Luna de miel y de hiel: algunas historias de consumaciones y fallidos
Edición Impresa | 8 de Agosto de 2021 | 09:01

Por VIRGINIA BLONDEAU
En la anterior entrega nos despedimos de los lectores con la promesa de contarles cómo habían pasado sus noches de boda los monarcas de la dinastía Borbón que reina en España desde el año 1700. Recordemos que Carlos II el Hechizado había muerto sin descendencia por más esfuerzos que hizo con su cuerpo enclenque y su miembro impotente. De modo que España salió a buscar un rey y lo encontró en Francia.
Allí reinaba Luis XIV, el Rey Sol de la dinastía de los Borbones, quien estuvo de acuerdo en ofrecer a uno de sus nietos. Felipe, el elegido, tenía tendencia a la melancolía, era abúlico e influenciable.
El 8 de mayo de 1701 el principito, de 17 años, fue proclamado rey de España como Felipe V y ese día se anuncia también su compromiso con la princesa María Luisa Gabriela de Saboya, de 13 años. En noviembre se realizó esta boda en la que jugó un papel fundamental María Ana de La Trémoille, enviada por el rey francés a España como camarera mayor, guía de su nieto y espía. La princesa de los Ursinos, como se la conocía, no solo contribuyó a facilitar la comunicación entre el novio, que solo hablaba francés, y la novia, que solo hablaba italiano, sino que instruyó a ambos para que tuvieran una noche de bodas satisfactoria.
Retrato de Isabel II
El investigador, escritor y especialista en monarquía española José Antonio Vidal Sales, nos cuenta lo acontecido: “Cuando la regia adolescente cruza el dintel de la alcoba, todavía le parece escuchar los delicados consejos y oportunas advertencias de la sabia camarera mayor, relacionados con el papel que ella, como hembra, ha de desempeñar en la ceremonia del himeneo. Pero Felipe no es precisamente un dechado de comedimiento, de tacto, de delicadeza. Y aunque la reina-niña acepte con gusto sobre el tálamo los juegos y escarceos iniciales, lo cierto es que cuando el joven monarca embiste con dureza irreprimible, ella forcejea y acaba gritando en un supremo deseo de librarse del torpe jadeante. A partir de este momento, y durante tres días y tres noches, tendrá que ser la princesa de los Ursinos, quien colabore eficazmente cerca de la arisca piamontesa y del apasionado mancebo… Es ella, la de los Ursinos, quien con mimos y suavidades consigue al fin el ansiado acoplamiento del enfebrecido Felipe. Gracias a ella, María Luisa Gabriela acabará por tomar verdadero gusto al éxtasis orgiástico; y la luna de miel se convierte en jornadas de desenfrenado y exhaustivo placer”. Está de más decir la influencia que esta mujer tuvo en la corte. La pareja tuvo cuatro hijos hasta que a los 26 años la reina falleció, víctima de una tuberculosis ganglionar que la había dejado deforme y calva.
Felipe cayó en la más profunda depresión. Carlos Fisas, en su libro “Historia de las reinas de España”, cuenta que la princesa de Ursinos le pidió al arzobispo Giulio Alberoni que se ocupara de buscarle una novia para levantarle el ánimo. La única condición era que fuera dócil, que no supiera nada de los asuntos del estado y que no tuviera interés en inmiscuirse. El cura ya tenía en mente una candidata que era tan italiana como él y a la que describió como fea, gorda y cuyas habilidades se limitaban a saber coser y bordar. La princesa de Ursinos confió en él pero cuando Isabel de Farnesio llegó a España resultó que la chica era muy culta, avispada y detestó, no bien verla, a la camarera mayor. Su primer acto como reina fue echarla de España. Además no la necesitaba: sabía muy bien comportarse en la noche de bodas y era consciente de que si quería tener poder en la corte, debía contentar al rey en el lecho.
María Luisa solía pasearse desnuda o en ropa interior por el palacio, comía y bebía hasta reventar
Digamos en este punto que de este Felipe y de esta Isabel desciende en línea directa Felipe VI, el actual rey de España, y que esta es la pareja de monarcas que aparecen muy bien retratados en la serie de Netflix, La cocinera de Castamar.
Quienes la vieron sabrán que Felipe V estaba un poco loco. Su inestabilidad tanto emocional como política hizo que fuera forzado, en 1724, a abdicar en su hijo Luis, de 17 años.
Luis se había casado dos años antes con la princesa francesa María Luisa, tres años menor que él. María Luisa era cuarta hija del duque de Orleáns, hermano del Rey Sol. Imaginarán los lectores que no le cayó nada bien a su madre haber parido otra “chancleta” con lo necesitados que estaban de un varón que continuara la dinastía Orleáns. Fue tal la rabia que se olvidaron de bautizarla. Ni nombre tenía cuando se comprometió con Luis de modo que, a las apuradas, recibió los sacramentos del bautismo, comunión y confirmación en un mismo día para poder llegar al matrimonio religioso “bien de papeles”.
Cuando el futuro esposo recibió un retrato de su ya prometida quedó embelesado. A tal punto que hubo que confiscárselo ya que alteraba en demasía el reposo nocturno del príncipe. El día de la boda Luis estaba obnubilado. María Luisa coqueteaba abiertamente con él más allá de las buenas costumbres pero tuvo que esperar casi un año para consumar porque ella aún no se había desarrollado.
En ese lapso quedó demostrado que María Luisa no tenía el más mínimo sentido del decoro, un poco porque se habían olvidado de educarla y otro poco por trastornos en su personalidad. Si bien la relación carnal era enteramente satisfactoria, la joven estaba cada día más inestable. Y peor aún cuando su esposo se convirtió en rey y la pareja adquirió más protagonismo y responsabilidades. Solía pasearse desnuda o en ropa interior por el palacio, comía y bebía hasta reventar y no le gustaba bañarse. El matrimonio duró poco. A los pocos meses Luis falleció, María Luisa fue devuelta a Francia y Felipe V volvió a asumir como rey.
Las cuatro esposas de Fernando VII
Felipe tenía otro hijo, Fernando, quien se convirtió, a la muerte de Luis, en príncipe de Asturias por lo tanto había que encontrarle una esposa. La elegida, por cuestiones políticas, fue Bárbara de Braganza. La corte española solicitó, como era costumbre, un retrato de la joven para que el príncipe se hiciera una idea de lo que le esperaba. Pero el retrato no llegaba… Y es que la moza era tan, pero tan fea que los portugueses temían que Fernando se arrepintiera. Y estuvo a punto cuando la conoció porque, a pesar de la gran cantidad de perlas y diamantes con que estaba cubierta, su cara picada de viruela y sus malformaciones no se podían disimular. La noche de bodas fue un desastre pero no por la fealdad de la novia sino porque Fernando era impotente. Según textuales informes médicos de la época el príncipe “podía hacer los movimientos necesarios para contentar a una mujer pero algo le faltaba, tenía muchos fuegos pero no producía ninguna llama”. Tampoco es que a Bárbara le interesara el sexo. Ella no quería y él no podía así que tuvieron un bien avenido matrimonio sin descendientes.
A Fernando VI le sucedió su hermano y a éste, su hijo, que reinó con el nombre de Carlos IV. No sabemos cómo este último pasó la noche de bodas con su esposa, la princesa María Luisa de Parma, pero en 20 años tuvieron 14 hijos. Claro que cantidad no es calidad y la gran mayoría de ellos murieron en la infancia o eran un poco lelos. Quien finalmente heredó a su padre fue el siguiente Fernando, que había nacido en 1784 en noveno lugar.
La princesa de los Ursinos instruyó a los reyes para que tuvieran una buena noche de bodas
Este otro Fernando también se casó con la princesa María Antonia de Nápoles. Ambos tenían 18 años. De la propia pluma de María Antonia sabemos la impresión que le causó Fernando: “Bajo del coche y veo al príncipe. Creí desmayarme. En el retrato parecía más feo que guapo. Pues bien, comparado con el original el del retrato era un Adonis”. Ella no era linda tampoco pero, por lo menos, era culta y sabía perfectamente lo que se esperaba de ella en la noche de bodas. Por eso se sorprendió cuando su ya marido no pudo consumar el matrimonio. Pasaban los días y nada… “Mi marido no es mi marido y no parece tener ni deseo ni capacidad de serlo”. Todo lo tímido que era en la cama, era de impetuoso en la vida diaria: siempre quería imponer su voluntad y maltrataba a su esposa. Cuatro años duró el matrimonio al cabo de los cuales María Antonia murió de tisis.
En 1808 el viudo comenzó a reinar como Fernando VII y como era fundamental darle herederos al reino, la corte comenzó a buscarle una segunda esposa. Hay que decir que Fernando ya había superado sus problemas y se había puesto al día en cuestiones amorosas visitando todos los burdeles de España.
Retrato de Fernando VII
Al rey, que según el historiador Carlos Fisas era “mal esposo, mal gobernante, pésimo rey, vil, cobarde, traidor, ladrón”, le costaba encontrar alguien dispuesto a soportarlo. Fue la corte lusitana la que le ofreció a Isabel de Braganza quien nada más llegar a España fue conocida con el mote de “fea, pobre y portuguesa”. La joven, sabiendo que a su marido le gustaban las chicas de la calle, decidió ponerse un traje de volados y flores al estilo flamenco para la noche de bodas. A la pobre la figura no la ayudaba y cuentan que el rey salió huyendo más muerto de risa que de ardor. También duró poco el matrimonio ya que Bárbara murió por una cesárea mal realizada.
Otra vez viudo y sin descendencia, Fernando se casó al año siguiente con María Josefa Amalia de Sajonia. La pareja protagonizó la noche de bodas más hilarante y escatológica de la que tengamos conocimiento.
María Luisa tuvo que esperar casi un año para consumar porque aún no se había desarrollado
Esta tercera esposa, una inocente muchacha de 16 años, no tenía ni idea de lo que debía hacer en el tálamo y su marido, de casi 40, no tenía el menor tacto. En cuanto Fernando la abordó, ella empezó a gritar. Hubo que llamar a la camarera mayor para que la calmara y le explicara que a los niños no los traía la cigüeña. Fernando volvió a intentarlo. La joven reprimió los gritos pero no pudo controlar esfínteres por lo que el rey salió del cuarto despavorido, pestilente, mojado y en paños menores. El matrimonio recién pudo consumarse cuando el propio papa Pio VII envió una carta a María Josefa en la que le explicaba que el acto sexual no era pecado, que así se hacían los hijos y que tenía que acatar los deseos de su marido.
La suerte no estaba del lado de Fernando y otra vez volvió a quedar viudo y sin descendencia. En 1829 se casó, por cuarta vez, con su sobrina María Cristina de las Dos Sicilias con quien tuvo, por fin, una noche de bodas placentera, un matrimonio feliz y dos hijas. Una vez que cumplió su cometido, su vida se apagó. Cuatro bodas y un funeral. Así resumimos la vida de Fernando VII.
Fue Isabel II, su hija mayor, la única reina con derecho propio de la dinastía Borbón. Hacía 13 años que reinaba en España cuando contrajo matrimonio con don Francisco de Asís, tan Borbón como ella. “Paquita” le decían a él, dado su amaneramiento y su gusto por los soldados. La consumación de su matrimonio la resumió en una frase la propia reina: “¿Qué podía esperar de un hombre que en la noche de bodas llevaba más encajes que yo?”.
Noches de boda, de amor y de horror. Lunas de miel y de hiel. De todas hemos visto ejemplos en estas dos entregas. Algunos las superaron con hidalguía y otros encontraron el oprobio o la muerte. Por suerte todo tiempo pasado no fue mejor y las parejas que ocupan actualmente los tronos de Europa pueden casarse por amor.
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