Improvisar: el arte de innovar con o sin experiencia

La capacidad de crear sin planificación requiere de inteligencia, pero también de la capacidad de adaptación a distintos contextos. Cómo ejercitarla y disfrutar de sus beneficios

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En general, se asocia la improvisación con lo no previsto, preparado, estudiado o elaborado. De este modo el concepto se vuelve peyorativo, como si nos refiriéramos a algo mal hecho, provisorio (“atado con alambre”) o de poca calidad.

Sin embargo, la improvisación es la esencia misma de la inteligencia. Podemos definir la inteligencia como la capacidad de utilizar recursos o herramientas que ya conocemos para solucionar un problema nuevo, o para plantear nuevas soluciones a problemas ya conocidos.

“A veces se asocia la inteligencia con la cultura. Pero una persona puede no tener ni siquiera estudios secundarios y sí una habilidad notoria para resolver problemas. A la inversa, puede haber personas con un nivel intelectual elevado, estudios universitarios y hasta de posgrado, que no pueden aplicar creativamente en la práctica todo lo que aprendieron”, explica la psicóloga Diana Hunsche.

Es así como muchos grandes inventos u obras de arte son producto del aprovechamiento del error. En estos casos se ve claramente que la inteligencia incluye la improvisación. Puestos frente al error, los inventores o los artistas lo toman como un desafío y lo superan de manera creativa.

“Todo artista aprende repitiendo lo que otros han hecho previamente: el pianista practica tocando las piezas musicales de otros compositores; el pintor copia obras de otros pintores. Esta práctica constante les da las herramientas necesarias para, luego, generar sus propias obras. Sin embargo, todas estas habilidades pueden ponerse al servicio únicamente de seguir interpretando obras ajenas y no generar nunca algo propio. Hay músicos que son grandes intérpretes, pero no pueden componer. Para lograrlo no basta con la técnica: aquí es donde la improvisación cobra protagonismo”, describe la especialista.

No estamos señalando aquí que los únicos talentosos son aquellos que pueden improvisar: dos pianistas pueden tocar la misma partitura de Mozart y cada interpretación va a ser única y diferente. Cada uno le imprime su sello personal, su talento, que puede existir sin improvisación, como en este ejemplo.

Pero entonces, a la inversa, ¿es imposible improvisar sin talento? “No necesariamente. En muchas disciplinas científicas, como por ejemplo en la psicología, la capacidad de improvisar no depende de un talento natural e innato, sino que se puede entrenar. Sí son imprescindibles los conocimientos previos, al igual que sucede con los artistas; pero luego, ese bagaje se puede utilizar creativamente en cada sesión. El terapeuta selecciona entre sus conocimientos teóricos y sus experiencias previas, tal como el pintor elige los colores en su paleta, aquellas ideas que le sirven para interpretar la situación específica del paciente”, dice Hunsche.

Del mismo modo, siguiendo esos parámetros, un médico realiza una serie de preguntas y estudios a cada paciente para poder determinar su diagnóstico; los casos más extraños y difíciles lo impulsan a estudiar los síntomas de maneras diferentes para poder tomar las decisiones adecuadas. Si nos detenemos a pensar, todos nosotros improvisamos cada día en muchas ocasiones; por ejemplo, improvisar es abrir la heladera sin saber qué vamos a preparar e inventar una comida con las dos o tres cosas que encontremos allí.

Existe una especie de leyenda urbana que afirma que las cosas planeadas suelen salir peor que cuando se hacen de una manera improvisada. Pero…¿qué hay de cierto en ello?

Cuando se planea cualquier orden en la vida, normalmente se pasas un buen valioso tiempo en buscar las mejores opciones y de ahí se selecciona la que se considera número uno. Por ello, las expectativas de éxito que se tienen son evidentemente altas. Sin embargo, cuando se realiza algo de forma improvisada, se va preparado para que puedan salir mal las cosas, por lo que a la mínima que salga un poco bien se tendrán cubiertas las expectativas. Por tanto, ante un mismo resultado, la percepción será muy distinta según cómo se haya desarrollado el proceso.

Según la argumentación anterior, lo más lógico sería ahora pensar que más que buscar la improvisación lo que deberíamos hacer es planear bien pero bajando nuestra expectativa de éxito. De esta forma, tendríamos la ventaja de la improvisación más la ventaja del planear las cosas.

“En el contexto de la pandemia recurrimos permanentemente a la improvisación”

 

“En el contexto actual de la pandemia, a sabiendas o no, recurrimos permanentemente a la improvisación. Hemos tenido que incorporar nuevas costumbres, algunas de ellas insólitas; tuvimos que aprender cómo utilizar las tecnología para comunicarnos, nos adaptamos a las reglamentaciones y medidas sanitarias que se van tomando... En este sentido, nuestra capacidad de improvisar se pone en juego más que nunca. Aunque no nos demos cuenta, todo el tiempo estamos aprendiendo y poniendo en práctica lo que aprendemos, casi simultáneamente. Es deseable que la improvisación nos funcione como herramienta para fomentar la creatividad en todos los ámbitos (artístico, científico, tecnológico, etc.) y la solidaridad (por ejemplo, generando redes de contención y apoyo para quienes lo están pasando peor que nosotros)”, destaca la psicóloga y agrega: “vemos así que la improvisación no es algo menor, sino que requiere de la inteligencia y la voluntad para usar creativamente nuestras capacidades, incluso (y sobre todo) en situaciones límite como la que estamos viviendo”.

La clave está en saber decidir qué es lo suficientemente importante como para ser planificado, proyectado, valorado, evitando correr riesgos innecesarios y en qué aspectos de la vida es bueno relajar y dejarse sorprender.

Entre la rigidez del plan extremo y el agotamiento de la improvisación constante, hay puntos intermedios. Y puedo asegurarles que es mucho más agotador ir decidiendo todo sobre la marcha, que tener ciertas decisiones tomadas.

 

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