Martha Argerich: los ochenta años de una leyenda del piano
Edición Impresa | 5 de Junio de 2021 | 03:57

De niña genio a ser una leyenda viva del universo pianístico a nivel mundial, Martha Argerich cumple hoy ochenta años casi sin grandes logros que cumplir en lo profesional pero con la ilusión intacta de “descubrir cosas” y “tener nuevos estímulos”.
Argerich, quien, como pocos, ha logrado mantener su vida en privado, apenas accedió a hablar de su intimidad para su biógrafo oficial Olivier Bellamy hace pocos años, eligiendo exclusivamente el camino de la música para expresarse, el cual le bastó para escribir su nombre en la historia grande del género.
Así trazó una apasionante parábola que incluye señales en un piano de juguete de su talento natural, los tempranos estudios musicales y conciertos en teatros con un repertorio de clásicos, la ayuda de Juan Domingo Perón para que pueda estudiar en Europa y la consagración definitiva en el viejo continente.
Por eso, en los contados casos en los que accedió a hablar de su vida en público, sorprendió cuando confesó que “no era una maniática del piano” y que podía estar “mucho tiempo sin tocar”, algo que puso en práctica en diversas etapas de su carrera, especialmente cuando tuvo a sus hijas.
Tal vez los consejos de dos de sus grandes maestros, Vicente Scaramuzza, quien inculcaba no hacer ejercicios para mantener el placer de tocar; y nada menos que Friedrich Gulda, que le recriminaba que “pensaba mucho” cuando interpretaba, moldearon una frescura en el estilo de Argerich, que permite que sus virtudes innatas no queden opacadas por ortodoxos tecnicismos.
Nacida en Buenos Aires, Martha Argerich prácticamente aprendió a tocar el piano y a hablar casi en simultáneo; se presentó ante el mundillo musical en edad escolar con conciertos en teatros en donde abordaba sin sobresaltos obras de Mozart; estudió con Scaramuzza, quien también fue maestro de Bruno Gelber y del papá de Daniel Barenboim; y a los doce años, el propio Perón pidió conocerla y le facilitó su viaje a Viena para que continúe su aprendizaje con Gulda.
Para ello, el entonces presidente le ofreció trabajo en la capital austríaca a los padres de la prometedora artista, entre otras concesiones.
Sin embargo, no hizo falta que pasaran muchos años para que los argentinos -y el mundo- tuvieran noticias de la jovencita cuyo talento le reservó un lugar especial en la cima de la música clásica, a partir de sus famosos conciertos en los más célebres coliseos del mundo en los que hacía convivir en su piano a Frédéric Chopin, Franz Liszt, Johann Sebastian Bach, Robert Schumann, Maurice Ravel, Serguéi Prokófiev y Serguéi Rajmáninov.
De esa manera, conformó junto a sus coetáneos Gelber y Barenboim, su gran amigo y uno de sus grandes admiradores, una suerte de “santísima trinidad” de destacados músicos argentinos que brillaban en la meca de la música clásica.
Pero aunque podía coincidir en una reunión con el gran Arthur Rubinstein, quien a modo de elogio la comparó con su admirado Vladimir Horowitz; o ser tratada como una verdadera diva en aquellos ámbitos, Martha Argerich seguía prefiriendo a los artistas que tocaban “en fábricas o prisiones” más que en suntuosos teatros, según confió a su biógrafo.
Quizás esa misma pulsión de no perder contacto con la vida mundana es la que provocó el curioso hecho de que pasara las fiestas de fin de año de 1974, en un departamento de Londres, en una reunión en la que estaba Pappo, quien terminó tocando un poco de rock y blues para ella, de acuerdo a una anécdota contada a Télam por el baterista Isa Portugheis, testigo y responsable indirecto de ese casual encuentro.
Fue también en aquellos años en los que la idea de estar sola en un escenario con un piano comenzó a resultarle una verdadera tortura, por lo que decidió que solo actuaría en formatos en donde hubiera más músicos.
Cosechó premios de todo tipo, se posicionó como una de las más grandes intérpretes de todos los tiempos y regaló momentos de suprema belleza, resaltada por sublimes acompañamientos.
Por eso no sorprendió cuando, el año pasado, en su única entrevista radial, haya dicho que no tiene objetivos a cumplir en su carrera profesional que la desvelen y que ese esfuerzo lo pone en “vivir y descubrir cosas nuevas”.
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