Una campaña electoral vacía de contenidos, que obliga a los políticos a reaccionar

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Si bien es verdad que el país vive desde 1983 en un sistema democrático entre cuyas características principales figura la del respeto a los derechos y garantías elementales que la Constitución resguarda como bienes supremos, también es cierto que aparecen -muy especialmente en la clase política, es decir en muchos de quienes aspiran a ser electos para ocupar cargos públicos- verdaderos desenfoques acerca de la responsabilidad que les concierne como futuros representantes del pueblo.

Justamente, en esta época era lógico suponer que la dirigencia política volcada a la campaña electoral iba a reaccionar, ofreciéndole a la población propuestas acordes a la enorme gravedad de los problemas que enfrentan los argentinos.

La pandemia que se llevó más de 110 mil vidas, la pérdida de ciclos educativos, la parálisis económica que se tradujo en la caída de miles y miles de fuentes de trabajo, el crecimiento de los índices de pobreza, la crisis de la producción, entre muchos otros males, constituyen un temario que debe ser debatido con la mayor profundidad y expuesto a la consideración del electorado, a través de una diversidad de proyectos viables.

Sin embargo, nada o muy poco de eso ocurrió hasta ahora. Tal como se dijo ayer en este diario, la campaña hacia las PASO se llenó de slogans, show mediáticos y políticos cargados de acusaciones e insultos. Casi todos los sectores partidarios terminaron adoptando definiciones altisonantes, expresiones de mal gusto y acusaciones vacías de contenido.

Ya no existieron programas de televisión en los que los contendientes debatieran sobre sus programas de gobierno y que exhibieran, como también se dijo en la edición anterior, las plataformas electorales que sustentan a sus partidos, aquellos manuales de estilo y de gestión donde se concentraban los planes de gobierno de las distintas fuerzas. Todo eso fue omitido hasta ahora.

En los últimos procesos electorales se había avizorado que las ofertas del sector político al electorado venían declinando, tanto en cantidad como en calidad. Y bien se dijo también en estas columnas que la actual campaña electoral profundizó esa tendencia.

Se puso de relieve que los candidatos se asoman sin rubor al umbral del escándalo en busca de apoyos esquivos. En los últimos días, tras la preciada presa del sinuoso voto joven, la candidata oficialista habló del “garche” en el peronismo. Ahora desde el otro lado del Riachuelo, María Eugenia Vidal se sintió obligada a hablar del porro.

Una cuestión de buen gusto impide exhumar la sucesión de insultos y groserías cruzadas por políticos de distintos partidos y en ese contexto, privado de valores, no podía faltar la excusa de la herencia recibida para justificar errores propios. Tal como también se dijo, lo hizo el anterior gobierno de Cambiemos y a lo mismo está apelando ahora la administración de Alberto Fernández. Quizás el electorado esté esperando otra cosa, como saber qué camino pretenden desandar los candidatos para contribuir a sacar a la Argentina de una postración de largos años.

No es de extrañar que las encuestas hablen de un desinterés en esta elección por parte de la gente. Acosada la sociedad por necesidades de toda clase -por demandas de trabajo y mejores salarios, por mayor seguridad- se encuentra ahora con candidatos incapaces de ofrecerles propuestas que no sean superficiales y que, para peor, se presentan mediante mensajes emitidos con frivolidad, incapaces de transmitirle a cada ciudadano interés por los asuntos públicos.

Es de esperar que los políticos reaccionen. En lo que quede hasta las PASO y en el lapso que va hasta las próximas elecciones generales, la clase política argentina debiera ponerse a la altura de las críticas circunstancias que vive el país.

 

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