que eso correspondía al pasado de una literatura, pero este libro permite suponer lo contrario: que el valor de la palabra poética sigue en pie, que nos está esperando para darnos su testimonio y su riqueza.
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