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Policiales |OCURRIÓ EN LA PLATA

La mujer sin cabeza del Copetín Perla y lo que pasó cuando prendieron las luces en Cat´s

Un crimen horroso con el sello de la trata de personas, la sombra de la complicidad policial y el escándalo en el cabaret más concurrido de La Plata

La mujer sin cabeza del Copetín Perla y lo que pasó cuando prendieron las luces en Cat´s

Perla Dos Santos tenía entre 19 y 22 años según sus tres documentos.

Hipólito Sanzone

Hipólito Sanzone
hsanzone@eldia.com

26 de Septiembre de 2021 | 05:48
Edición impresa

“-Nos llamó la atención que entre los clientes encontráramos a varios profesionales conocidos”.

En la madrugada del 18 de marzo de hace 21 años, cincuenta policías irrumpían en uno de los lugares más nombrados de la Ciudad. En la formalidad de la habilitación municipal era un bar como cualquier otro, pero del lugar se hablaba mucho y por lo bajo en diferentes ámbitos de la vida platense. La frase “a mi me contaron”, florecía al principio de cada charla, como forma de paraguas. Cat´s funcionaba a la vista de la ciudad entera, en un punto estratégico, debajo del distribuidor de tránsito Pedro Benoit, que acaso jamás imaginó que su nombre seria geográficamente referenciado con la noche y sus criaturas traviesas. Ocupaba una propiedad importante que alguna vez había sido un pub con la intención de competir con aquellos de moda en el Camino Centenario, como Pancho Villa, Sauzalito o J&L. Se ve que no funcionó y a alguien se le ocurrió que podría andar como algo más “intenso”. Lo cierto es que Cat´s estaba en boca de la ciudad. En las sobremesas de mayoría masculina se bromeaba con que a Fulano ya le habían dado cuenta corriente o que a Mengano le anotaban los “servicios” en una libreta, como hacían los almaceneros de antes. Nadie podía hacerse el tonto ante la existencia de Cat´s. La fantasía popular había llegado a tal punto que algunos lo comparaban con un legendario Nigth Club porteño, del barrio de Recoleta, con nombre de producto de limpieza capilar. De ese lugar se decía que un equipo de maquilladoras y vestuaristas se ocupaba de acomodar el aspecto de las chicas para que se vieran lo más parecidas posible a ciertas mujeres famosas de entonces. Y que a veces los parecidos eran notables. “Más de uno se iba con la ilusión de haber estado con tal o cual actriz o modelo top”, recuerda un viejo caminador de la noche que sostiene que la comparación con Cat´s era “un poco exagerada”, aunque admite que “en La Plata tenía fama de ser el mejor”.

LAS LUCES

En el procedimiento policial y judicial de aquella madrugada en “El Templo de la Perdición”, como también se lo llamaba para bromear, hubo 45 personas detenidas o “demoradas”. Quince eran mujeres que trabajaban en el lugar y que negarían ejercer la prostitución bajo la discreta forma de “acompañantes”. Ninguna de ellas admitiría ser víctima de trata de personas. Los 30 detenidos restantes eran hombres de entre 25 y 60 años y al decir de una fuente muy cercana a quien esa noche comandó el procedimiento, “nos llamó la atención la gran cantidad de autos costosos que estaban estacionados frente a este comercio y que entre los clientes hubiese conocidos profesionales de La Plata”.

La responsabilidad del operativo estuvo en manos de un hombre que ya era un personaje por polémico, controvertido, estimado y criticado. Era el entonces juez de Garantías César Melazo a quien se le había ocurrido “reventar Cat´s” en búsqueda del principal sospechoso del asesinato y descuartizamiento de Roxana Dos Santos, o Perla Roxana Dos Santos, o Perla Nancy Escobar según los documentos de identidad que, según se sabría más tarde, usaba la víctima. La investigación tenía la hipótesis nunca probada de que el sospechoso podía ser uno de los dueños de Cat´s. Y esa noche, además de ordenar prender las luces del local, la policía encendió sus propios reflectores y a la selecta concurrencia no le daban las manos para taparse.

CRIATURA DE LA NOCHE

Dos Santos era paraguaya y trabajaba “en la noche” donde su belleza era comentada entre los habitués a las “whiskerías” donde paraba. En la mañana del 13 de marzo, bajo un puente en 197 y 90, apareció el tronco y las piernas de lo que había sido su cuerpo desnudo. Las marcas en el abdomen permitieron a los forenses contabilizar 18 puñaladas. Y un examen más profundo concluiría en que la mujer llevaba un embarazo de tres meses. Le faltaban la cabeza y los brazos.

A 24 horas del hallazgo, un pescador se presentaba en la comisaría Segunda de Punta Lara para denunciar que en la playa, a la altura de Boca Cerrada, había algo que parecía un resto humano. En efecto, era un brazo; el izquierdo.

El 15 de marzo a las cuatro de la tarde, desde un camión de Bomberos que recorría el ya por entonces tortuoso Camino Negro, entre Villa Elisa y Punta Lara, alguien vio flotar una cabeza humana, de largos cabellos azabache, en las aguas del arroyo Las Cañas y varios metros hacia el río, en la desembocadura de ese mismo arroyo, el brazo derecho que faltaba.

Los forenses llegaron a una conclusión estremecedora: la víctima había sido decapitada y sus extremidades seccionadas con una sierra o un serrucho que él o los asesinos accionaron a mano. Así lo mostraban los cortes irregulares sobre los huesos y la carne desgarrada. En medio de tanto horror, parecieron intervenir los Guionistas del Infierno, esos que desde la realidad compiten con la ficción para ver quien es más cruel y más loca. Es que un segundo informe forense diría que a partir de determinadas señales que hacen a ese dicho de “los muertos hablan”, se concluyó en que Perla había sido seccionada aún con vida. Y que después de una primera puñalada en el abdomen y otra en el cuello se sucedió el martirio y el horror final hasta contabilizar 18 puñaladas.

EL CORONEL NO TENÍA QUIEN LE ESCRIBIERA

El crimen de Roxana Perla Dos Santos sacudía a la Ciudad, la zamarreaba con fuerza. Y le daba duro en la línea de flotación a la política. La frase: “La ciudad de los crímenes perfectos” con la que el diario EL DIA tituló su edición del 18 de marzo, enfureció al entonces responsable de la Seguridad en la Provincia, el ex coronel carapintada Aldo Rico. El hombre estaba más enojado con el mensajero que con el hecho de que hubiese pasado una semana desde el crimen y no hubiese una sola pista firme; que no apareciera el que se consideraba un testigo clave y que hubiesen trascendido detalles de una pésima labor policial. “No se hizo un vallado en el lugar y se teme que puedan haber desaparecido huellas importantes. Estos errores de investigadores supuestamente especilizados ya tienen antecedentes célebres en crímenes que conmocionaron a la Ciudad”, se afirmaba, en franca referencia al asesinato de la profesora de inglés, Aurelia Catalina Briant, en cuya escena del hallazgo del cadáver se caminó, se fumó, se tiraron colillas y hasta se le entregaron a la hermana de la víctima las medias que llevaba puesta la muerta, con la graciosa recomendación de “si quiere lávelas”, cuando la mujer, desorientada, preguntó qué debía hacer con ellas.

El coronel Rico se tomó el trabajo de convocar a una conferencia de prensa con el único fin de desmentir al diario. Una semana después, el 28 de marzo, la Cámara Penal dejaba en libertad, por falta de pruebas, a los dos únicos detenidos hasta ese momento: los remiseros Hugo Alberto Moreno y Horacio Oscar Giordano.

LOS REMISEROS

La detención de Giordano devino de un asunto digno de Netflix o al menos así lo consideraron los investigadores y la Justicia encargada de valorar las pruebas reunidas.

En la noche en que apareció el cuerpo decapitado de Dos Santos, el remisero Giordano dijo que había hecho un viaje a la zona de Ruta 36 y calle 59 y que al pasar por ahí, un Renault 11 atropelló a un caballo y, según contaría, “había sangre por todos y me salpicó el auto”.

Por esas manchas Giordano estuvo 12 horas preso, hasta que se comprobó que la sangre no era humana. Pero dos días después la policía lo fue a buscar a su casa y estuvo diez días en un calabozo de la comisaría 5° acusado como partícipe del crimen y descuartizamiento de Dos Santos. Algo parecido ocurrió con su compañero Hugo Moreno, que trabajaba en la misma remisería de Los Hornos. A Moreno lo habían apuntado porque había testigos que aseguraban que era habitual verlo con su auto en la puerta de Cat´s, uno de los lugares que la investigación consideraba clave. La explicación que dio Moreno fue sencilla y contundente. Dijo que él hacía el turno de seis de la tarde a seis de la mañana y que pasada la medianoche los viajes a Cat´s eran uno detrás de otro.

Pero a los investigadores nunca les cerró lo que para la defensa fue “una casualidad”. A Giordano lo habían apuntado por las manchas de sangre en la carrocería de su VW Gacel pero a Moreno también le encontraron rastros hemáticos dentro del Peugeot 504 rojo que usaba para trabajar. Y esa sangre no era de caballo, era humana. Moreno dijo que se había cortado un dedo tratando de destrabar con un destornillador un casette del baladista Joaquín Sabina.

No existían las selfies pero un policía posó con la cabeza y lo echaron

EL TESTIGO ESCURRIDIZO

Mientras tanto, el hombre al que formalmente se daba en llamar “testigo clave” pero que en el mundillo de la investigación se consideraba que tenía todos los números para ser el asesino, no aparecía por ninguna parte y su actitud le calzaba justo a esa frase hecha de la vieja crónica policial porque el tipo “había desaparecido de los lugares que solía frecuentar”.

Se trataba de Miguel Fernández, un conocido “hombre de la noche”, de 39 años y con muchas horas de vuelo en ese negocio que a los efectos de la habilitación municipal respondía a diferentes nombres: “whiskería, night club, boite o simplemente bar, a lo sumo bar con espectáculos musicales” que consistían en shows de mímica en que mujeres de ropas breves fingían cantar como Valeria Lynch.

En ese mundillo penumbroso, escurridizo, de pasillos difíciles de transitar, a Fernández se lo conocía también como El Musaraña, apodo vinculado a una dote física que se le reconocía en “el ambiente”.

La investigación le apuntó de entrada y en cuestión de horas desde el hallazgo del cuerpo sin cabeza, El Musaraña ya tenía a toda la policía encima. Es que Fernández era la pareja de la víctima, al menos hasta el mediodía del 12 de marzo en que Dos Santos fue vista con vida por última vez.

UN DEPARTAMENTO EN LA FAVELA

Ese mediodía, la víctima compartió con Fernández y otra pareja un almuerzo en un departamento del complejo de viviendas popularmente conocido como La Favela en 18 y 528. A medida que los detectives iban tirando de los primeros hilos sueltos, concluyeron en que en ese almuerzo algo había pasado. Y la primera hipótesis fue que en algún tramo de la comida Perla le había dado a Fernández tres noticias, una peor que otra, al menos para él. Le habría dicho que ya tenía listas sus cosas para volverse al Paraguay, que allá pensaba casarse y tener al hijo que estaba gestando.

En la tarea de raspar y raspar la olla, la pesquisa no encontró a ningún vecino de ese sector de La Favela que dijera haber oído gritos, insultos algo que llevara a pensar que ese mediodía y en ese departamento se había armado lo que lisa y llanamente se conoce como un gran despelote. Sin embargo, varias semanas después, un “identidad reservada” del barrio dijo que había escuchado que uno de sus vecinos había tenido algo que ver con “el caso de la descuartizada”. Y le apuntaron a un tal Luis Zanabria, encargado de una de las “whiskerías” que Fernández tenía en la zona de la terminal de ómnibus, en 2 entre 42 y 43. Para el fiscal Víctor Violini y el entonces juez Melazo había motivos suficientes para mantener encerrado a Zanabria quien había sido detenido en el marco de una causa por corrupción de menores, al encontrarse en el cabaret de 2 y 43 a quince mujeres, casi niñas, ejerciendo la prostitución. Pero para los jueces de la Sala 1 de la Cámara Penal, Luis Soria y María Rosentock eso no alcanzaba para pegarlo con el homicidio de Perla.

A esa altura, a Fernández se lo seguía llamando delicadamente “testigo clave”. Y mientras aparecía otra identidad reservada diciendo que lo de La Favela no había sido un almuerzo sino “una fiesta negra” , dato que avaló el informe forense que determinó que Perla habría muerto entre las 6 y las 8 de la mañana, se empezaba a correr el velo de la relación de la víctima con “el testigo clave” que no aparecía.

LA ROSY Y LOS DOCUMENTOS FALSOS

Una prima de la bella paraguaya contaría que Perla había llegado a La Plata tres años antes a buscar un trabajo que le permitiera enviar dinero a su madre, María Esther, que en el poblado de Mayor Julio Dionisio Otaño, en el departamento paraguayo de Itapuá, entre Encarnación y Ciudad del Este, criaba como madre soltera a sus otros cuatro hermanos. Desde ese pedazo de selva rodeada por el Paraná y el Yacuy Guazú, vino Roxana Perla a La Plata.

Se supo que su nexo en la ciudad habían sido una tía y dos primas que hacía tiempo se habían establecido en La Plata y aceptaron darle alojamiento e incluso la recomendaron para trabajar como empleada doméstica en una casa de Barrio Norte. Pero que la tía era una mujer “muy seria” y no estaba de acuerdo con que Perla saliera de noche y menos aún que se juntara con “La Rosy”, otra chica paraguaya del pueblo de Mayor Otaño, que también había desembarcado en La Plata. Dicen que La Rosy le habría conseguido el primer documento falso de los tres que tuvo: el de Perla Nancy Escobar.

En esas salidas nocturnas Perla conoció a Fernández, dejó la casa de su tía, aceptó ingresar a la prostitución y se convirtió en pareja de quien a esa altura ya se lo sindicaba como dueño de las “whiskerías” de 7 entre 43 y 44; 3 y 42 y 43 entre 1 y 2 .

CARTAS DE AMOR

A Fernández ya lo habían metido preso un tiempo antes por corrupción de menores, la misma causa y motivo por el que había caído su empleado Zanabria: casi niñas ejerciendo la prostitución en sus locales de la Terminal, “Las Vegas y Las Vegas bis”. Y estuvo ocho meses en un calabozo de la DDI de 61 entre 12 y 13. A pesar de estar casado con otra mujer, la única visita que recibía era la de Perla. “El le escribía cartas románticas pero cuando salió en libertad la encerraba en un departamento y le pegaba”, diría otra testigo de esa relación.

Musaraña aparecía en la TV paraguaya disfrazado de Pinocho. Lo buscaba Interpol

 

Pero hay otra versión totalmente opuesta según la cual la única que en esos días de encierro iba a visitarlo y llevarle cosas era “Margarita”, una mujer de Villa Elisa que era además madre del hijo que había tenido con Fernández. Incluso cuentan que habría sido ella quien “movió cielo tierra para conseguirle un buen abogado”.

En tres años trabajando en la noche de La Plata, Perla juntaba peso sobre peso (eran dólares convertibles) y los enviaba al Paraguay donde su madre le daba buen uso porque en poco tiempo la casa de chapas y maderas donde vivía se convertía en una de material con piso de baldosas. Y hasta le dio el cuero para construir, a un costadito de la casa, un local donde puso a funcionar el “Copetín Perla”, un bar con dos mesas de pool y una de metegol que en poco tiempo se convirtió en el lugar más visitado del pueblo. María Esther bautizó al lugar “Copetín Perla”, como forma de agradecimiento a esa hija que la había ayudado a mejorarle la vida, vaya a qué costo.

El 25 de febrero del año del crimen Roxana Perla Dos Santos viajó a Mayor Otaño. “Tengo que ir, es el hijo de mi hermana más chica y soy la madrina”, le dijo a Fernández cuando éste le puso mala cara ante la noticia del viaje. En rigor, no era el primero que Roxana había hecho en los últimos tiempos.

A la izquierda Miguel Fernández y los abogados Améndola y Petroff

“QUEDATE, PERLITA”

El 27 de febrero, después de la fiesta de bautismo, no hubo un solo pariente que no le dijera, casi le rogara, “quedate, Perlita, dejá todo allá y quedate”. Y quien más le habría pedido y rogado había sido un muchacho de su edad que para los investigadores del crimen era el padre del hijo que gestaba. Vaya a saber qué pesó en Roxana Perla para tomar la decisión de hacer ese último viaje a La Plata. Vaya a saber qué cosas creía que debía dejar ordenadas. A su familia le dijo que volvía por “ropa y una plata que tengo allá”. Lo cierto es que fue su último viaje.

El rompecabezas parecía armado pero sin su pieza más importante. Hacia fin de año se libró la orden de detención del “testigo clave”.

En medio, el fiscal Violini viajaba a Mar del Plata detrás de una pista que a algunos les parecía improbable, hasta descabellada, pero que a la luz de los hechos y el contexto, era para tener en cuenta. Se trataba de una posible conexión con los crímenes del llamado Loco de la Ruta.

Entre 1996 y 1999, catorce mujeres fueron brutalmente asesinadas y desmembradas en Mar del Plata. La policía llegó a pedir ayuda al FBI, a la Suerte y a un vidente. La investigación nunca llegó a nada. Recién en el año 2002 se hizo público que la mayoría de las víctimas habían sido en algún momento extorsionadas por policías marplatenses. De ahí que la mejor definición sobre ese supuesto asesino serial le corresponda al periodista Fernando Delaiti: “el Loco de la Ruta, ese mito vestido de uniforme”.

La pista “Loco de la Ruta” tuvo que ver con un procedimiento contra la Trata de Personas en las que 32 mujeres que habían sido liberadas de ese infierno, coincidieron en que habían sido llevadas bajo la promesa de “otro trabajo” después de haber sido captadas en Paraguay para trabajar en prostíbulos de La Plata, Mar del Plata y en uno de los municipios del conurbano: San Miguel. Y coincidieron en que habían sido amenazadas de muerte si les ocurría dejar “el negocio”, algo que, aseguraron, también le había pasado a Roxana Perla. Ese dato mucho no ayudó a la investigación del crimen pero complicó la situación de Fernández que de “testigo clave” ya había pasado a “asesino prófugo”.

EL MISTERIOSO SEÑOR SAYAS

A esa altura ya no cabía ninguna duda de que se trataba de un “pesado” en el rubro de la noche. Y eso lo terminaría de confirmar un informe de Inteligencia elaborado con la colaboración de la Interpol, que relacionaba al Musaraña con un tal “Señor Sayas”, un empresario paraguayo al que se vinculaba a la Trata y que, según los espías argentinos, contaba con la protección de un alto jefe policial del vecino país.

Esto último explicó la poca garra que la policía de Encarnación le pondría al procedimiento conjunto que el 7 de noviembre de 2000, a ocho meses del crimen, se hizo para capturar a Fernández. “Tengan cuidado, no se queden mucho, que acá la vida no vale nada”, fue el consejo que un colega paraguayo le daría a un detective de la DDI La Plata.

Posteriores informes dieron cuenta de que a pesar de que sus fuentes de ingreso en La Plata le habían sido cortadas, porque entre Violini y Melazo le habían allanado y cerrado todos sus cabarets, Fernández llevaba en Paraguay una muy buena vida. Vivía en una mansión en el exclusivo barrio de Luque, en las afueras de Asunción y se le atribuía la propiedad de un lujoso departamento en el edificio donde funcionaba la emisora radial “Universal 93.9 Capiatá” que, según los espías argentinos, era propiedad de un platense.

EL DISFRAZ DE PINOCHO

Todo indicaba que Fernández se les reía en la cara. Por ejemplo, un día apareció en el segmento de un noticiero a cargo de la entonces muy de moda periodista paraguaya Pelusa Rubín. El prófugo se había disfrazado de Pinocho y le contaba a la periodista detalles de la fiesta del Día del Niño que había organizado y pagado para los pibes pobres del pueblo de Capiatá. Pero las sorpresas no terminarían ahí. Otro informante le diría al fiscal Violini que el Musaraña había entrado y salidos dos veces del territorio argentino mientras era buscado. Y que la segunda vez había pasado a Chile con un documento a nombre de José Alberto Cuenca.

Pero los datos sobre la buena vida de Fernández en Paraguay resultarían contradictorios a la luz de cómo fue apresado. A principios de marzo de 2001, la Gendarmería paraba, en el misionero Paraje San José, a un micro que Cubría el trayecto Ciudad del Este-Retiro. En uno de los últimos asientos, haciéndose el dormido, iba Fernández con un bolso lleno de marihuana. ¿Se había quedado sin dinero, le habían soltado la mano?.

EL DOS POR UNO

Detenido en La Plata, otra vez aparecería un dato contradictorio sobre su situación económica porque Fernández contrataría para su defensa al ya por entonces mediático abogado Fernando Burlando y a los profesionales de su estudio.

“A nosotros siempre nos dijo que era inocente”, asegura hoy Fabián Améndola, uno de los defensores que tuvo Fernández.

Durante el juicio, Fernández minimizó la relación amorosa que tenía con Perla y con naturalidad dijo que ya sabía que estaba embarazada. Pero lo más duro de su declaración fue cuando infirió que a Perla la habían matado tres sicarios paraguayos con quienes, dijo, la había visto discutir días antes en uno de los locales nocturnos donde trabajaba. No dudó en apuntar a Perla como “mula” como en la jerga narco se le dice a los y las pasadores de drogas y atribuyó el crimen a una venganza por una deuda.

Más allá del horror, se hablaba del escándalo por el allanamiento en Cat’s

 

Una mañana de 2006, Fernández se fue del edificio judicial de 8 entre 56 y 57 con una condena de 20 años. Pero no pagaría ni un solo día de cárcel por el crimen de Perla. Lo condenaron por considerarlo penalmente responsable del delito de promoción y facilitación de la prostitución y tomaron en cuenta la causa de años anteriores por el mismo delito y corrupción de menores. Aquella causa de ese tiempo en que Perla le llevaba comida a su encierro en la DDI La Plata y él le entregaba cartas de amor.

La Justicia no encontró elementos para probarle el asesinato. En medio del juicio hubo un pasaje escandaloso cuando se ventiló la posibilidad de que Fernández hubiese estado coimeando a policías de las comisarías platenses de las jurisdicciones donde tenía sus “whiskerias”. Tampoco se probó nada de eso. La pretensión de la fiscalía de condenarlo por “homicidio calificado por alevosía, trata de personas mayores y menores para ejercer la prostitución y explotación económica y ejercicio de la prostitución”, quedó a menos de mitad de camino.

Fernández estuvo detenido sin condena firme desde el 14 de febrero de 2001 hasta el 21 de diciembre de 2006. El 5 de diciembre de 2008, en virtud del artículo 7 de la ley 2439, popularmente conocida como “la del dos por uno”, se consideró que esos 7 años, 9 meses y 21 días debían ser computados como 13 años, 7 meses y 12 días. Con las dos terceras partes de su condena cumplida, recuperó la libertad.

No se supo más de él.

A la Ciudad le quedó la náusea de ver que nadie había pagado por el crimen de Perla y de su hijo no nacido.

En las mesas de café se habló durante mucho tiempo del caso. Curiosamente, entre tanto detalle horroso, vuelta a vuelta alguien se encargaba de recordar “la ola de divorcios que provocó Melazo por la noche en que se le ocurrió ir y reventar Cat’s”.

 

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