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La Ciudad |IMPRESIONES

Ocurrencias: el tango y el asado, dos baluartes complicados

ALEJANDRO CASTAÑEDA
Por ALEJANDRO CASTAÑEDA

9 de Octubre de 2022 | 02:21
Edición impresa

TANGOS.- Bailar tango siempre ha sido una agradable faena. Su música es inspiradora y sus letras, cargadas de acentos sombríos, encontraron su recompensa en esa danza que invita a estrechar los brazos y cerrar los ojos. Es un baile que no se exterioriza, se ensimisma y se calla. Exige enlazarse. Es la más sensual y la que los machistas prefieren, porque devuelve al hombre su condición de único conductor, mientras ella se deja llevar mansita y con los ojos cerrados por los pasillos del sentimiento.

Hasta no hace mucho, ir a bailar tango era un tentador programa, pero el mundo viene complicado y ahora nos enteramos que antes de salir a una pista hay que tomar varias clases. Algunos profes son exigentes y exagerados. Los expertos siempre se las ingenian para darle estatura de cosa complicada a lo que enseñan. El tango nació en los callejones, sin docentes ni matriculados, pero ahora hay algunos académicos que, para diferenciarse, apelan a pedagogías extravagantes. Enseñar a bailar tango es una salida laboral para esos movedizos que dan clases con ínfulas de súper expertos. La Ciudad ofrece cursos para todos los niveles y a toda hora. La mayoría son buenos, pero hay de todo.

 

Ahora, en lugar del clásico aplauso, habrá que empezar a pedir una silbatina para el asador

 

Hace una semana, una amiga con ganas de aprender a bailarlo, se mandó para un salón de diagonal 73, pero volvió desilusionada. Pagó mil pesos, nos contó, para ver bailar y escuchar a una pareja engolada y autosuficiente. Advirtieron que lo del tango lleva tiempo (el asunto es alargar las clases), que hay que tener en cuenta la anatomía, el tacto, el ritmo, los pasos y sobre todo el misterio del abrazo, que es toda una materia. Para hacer la clase más problemática, varias veces recurrieron a la palabra “follower” -todo un sacrilegio para la tribu tanguera- como para que los iniciados vayan sabiendo que se necesita estudio y concentración para salir a bailar aunque sea en un cumpleaños. Los profes se demoraron en el abrazo, hablaron de “avatar” y el tacto, desplegaron toda una fanfarria de complicaciones que obligaría a tener que ir a la milonga un ayuda memoria. Su exposición desafió una tradición más que centenaria que fue construyendo su coreografía y su destino al lado de tipos callejeros con gracia, creatividad y ritmo.

 

El tango es un baile que no se exterioriza, se ensimisma y se calla

 

No es fácil bailar bien el tango, claro que no. Parte de su encanto precisamente reside en esa suerte de laberinto danzante entre dos enlazados que se han elegido para irlo descifrando. Pero tampoco hay que acobardar al vecindario con una batería de prevenciones. Como toda danza, debe ser más un disfrute que un deber, una manifestación placentera que, a diferencia de otras músicas, invita al repliegue y obliga a cada pareja a tener que aislarse del resto para engañar con tres minutos de abrazos a la vieja soledad.

ASADORES.- El asado, otro estandarte de la argentinidad, nos deparó una aplastante derrota en tierras lejanas. En Dinamarca hubo un certamen para elegir los mejores asadores del mundo. Argentina sacó pecho y se sintió candidata. Apoyada en sus tradiciones, llevo allí a parrilleros fogueados y reconocidos. El plan era revalidar en tierras lejanas su fama de asadores de alta gama. Pero algo pasó. Terminamos en el puesto 51, entre los peores. Nuestros cuchilleros resultaron unos asadores que a la hora de los bifes sacaron el costillar fuera de punto. Hay una tradición que quedó abollada en Dinamarca. Desde ahora habrá que empezar a pedir una silbatina para el asador, en lugar del clásico aplauso. Los parrilleros criollos en una misma semana recibieron dos bifes y no de ternera: tras lo de Dinamarca, una señora santiagueña ganó en Buenos Aires el premio a la mejor asadora nacional. El hombre de tierra adentro habrá sentido como un agravio esta doble derrota. “Dinamarqueses y mujeres, ¿dónde se ha visto?”, preguntó enojado un parrillero de Brandsen que tiene más carbón en el lomo que Río Turbio. “Si no podemos confiar en nuestros asadores, el paisanaje entra en zona de repechaje”, agregó un arriero de Ranchos, mientras le daba a una molleja. Habrá que creer lo que dijo el gran Macedonio Fernández: “Los estancieros inventaron los gauchos para entretener a los caballos”.

 

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