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Con el estreno de la cuarta película de la reedición de la saga su creador, Hideaki Anno, promete haber cerrado una era que lleva más de 25 años
Shinji, asuka y rei, de regreso para una última vuelta
Pedro Garay
pgaray@eldia.com
¿Qué hay que dar, qué hay que dejar, para crear una obra de arte que trascienda su tiempo y su geografía? Para Hideaki Anno, creador de “Evangelion”, la saga que llegó a su supuesto final con el reciente estreno mundial de la cuarta película de su “Rebuild” a través de Amazon Prime Video, hay que dejar la vida. Una actitud sacrificial que está encarnada en su obra magna sobre ángeles, apocalipsis y depresión, y que su mentor, el maestro Hayao Miyazaki, describió con claridad: “Destila su sangre en sus creaciones”.
La sangre brota, y se nota, en “Evangelion”. La implicación personal del autor en su obra era algo inhabitual en la animación japonesa: un proceso colaborativo por definición, debido a la cantidad de horas y manos que se precisan para crearla, el “anime” era además, en 1995, año en que la serie original de “Evangelion” (disponible en Netflix) vio la luz, una maquinaria que funcionaba en piloto automático, produciendo en cadena series que encajaban perfectamente en géneros ya establecidos para satisfacer a una creciente subcultura fan, los “otakus”. Anno consideraba, considera todavía, que ser servicial a los fans era la muerte de la forma de arte que lo había criado. Una muerte por estancamiento creativo, una muerte por industrialización, pero también una muerte moral: la animación estaba colaborando con el retraimiento de generaciones enteras hacia su interior, un interior fantástico, repleto de robots gigantes y heroísmos imposibles, de colegialas de polleras imposiblemente cortas y piernas imposiblemente largas. A la vez, Anno se sabía uno de esos jóvenes “otakus” escapando a mundos fantásticos que brindaban satisfacción instantánea y permitían olvidar la alienación, la depresión, el sentirse inadecuado para el mundo, la profunda sensación de sinsentido personal y profesional que proliferaba en una Japón “no future”, que tras el estallido de su burbuja financiera también buscaba desesperada una identidad: “Yo mismo estoy atrapado en este lugar. Yo mismo quiero solucionarlo”, decía por entonces el realizador japonés.
“Evangelion” nace así como “un producto de la desesperación”. La serie de 1995 marcó el final de un silencio de cuatro desgarradores años para Anno, que había luchado con las presiones de la industria durante la producción de su anterior serie, “Nadia”, y que había abandonado todo luego de que la secuela de su primera película, “Wings of Honneamise”, se cayera. Un período brutal donde Anno se castigaba diariamente por haber “escapado”, a sí mismo, a su trabajo: sería la idea fundacional de “Evangelion”, repetida por el protagonista tan roto como su creador, una y otra vez. “No debo huir”, se dice Shinji Ikari, pero, abrumado por el dolor, huye: Anno intentaba no hacer lo mismo con la serie.
“Evangelion” fue la forma que encontró de confrontar sus sentimientos, de no refugiarse en la fantasía, como Shinji, que se retrae constantemente a sus auriculares, mientras obsesivamente repite las pistas 25 y 26 de su reproductor de audio (un escape que conocerá cualquiera que sufra insomnio o depresión): los tracks remiten a los episodios finales de la serie, los número 25 y 26, momentos en los que el protagonista debe decidir finalmente si “huye” del dolor y derrite a toda la humanidad en un gigantesco lago sin egos, o si confronta una realidad por momentos traumática.
La reproducción en “loop” de estas pistas quizás sugiera que esa lucha interna nunca se termina. Que la serie quizás termine, pero que ese final es artificial, que en realidad continúa en infinito: una idea que vendrá a mano a la hora de pensar el regreso de la franquicia en forma de cuatro películas que reescriben la historia, como otro “loop”, un eterno retorno a eso que nos obsesiona y nos duele.
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Ahora, el desesperado alarido de Anno es doble porque es contra sí mismo, pero también contra la industria: “Evangelion” es un atentado terrorista contra la animación japonesa (un intento de borrar todo y empezar de nuevo que traza obvios paralelos con la trama de una serie donde se debate cómo hacer para evolucionar a la raza humana, y si no es mejor quizás extinguirla completamente). Por eso parte de un género tradicional y atesorado por la cultura otaku, el de los robots gigantes, para deconstruirlo, subvertirlo, destruirlo. Anno toma el género porque es todo lo que conoce, porque, como dicen sus pequeños pilotos tantas veces antes de pilotar esos gigantescos bichos, “todo lo que sé es subir al Eva”. Pero el acto de subir a pilotar, una y otra vez, esa maquinaria rota y destructora, es desgarrador. Por eso, esta vez Anno decide pilotar un robot gigante pero dirigirlo contra su propio creador, el villano final, la industria del anime: la historia parte de tópicos transitados (una invasión “extraterrestre” que la humanidad confronta con robots gigantes, y un héroe reticente, un chico normal, como la audiencia, que es el único que puede pilotarlo), pero poco a poco la serie se va contaminando de protagonistas quebrados, sufridos monólogos internos e imágenes ominosas, cargadas de tensión psicosexual, insertadas a través de una edición vanguardista que constituyeron a “Evangelion” como “El Ciudadano” de la animación japonesa.
Estos torturados experimentos formales, que llevaron a Anno a trabajar durante días enteros en secuencias de unos pocos segundos buscando formas nuevas de narrar que sacudieran la modorra del cómodo espectador del anime, gestan un clima enrarecido, turbio: eso que se suponía que debía ser familiar para el espectador (esos adolescentes jóvenes y sexies pilotando mechas) se tiñe de la crepitante sensación de que eso que acostumbramos ver está mal en algún nivel profundo que decidimos, durante años de cómodos consumos, obviar.
Es que para destruir la industria, era necesario deconstruir y sacudir al espectador entumecido, ese que describió Anno años después: “La industria es mayormente masculina, y todo se hace para gratificar al hombre. La animación se acerca mucho a la industria pornográfica: todas tus necesidades físicas son resueltas. Podés ver diferentes animaciones y encontrar todo lo que deseás”.
Anno redoblaría la apuesta tras el final de la serie, que no cerró con una gran batalla sino con dos episodios de monólogo interior en los que su protagonista se debate entre el dolor y la huida: los fanáticos, que ya eran millones, rugieron pidiendo un cierre acorde a sus expectativas, querían acción, respuestas a las intrigas planteadas. Llovieron amenazas de muerte para el director, que abandonó todo, otra vez, por unos meses, y hasta intentó quitarse la vida. Finalmente, respondió con una película profundamente perturbadora, el “¿esto es lo que querían?” definitivo.
“The End of Evangelion” es una película visceral donde la animación se deshilacha y deconstruye hasta mezclarse con escenas de la vida real. Incluyendo a los propios fanáticos de la saga mirando la película. Cara a cara consigo mismos, deseosos de un cierre a la trama de ángeles y conspiraciones, a la fantasía: esa historia de batallas épicas y complejas intrigas que para Anno era solo la coraza, la carcaza conocida de una inédita inmersión en las profundidades de sí mismo y de la humanidad, se había vuelto el corazón del asunto debido a la cultura “otaku”. Miles de artículos, libros y manuales intentarían desentrañar los misterios de la serie, aportando a las fastuosas ganancias de merchandising. La industria tomó nota de esas nuevas posibilidades para engordar billeteras y engendró mil y uno sucesores que copiaron aquellas superficies oscuras y formas de animar novedosas de la serie: “Evangelion” había intentado derribar los pilares de la industria; se había transformado, finalmente, en uno de esos pilares. Anno juró nunca más volver a “Evangelion”: había ido hasta el límite y más allá, pero no había conseguido transformar nada, trascender nada.
“Evangelion fue un gran éxito, pero su éxito desató gran confusión en la industria que nos dejó con 10 años de basura producida en masa”, disparó al respecto Toshimichi Otsuki, productor de la franquicia. Pero, curiosamente, lo hizo al anunciar el retorno de la saga: en 2007 se estrenó la primera de las cuatro películas de “Rebuild of Evangelion”, que pretendía volver a contar la historia de la serie televisiva (teorías internetianas plantean que en realidad la serie terminaba con un nuevo principio para la humanidad, y de alguna forma estas películas son la “vuelta siguiente” de los humanos en la Tierra, que repiten, con cambios, su historia: otro bucle, otro retorno inevitable). Pocas cosas, claro, menos rupturistas que una remake, aunque Otsuki afirmara que querían derribar esa forma de pensar creada tras la serie y “cerrar la puerta en la era post-Eva para siempre”.
Anno retomó así su tóxica relación con “Evangelion”, soñando con quebrar ese círculo vicioso y mudarse a nuevas experiencias, aunque probablemente consciente, a esta altura, de que es imposible elaborar una obra tan profunda, una expresión tan visceral de uno mismo, sin quedar sometido a revisarla una y otra vez. No era una rendición: el cineasta había atentado contra la industria con su serie de 1995 y engendrado al final un monstruo propio; una vez más, con las películas intentó utilizar ese monstruo contra su creador. Menos juvenil en sus bríos, el director pareció aceptar que el dinero gobierna todo, que no hay nada por fuera de la industria. Y decidió adosarse a ella con una remake que enfatiza mucho más los elementos familiares (la acción espectacular, la trama compleja) que los vanguardistas (que no dejan de estar presentes, como el sello que fiscaliza que esto es, después de todo, “Evangelion”): el objetivo, ha explicitado el propio director, es conseguir dinero para que su nuevo estudio, Khara, pueda tener independencia.
Es la madre de todas las batallas en la biografía creativa de Anno y la clave por la cual, según el autor, el anime cayó en un estancamiento esclavo de sus audiencias consumidoras de juguetes coleccionables. “Rebuild of Evangelion” es así “como una resistencia”, dice Anno. No porque su contenido sea rupturista, como lo fuera la serie original, sino por establecer algunos pilares (no simbólicos: materiales, económicos) para otro futuro del medio.
Quizás sea en vano, de todos modos, como sabe bien el director: “Aunque lo hagamos, sabemos que la industria no va a cambiar. Pero no podemos evitar hacer algo”, afirma. Anno no puede evitar volver a dar esa batalla, una vez más. “A este paso, la industria del anime caerá, pero en lugar de esperar a que ocurra, preferimos pelear contra eso hasta el final”.
“Evangelion”, “Evangelion: Death” y “The End of Evangelion”.
“Rebouild of Evangelion”, las cuatro películas que vuelven a contar la historia.
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